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27 de Febrero de 2012
Historias de vacaciones - Villamarienses por el mundo
Cuando suenan las campanas en Moscú
Carlos fue seis veces a Rusia porque dice que lo maravilla y quiere a su gente, allí encontró un país distinto del que esperaba y se emocionó con el tañir de sus campanas y la fe de sus habitantes
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Una de las estaciones del metro de Moscú, a la que llaman el palacio subterráneo. F2: Catedral de San Basilio, en el centro de la plaza Roja de Moscú. F3: Jardín del Palacio de Peterhof, con sus estatuas doradas

Terminan las vacaciones y así llegan a su fin estas historias en las que algunos viajeros villamarienses revivieron sus experiencias por el mundo. Nos han relatado sus vivencias al recorrer Israel, Europa, Perú, la India, Vietnam y un crucero desde Italia. Hoy nuestro último viajero comparte su viaje por la tierra de los zares.
“He ido muchas veces a Europa y viajé seis veces a Rusia, porque me gusta mucho
Voy desde la época en que Rusia era la Unión Soviética, la primera vez fui en el ‘90, estaba Mijail Gorbachov de primer ministro, y desde esa vez me fascinó”, confiesa Carlos Pajón al definir el destino que va a detallar en estas páginas y, para que no queden dudas, repite: “Rusia es maravillosa, a mí me maravilla”.

@ Lo que me impactó

“Una cosa que me impactó de Rusia es que hay mucho menos control del que me imaginaba, yo creía que era un país en el que si sacaba una máquina de fotos me iban a estar controlando a ver qué sacaba, para nada. Me acuerdo que sobre la avenida Lenin, que es amplísima y cruza todo Moscú, se produjo una protesta contra Gorbachov, y una de las personas con las que había ido me advirtió de no sacar fotos porque pensaba que podía ir preso. Me arrepentí toda la vida de no haber sacado fotos, porque todo el mundo lo hacía y nadie decía nada, hubiera tenido un testimonio hermoso de esa manifestación, no lo tengo porque le hice caso”, cuenta Carlos y agrega: “En ese viaje fui también a China y cuando volví de ahí, Boris Yeltsin ya estaba prácticamente controlando la situación, entonces en la misma avenida Lenin vi los tanques del Ejército que apoyaban a Yeltsin. Es decir que en la misma avenida se vio una manifestación y los tanques del Ejército que apoyaban al Gobierno ruso. Lo que quiero hacer notar es el hecho de que uno podía andar por la calle entre los manifestantes, los tanques, los soldados y nadie te controlaba, ni te paraba la Policía para averiguar quién eras y qué hacías ahí, se sacaban fotos y no importaba nada, no había un control sobre los extranjeros”.

@ Lo que más me gustó

“Lo que más me gusta de todo viaje es descubrir la gente. Yo voy a Rusia porque quiero a los rusos, por ellos siento un cariño muy especial, porque es gente que habiendo sido una potencia mundial, no son agrandados. La gente me preguntaba de Argentina, de Latinoamérica, querían saber mi opinión, lo que yo pensaba de ellos”, afirma.
“Dicen que Moscú es una gran ciudad de campesinos, no son ‘fashion’, la gente anda vestida sencilla. La última vez que fui, hace dos años, vi a los chicos con jeans, con la onda occidental, por lo menos en las ciudades grandes, pero siguen siendo ellos, es más fuerte su idiosincrasia, son sencillos. Yo creo que los rusos hablan de frente, dicen lo que piensan abiertamente, son muy simpáticos, sencillos, muy naturales”, añade.
“Rusia es medio naif. Por cualquier lado sorprenden las iglesias y son bonitas, yo digo que las iglesias rusas son las más bonitas del mundo porque no son muy grandes, son chicas, unas son de cúpulas doradas, otras de cúpulas rosas, rojas, verdes, de todos los colores. En ese sentido es naif, es un paisaje muy colorido, muy alegre. Para mí, la iglesia más linda del mundo es San Basilio, que está en el centro de la plaza Roja de Moscú, es una joya de la arquitectura del año 1500 hecha por Iván el Terrible después de expulsar a los mongoles”, señala.
“Otra cosa que impacta de Rusia es el paisaje, uno se imagina que es todo estructurado, duro y no, es un país de praderas verdes, bosques, ríos, lagos, pájaros, está toda la naturaleza cantando, es muy lindo en verano, porque en invierno es todo blanco”, completa.

@ Lo más emotivo

“Mi experiencia más linda y más emocionante fue que llegué de noche a Moscú, muy tarde, y en el hotel me advirtieron que tenía pocas horas para dormir porque era julio y en Rusia se dan las ‘noches blancas’, ya que amanece a las dos o tres de la mañana, o sea que hay pocas horas de oscuridad. Entonces en el hotel me recomendaron que cerrara las cortinas muy espesas que tenían las habitaciones para que no pasara la luz y me despertara, porque ya era medianoche. Yo cumplí con cerrar las cortinas, pero tenía la intriga de ver cuando salía el sol, aunque fue más fuerte el sueño y me dormí un rato. Veía entrar la claridad pero seguía durmiendo. Lo que me despertó realmente fue el sonido de las campanas de Moscú, porque era domingo y estaban las iglesias llamando a misa. ¿Y ésta es la Unión Soviética?, me pregunté. Ahí sí me levanté, corrí las cortinas y miré, el hotel estaba en un barrio, no en el centro, eran todas casas estilo racionalista, recto y se destacaba la iglesia en el medio, con sus cúpulas doradas, eso fue un impacto, me emocionó mucho, porque yo creía que la Unión Soviética era un país ateo y después me di cuenta de que el ateísmo estaba declamado por el Estado ruso, pero no por el pueblo, la gente en su mayoría es muy cristiana, muy practicante, aún en la época soviética”, asegura Carlos.
“En general todo lo que me emocionó fue siempre relacionado con la fe, lo cristiano que yo descubrí en Rusia. Son más cristianos que nosotros, porque han sobrevivido su cristianismo y su fe a todos esos años de Estado soviético. La fe no la perdieron. Las cosas que me han arrancado una lágrima son siempre vinculadas con lo espiritual. Cuando me paro frente a San Basilio se me caen las lágrimas, porque veo la cosa más hermosa que he visto en mi vida, parece de un cuento”, confiesa, y los ojos aún se le humedecen.
“Otra cosa emocionante fue conocer el museo de arte más grande del mundo, el Hermitage, en San Petersburgo, que tiene más de seis mil obras de arte que adquirieron los zares. Todas esas obras no se perdieron con la revolución porque los rusos consideran que son patrimonio de Rusia, lo respetaron. En la Unión Soviética se restauraron edificios hechos por los zares que se habían roto en la guerra, porque son de ellos. En el Kremlin se conserva el tesoro de los zares, las coronas y las joyas, no han tocado nada. El ruso tiene un nacionalismo práctico, no declamatorio, ellos aman a su país, su historia, sus cosas, si quedara algo de los mongoles también lo van a cuidar hasta lo último para que no se destruya. Es otra mentalidad”, explica.
@ Lo que no me gustó

“Una cosa de la que me di cuenta no la primera vez, sino después, es que en los hoteles se daba la trata de blancas. Las rusas son unas muñequitas, son rubias, muy bonitas, a esas chicas bonitas se las ofrecían en los hoteles a hombres importantes de la Unión Soviética y hacían fiestas ahí con ellas. Me di cuenta de que las chicas no estaban contentas, se notaba que no estaban por su propia voluntad, sino obligadas a ejercer la prostitución, además se veía en los hoteles a un hombre con dos o tres chicas sentados en el lobby, vigilándolas. Me di cuenta y uno de los guías me confirmó que se vendía a las mujeres. Eso no me gustó”, dice categórico.
“Otra cosa que puede chocarle a mucha gente es que el ruso habla fuerte, cuando contestan y uno no entiende se ponen nerviosos y hablan fuerte, son medios torpes o toscos”, precisa.

@ Lo gracioso

“Los caracteres rusos son letras distintas de las latinas y, estando en el metro la primera vez que fui, me confundí porque las palabras ‘entrada y salida’ se escriben parecidas, sólo cambia una letra, yo vi mal un cartel y en vez de salir a la calle, entré, entonces fui con mi mal ruso a decirle a una mujer que estaba vendiendo los boletos para el subte que me indique cómo salir. La mujer me explicaba, yo no le entendía y se ponía cada vez más nerviosa y hablaba fuerte, entonces cerró la ventanilla, me agarró de un brazo, me llevó a la rastra para afuera y me tiró en la calle. ¡Brava la rusa! Encima yo le quise dar unos dólares de propina, se enojó y me gritaba ¡no, no! No quiso saber nada y se volvió apurada para abajo”, recuerda entre risas.
“En otro viaje fuimos a una excursión que se hace por el metro de Moscú. Ibamos en grupo con una guía que nos aconsejó que nos mantuviéramos juntos para no perdernos porque en todo momento anda mucha gente. Una señora mayor del grupo siguió caminando sola, subió una escalera y la perdimos. Los del grupo nos afligimos mucho, pero la guía nos dijo que no nos hiciéramos problemas, que a la señora de alguna forma la iban a llevar al hotel. Efectivamente así fue, llegó ahí antes que nosotros. Esa señora cuando se vio sola a la salida del subte, en una plaza y sin nadie del grupo, empezó a gritar en castellano que quería volver al hotel, la gente la miraba, no le entendía, hasta que se acercó una mujer que la tranquilizó, la sentó, le dio agua y le dio a entender que la iba a hacer llevar con un taxista de su confianza al hotel. La señora no fue totalmente tranquila, pero llegó bien, claro que cruzó medio Moscú en un taxi. Cuando nos contó, reía y lloraba al mismo tiempo”, indica.

@ Lo que extrañé

“Extrañé a mi país, yo soy muy argentino, me gusta el mundo pero no viviría en ningún lado, me gusta vivir acá. En Rusia me faltaría el 90% de las cosas, hay un 10% que me gusta, pero el resto no. La comida se extrañaba antes, porque a pesar de que eran hoteles internacionales, el desayuno no era el occidental, cambió mucho desde la época soviética, ahora son desayunos americanos y las mismas cosas que hay en todos lados. Además tienen sus comidas típicas muy ricas”, aclara Carlos y para finalizar considera que: “Si tuviera que elegir un lugar donde volver de todos los que conozco, sería a Irlanda, porque fue poco lo que conocí y creo que debe ser fascinante meterse adentro. También volvería a Escocia porque me gustaría verla más. Rusia me gusta mucho, pero como ya he ido tantas veces...”

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