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Carolina Segre, egresada de Diseño de la UNVM, junto al dibujante Nicolás Schuck |
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Si hay un arte que pertenece por encima de cualquier otro al maravilloso reino de la infancia, es sin duda alguna el arte de la animación. O para decirlo de otro modo, la capacidad de dar vida a objetos inanimados. ¿Quiénes si no los niños son los primeros en hacerlo sin que nadie se los haya enseñado? Para ellos, una botellita de plástico verde puede ser el increíble Hulk; dos palitos de helado cruzados una avioneta; dos soldaditos en un hormiguero los últimos sobrevivientes de una catástrofe. Ni qué decir tiene cuando la imaginación trasciende la mera forma humana y es capaz de insuflarle sentimientos o pensamientos a tapitas, bolitas, botones o lápices de colores.
Tal vez, debido a esa sensación de pertenencia, los niños se fascinan por los dibujos animados por encima de todo. Y visto desde el ángulo artístico, los dibujitos no dejan de ser una variable (aunque bastante más complejo) de ese juego simbólico.
Y así fue que, combinando el instinto lúdico de los niños con el manejo técnico de los adultos, surgió este fabuloso taller de animación en la Medioteca.
Las gestoras de este singular proyecto fueron dos: Carolina Segre y Anabella Gill. Carolina, que egresara de la UNVM en Producción de Imagen, había obtenido en 2011 un premio en el festival internacional “Anima” (Córdoba) por su cortometraje “Ovo” (creado junto a María Eugenia Fiorenza). Anabella, por su parte, generaba un original taller de verano para chicos, como los que propone cada año la Medioteca. A la tarea de Carolina y Anabella, se sumaron las ganas de un estudiante de Bellas Artes, el dibujante Nicolás Schuck, generando una inusitada actividad de extensión universitaria que así contaron.
Hay vida del otro lado de la pantalla
“El único requisito para el taller, era que los chicos no fueran más de diez, ya que se trataba de un taller muy personalizado, comenta Carolina. Todos vinieron motivados por los dibujitos animados, pero además para aprender a hacer sus primeros cortos. También fue muy importante el estímulo de los padres que los acompañaron”.
Con respecto a las expectativas que tenían los pequeños talleristas, Nicolás señala: “Muchos pensaban que iba a tratarse de realizar dibujos más bien tradicionales, pero luego vieron que en animación había otro montón de técnicas. Incluso vieron que se podían animar líneas o puntos, no necesariamente dibujos complejos”. Carolina, por su parte, agrega que “lo de la cantidad de técnicas diferentes está bueno, ya que algunos chicos sentían una limitación con el dibujo. Trabajamos mucho el pixilation (animación con fotografías cuadro por cuadro) ya que hoy todos tienen una cámara o un celular para sacar fotos. También hicimos flipbooks (libretitas dibujadas página por página para luego pasar las hojitas y ver el movimiento) y también stop motion, pero no el tradicional con figuras de cartón o plastilina, sino el otro, con personas y seres vivos que en su mayoría eran ellos. Estuvo muy bueno porque de este modo el taller fue muy dinámico; pura interacción y movimiento”.
“Cada clase, un corto”
Los talleristas produjeron varios cortos de un minuto durante las dos semanas y media que duró el taller, ya que al decir de Carolina “la idea fue que en cada clase fuera un trabajo práctico; o sea que cada clase era un corto”.
Los trabajos de los chicos pueden verse por la red (www.youtube.com/tallerdeanimacion1); quizás para confirmar que la distancia entre un chico animando tapitas y un director de dibujitos es casi ínfima. Hay en la vida dos realidades que de tan fascinantes, parecen irreales. Ambas viven de los dos lados del espejo o de la pantalla. ¿Y quién puede decir a dónde empieza una y a dónde termina la otra? Tal vez por eso es que al final de esta nota, Carolina y Nicolás se ríen para la foto. Y parecen tan felices y llenos de vida tanto en el mundo de la materia como en el maravilloso universo de los reflejos.
Iván Wielikosielek
-Especial UNVM-
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