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Mauricio Pividori, profe de Educación Física vende sahumerios, Karen y Sergio de Anisacate con adornos para niños, Roberto, con 50 años vende canastas, Sergio hace lo propio con cuero y Susana trae artículos de Perú |
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De aquí o de un poco más lejos. Llegan de muchos lares con la ilusión de poder seguir subsistiendo de lo que sus manos producen. Las expectativas varían, pero todos coinciden en que la realidad está difícil
Desde Perú
Un bebé duerme sobre sus brazos. Ella reposa en el cordón de la vereda. De allí controla todo lo que sucede en su stand y los otros cuatro de la colectividad peruana. Susana tiene 32 años, es de Perú pero vive en Córdoba, y es la cuarta vez que dice presente en el Festival.
“Somos una colectividad y alquilamos cinco puestos. Vendemos productos peruanos como ponchos, tapices y collares. Esto es lo que nos da de comer”, cuenta, sin quitar la vista de lo que pasa al frente. Están instalados ahí mismo, por seguridad. “Pasamos la noche aquí y abrimos al mediodía“.
Con respecto a las ventas, Susana es optimista de que van a recuperar los tres mil pesos que costó cada espacio, pero no duda en afirmar que “el año pasado fueron mucho mejores”.
Una joven pareja y un “profe“ del Rivadavia
Karen apenas tiene 17 años, está embarazada, y llega esquivando gente con una ensalada de frutas en la mano. Se la alcanza a Sergio, su novio de 23, que no abandona el lugar ni cuando el día asoma y ella se marcha a dormir de un familiar.
Llegaron de Anisacate, pueblo de tres mil habitantes a 50 kilómetros de Córdoba, por primera vez y con adornos para bebes y niños que ellos mismos hacen en madera, pero se encontraron con un panorama negativo: “La venta está muy difícil, la gente no compra mucho. Realmente esperábamos otra cosa“, sentencia la joven.
La otra cara de la moneda es la de Mauricio Pividori. Desde hace siete años, este profesor de educación física del Rivadavia, se ubica con sus saumerios y porta saumerios, con el objetivo de obtener algún dinero extra. Y mal no le va: “A mí, dentro de todo, me está yendo bien porque mis productos tienen un costo bajo, pero no del todo bien como en años anteriores. El comentario general es que las ventas no son buenas para casi nadie”.
Dos de Carlos Paz
Están al lado, son del mismo lugar, pero no vinieron juntos. Sergio vende artículos de cuero, como cintos, billeteras y gorros, y en su debut en nuestro festival es uno de los pocos que ve con buenos ojos el horizonte. “Se está vendiendo bastante. Los dos primeros días fueron buenos, después mermó y el fin de semana volvió a mejorar. Tenemos buenas expectativas”.
Un par de pasos más allá, para Roberto, de 58 años, las perspectivas no son buenas. “La gente mira mucho pero no compra. En las sierras a una canasta la vendo a $50, y acá a $30. No creo que llegue a recuperar lo que invertí”, repasa, entre los productos de mimbre y las flores de caña que produce para vivir diariamente.
Segunda vez con un puesto aquí, también reconoce que las ventas en el Festival pasado fueron mejores, y de paso lanza una crítica: “El día de La Mona la gente casi no vino a la costanera, no sé si por miedo, pero nos restó un día importante de venta”, cierra el hombre que, cuando llega la calma, descansa en su camioneta.
No son sencillos los días peñeros para los que viven el Festival detrás de un tablón. Esos obreros del arte que año tras año le ponen color a la fecha en búsqueda de una moneda que los lleve al siguiente destino.
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