Escribe: El Peregrino Impertinente
El verano se va yendo de a poco y con él los festivales. Eventos músico-culturales que nos tuvieron expectantes durante todo enero y febrero. Desde el Festival Nacional de Doma y Folclore de Jesús María, pasando por Cosquín y nuestro Festival Nacional de Peñas, la asistencia del público fue casi masiva. Lástima que no podamos decir lo mismo de otras citas menos conocidas, como El Festival de la Gallina Hervida de Luyaba o la Fiesta Nacional de la Papa de Villa Dolores. Pero no hay mal que por bien no venga: parece que después del fiasco, los organizadores de ambos espectáculos unirían fuerzas para el año que viene, celebrando juntos el “Festival de la Gallina Hervida con Papas”. Los de la Fiesta de la Zanahoria, indignados.
Cierto es que la mayoría de los encuentros, los grandes, los medianos y los chicos, son un pilar de la industria turística cordobesa y que cada vez generan mayor movimiento de visitantes. Pero cierto también es que su esencia se va erosionando con el paso de los años. La frase resulta irrefutable al calor de las pruebas, que no por conocidas dejan de ser remarcables: 1) Las grillas de artistas tienen menos de telúrico que Alf. 2) La prioridad ya no la disfruta el espectador que ocupa su butaca, sino la televisión que es la que decide en qué momento uno puede ir a comprarse un choripán. 3) Por el enaltecimiento de sponsores que promocionan aires acondicionados las ventas de ponchos han caído escandalosamente.
Así las cosas, deberíamos abrir el debate y preguntarnos cuál es el propósito de nuestros festivales: si el mantener viva la llama de la cultura autóctona o la generación de capital. Si es lo primero, habría pues que darle más lugar a los músicos regionales, los de escaso cartel y mucho talento y hacer que los locutores digan “ahijuna”, “canejo” y “velay”, más seguido. Si, en cambio, el objetivo es hacer dinero, déjense de tanto lalala y contraten a Shakira de una buena vez.
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