La señora de la fábrica de pastas no quiere venderle las dos cajas de ravioles a su clienta de toda la vida porque teme que, con tantos cortes entre la noche del martes y la madrugada de ayer, “se haya echado todo a perder”. Impotente, dolida, no sabe qué hará.
Es sólo una imagen que se multiplica por decenas en toda la ciudad. ¿Por qué nos pasa esto?, parece ser la pregunta generalizada. ¿Por qué tenemos que soportar esto si somos los verdaderos dueños de EPEC?
Los transformadores explotan, la paciencia explota y las repetidas explicaciones ya ingresan en un cono de sombras peligroso (los espontáneos cortes de calle en la capital provincial son cacerolazos a los que sólo les faltan las cacerolas).
Pónganse las pilas y alumbren políticas que sirvan para reinvertir en la empresa el dinero que obtendrán con el último tarifazo porque ya no los bancamos más apoltronados en esos mullidos sillones. Hagan que esta empresa nuestra sea un orgullo y no una vergüenza, porque para eso les pagamos muy buenos sueldos.
Sergio Vaudagnotto
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