“La droga me deterioró física y psicológicamente. Por ella, perdí hasta el contacto con mis hijos. Ahora no soy un hombre nuevo, porque la vida es una continuidad, pero estoy tratando de salir adelante. Hace un año que estoy en tratamiento. Y volví a tener esperanzas, a sentirme parte de algo, a pertenecer a un grupo”. Mauricio habla con elocuencia. Hace gestos con las manos y pone énfasis a sus palabras. Sincero, contará todo.
Es la siesta del miércoles y con la fotógrafa, estamos sentados en una de las salas de la Casa Esperanza, en la Asociación Nazareth de Villa María, a metros de la Iglesia Catedral. Alejandra Boccoli y Rosa Valentín, coordinadoras del hospital de día de esta entidad, nos presentan a Mauricio, un joven de 34 años que hace doce meses es tratado y contenido aquí por su adicción a las drogas.
Una hora de charla en la que abundará en un pasado oscuro, lleno de sufrimientos para él, para las personas que lo quieren y también para terceros, porque la droga avanza y destruye todo lo que está a su alcance. Al final de la entrevista asomará la esperanza, las ganas de vivir, de sanarse, de pasear por un mundo sin estas porquerías. No obstante, Boccoli y Valentín advertirán a este cronista: “Que la nota no haga creer que como Mauricio tocó fondo y quiere salir adelante, cualquiera puede. No, no es así. La mayoría no llega nunca a un tratamiento y los que llegan tienen un camino muy difícil, muy duro”, dirán.
El entrevistado cuenta que llegó a esta casa “por la violencia que engendró en mí la sustancia”, lo que le causó fuertes problemas familiares. “La droga me pone muy agresivo y protagonicé muchos hechos delictivos”, confiará.
“Estoy acá para recuperarme, para recuperar a mis hijos. La droga me deterioró mucho, hasta una hepatitis crónica tengo. Y muchas plagas”, describirá.
Nos sentamos a escucharlo. El, como en una especie de catarsis pública, nos contará su historia:
- “Empecé a drogarme a los 14 años, por no poder enfrentar cosas de la vida, por no tener autoestima, por tener malos autoconceptos. Y malos referentes. También, por no tener límites en casa. Mis padres me los ponían, quizás, pero yo los ignoraba.”
- “Uno no respeta su cuerpo, entonces empezás. A esa edad, mi papá perdió su trabajo y yo tomé como referentes a personas que traficaban. Quería dinero. De grande vi que esto te lleva a la cárcel y que nunca iba a ser rico así.”
- “De adolescente siempre querés tener la mejor ropa, las mejores zapatillas. Vendí sustancias, estafaba, delinquía. Me compré todo lo que quería, pero me gané una vida horrible, una hepatitis y muchos dolores.”
- “Este es el quinto tratamiento que realizo. Estuve dos veces en Córdoba, estuve en el neuropsiquiátrico de Oliva. Esta es la primera vez que estoy aquí. He estado en tratamientos privados pero ninguno es como éste. Cuando llegué, mi letra no se entendía. Ahora escribo de manera fluida. He tenido muchos avances en lo afectivo, intentando dejar de ser impulsivo.”
- “Al adicto le cuesta mucho manejar la ansiedad. Bajo los efectos de una sustancia, te sentís un grande y creás proyectos delirantes. Cuando se va el efecto, no te queda nada ni querés nada. Ahora, estoy lúcido y puedo apreciar los vínculos, los afectos. Y aún cuando estoy triste, tengo mis proyectos reales y concretos. Al relacionarme con gente sana, siento los afectos, el cariño. Y tengo actos racionales.”
Mauricio afirma que la droga está al alcance de todos. “Acá el que la tiene, el que es vendedor, es de buena clase social. Empieza a bajar escalones y termina también en poder de las clases más bajas. Te la cortan con químicos muy dañinos”, explica.
Un kilo de cocaína “de la buena” está en 25 mil pesos, pero “la virtual, la que se ve acá, está a 4 mil”.
“Antes, ingresaban la cocaína de Bolivia; ahora la hacen acá y agarran cualquier cosa. Lo que se conoce como cocaína es total magnesiano con éter. El total magnesiano te tapa las arterias.”
“Consumí de todo, mi debilidad es inyectarme cocaína por las venas”, contará con dolor. Y acto seguido, advierte: “El que la vende está enfermo”.
“Cuando vos sos drogadicto, tratás de hacerle mal a todos los demás. En la enfermedad, el mundo está dado vuelta, y si no vale tu vida, menos vale la de los otros. Cuando sos adicto, sos dañino y te vas a cagar de risa del mal del otro. Yo me he reído. Decía: Mirá lo que le vendí a este gil, se le va a reventar la cabeza”, declara.
- Hay muchos que defienden el consumo de marihuana, amparándose en efectos no perjudiciales para la salud. Su uso parece estar naturalizado. ¿Qué pensás?
- “Es mentira que no hace daño, es una gran mentira. Te causa paranoia, tal vez más que la cocaína. Yo soy asmático, vi que unos funcionarios en la Nación le dieron permiso a un pibe para tener una planta, cuando la realidad es que te hace mal. El fumar marihuana no es bueno, te mata. No existen las drogas blandas como las llaman.”
“... y te volvés un vago, vivís volado. Hablo del que fuma diez o quince cigarrillos de marihuana por día. El que es adicto a la marihuana se transforma en un vago. Y es el puente para llegar a la cocaína”, asegura.
“No es ninguna droga blanda y no la dejás más. Yo no entiendo cuando dicen que no hace mal. Después está el alcohol, que es una droga peligrosísima”, indica Mauricio.
El joven cuenta que la droga está instalada en la sociedad. Que se fuma porros en cualquier boliche delante de otros y que en los baños de cualquier disco, uno encuentra cocaína. No discrimina por condiciones socioeconómicas: “Podés ser hijo de (nombra a un empresario adinerado) y terminás tirado en el barrio Los Olmos”.
“Yo tengo familia, hermanos excelentes y andaba a la mañana tirado en el barrio Botta, drogado”, recuerda. “Y no existían los paseos, la costanera, porque era tal la paranoia, que no me dejaba ver a nadie. También te destruye la memoria.”
Una esperanza. Sus días han cambiado. “El tratamiento es muy bueno. Escribiendo, ejercitás el cerebro. Acá escribo mucho. Y existen terapias individuales, una vez por semana. Puede ser una hora o dos o tres. Si necesitás que te manden a un acompañante terapéutico a tu casa, te lo mandan”, explica. “Hoy vuelvo a vivir solo en mi propia casa, para mí es todo un logro porque vivía con mis padres”, recalca.
En Casa Esperanza se reúne con sus pares una vez a la semana, cuatro horas. “Somos un grupo que nos vamos confrontando las malas actitudes. Es decir, yo te confronto por lo que hiciste, por tu mala actitud, por las actitudes callejeras, para superar esas conductas”, detalla. También hay asambleas “de tirar para arriba”, para dejarles a cada uno enseñanzas. “Valoro los tratamientos anteriores pero éste es el mejor. Acá tenés psicólogos y asistentes sociales que están siempre para escucharte”, explica.
“Hay ocho o más personas dispuestas a escucharte, está el apoyo de los curas. Mi familia paterna me tiene miedo por las cagadas que me he mandado y he necesitado contención y el padre Darío Barrera está siempre, siempre con nosotros. Antes no iba a la Iglesia, hoy los sacerdotes también son mi contención”, remarca.
“De la adicción no salís solo ni con la psicóloga sola ni con un asistente ni con un cura. Pero cuando se unen todos para esto, salís. Esto es una familia y siento que pertenezco a ella; antes pertenecía a la noche y a la droga.”
Mauricio estudió electrónica pero dice no recordar nada. Se capacita en panadería y quiere trabajar. “Antes era el vivo, me creía vivo por no laburar y vivir de vender droga. Además, esta es una sociedad que te caés y te pisa y en la que te venden que la marihuana es buena. En mi caso, comienza una vida sin sustancias”, concluye.
Fotografías: 1) Mauricio, enfrente de la Catedral, en la plaza. “Es mentira que la marihuana no hace daño. Genera paranoia. Y es la puerta de ingreso a la cocaína”, afirmó
2) Boccolini y Valentín
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