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El Peregrino Impertinente
Distraídos con los problemas cotidianos y las ofertas de los hipermercados, del tipo “Llevese este televisor en 12 mil cuotas y a la 11.500 le regalamos un serrucho”, se nos olvida apreciar las joyas que nos rodean. La Capilla de Yucat, ubicada en la estancia homónima (a apenas 18 kilómetros de nuestra Villa María), es una de ellas. Construida alrededor del año 1630, está considerada como la edificación más longeva de la región. La belleza de sus facciones es otro punto fuerte, al igual que su locación. Perdida en el campo, en la zona de Villa Fiusa, goza de los bucólicos paisajes que la envuelven. También de verse liberada de viejas urbanas que acudan a misa cada día.
El templo se distingue con tonos blancos y mostazas, y una estructura bien de época, de doble campanario, muros de adobe y tejas coloniales. Brillan por su ausencia los esclavos, constructores ayer de esta y otras tantas obras religiosas. El escenario ha provocado la queja de algunos turistas: “¿Cómo que no hay indios ni negros para apalear?” se preguntan los más nostálgicos, garrote en mano. “Que dios se apiade de nosotros”, dicen al escuchar la respuesta. Después se marchan, ofuscados, echándole la culpa de la situación “a los planes trabajar”.
Maravilloso entorno
Los alrededores de la capilla están marcados por el paso del Río Calamuchita y un bosque de espinal de 300 hectáreas, único en el país. También por la presencia de los espacios de producción manejados por la Orden de la Merced y de la Escuela Rural Fray Venancio Taborda. Entre las plantaciones de soja, maíz y trigo, los niños juegan despreocupados. Son ellos nuestro mayor recurso. Son ellos el futuro de nuestra sociedad. Son ellos, los cultivos.
Tras disfrutar del cuadro una vez más, nos vamos de la estancia con una sonrisa en la boca. Menos mal que es en la boca y no en la frente, lo que ya sería demasiado misticismo junto.
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