Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Siempre estuvo cerca. A 250 kilómetros de Villa María, que ahora parecen menos con la autopista. Dos horas y pico de andar, y llegamos a su seno. Rosario, una de las ciudades más bellas y pujantes de nuestra Argentina, aparece para recibirnos con los brazos abiertos.
Vamos entonces, a meternos por las calles céntricas y disfrutar todo lo que tiene amontonado, dispuesto para dejarse ver y sentir. Sin perder tiempo, nos internamos en la peatonal de calle Córdoba. Médula urbana, está pintada de febril movimiento, y señoriales edificios que pueblan el arriba. Plaza Pringles y plaza San Martín, (vecina al bonito edificio de Tribunales) aportan verde y descanso. Igual que la plaza 25 de Mayo, que con el Palacio Municipal y la Catedral, enaltece la parte final del recorrido.
La caminata deja un sabor dulce en la boca del viajero. El entorno, clásico y moderno a la vez, lo pone contento. Y eso que todavía no visitó el punto álgido de la ciudad. Está a unos pasitos.
Cuna de la Bandera
El Monumento a la Bandera es el máximo ícono de Rosario. Inaugurado en el año 1957, está construido sobre el lugar donde Manuel Belgrano creó la insignia nacional, allá por 1812. La importancia del suceso combina con la majestuosidad del terreno: una impoluta explanada de mármol conecta con el panteón, conocido como Propileo. Las columnas acogen una llama rodeada de pompa, que representa los restos del soldado desconocido. Desde allí se aprecia el Patio Cívico, que comunica con la torre central. De 70 metros de altura, cuenta con un mirador desde donde se obtienen vistas fabulosas del centro. La visual desde el Propileo no tiene nada que envidiarle: el fondo ofrece las arboledas del Parque Nacional de la Bandera y el paso del Río Paraná.
Ahí, en el contorno del afluente, reside otro de los grandes atractivos de la tercera mayor urbe de Argentina. La costanera se precia de ser una de las mejor conservadas del territorio nacional, un paseo incomparable. Alfombras de césped convidan al sentarse y respirar, con sol que acompaña la mayor parte del año. A la oferta la completan una gran variedad de restaurantes y cafés. Desde el suelo, el banco o la silla, el desfile del Paraná embellece cada baldosa y cada árbol. Los barcos que lleva a cuestas, nos hablan de la importancia del puerto local, y mejoran la postal.
Continuando por la ribera hacia el norte, aparecen las playas del barrio de La Florida. Pequeños bares y puestos de pescados denotan el relajado carácter de la zona. Sector en el que incluso en otoño e invierno se puede ver mucha gente bañándose de sol, o incluso animándose al chapuzón. El puente Rosario-Victoria, y sus 59 kilómetros de extensión, nace justo al lado de la playa. Su silueta no hace más que mejorar lo que hay para ver.
De vuelta en el asfalto, queda tiempo para deleitarse con la caminata por la avenida Francia, o por el refinado bulevar Oroño. Repleto de palmeras, es muestra gratis del talante elegante del centro. También con el Parque Independencia, principal pulmón de la metrópoli que alberga un apuesto lago, además del estadio y las instalaciones deportivas del Club Newell’s Old Boys.
Para el final, una vuelta por el Café “El Cairo”. El más clásico de los bares de la ciudad, es todo un atractivo para los turistas. Sobre todo a partir de la fama que le diera el recordado “Negro” Fontanarrosa, un abonado del lugar. Entre charlas atolondradas, las de los locales, nos quedamos. De acá, de Rosario, no nos vamos más.
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