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12 de Marzo de 2012
Un individuo, totalmente desnudo, provocó innumerables destrozos en una casa y murió al intentar escapar
Una tarde de locura y muerte
La violencia se impuso otra vez a la calurosa pero tranquila tarde del domingo en Villa María. Un hombre joven totalmente desnudo provocó innumerables destrozos en una casa que habitan dos mujeres mayores
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En la foto superior, la reja que cierra el frente de la vivienda que atacó el intruso. Detrás de las mismas, sobre el jardín, se encuentra el cuerpo sin vida, tendido sobre el césped. En la foto inferior, personal policial registra los primeros datos

Un hombre murió durante la tarde de ayer luego de protagonizar, totalmente fuera de control, una serie de hechos violentos en una vivienda situada en barrio Lamadrid, en la que residen dos mujeres, de acuerdo a los datos recogidos por EL DIARIO en el lugar del sangriento episodio.

El protagonista

El dramático caso se originó alrededor de las 17 y tuvo como principal actor a Jorge Aidiuc, de 30 años de edad, con domicilio en Villa Nueva, quien con su accionar puso en vilo no sólo a la familia que fue sorprendida, sino también a los vecinos del sector.
Si bien durante el resto de la tarde y la noche de ayer permanecían en la Morgue del Hospital Regional Pasteur y se realizaban los aprestos para efectuar la correspondiente autopsia, se determinó que el sujeto habría sufrido un infarto masivo o shock violento.
Tal estado se habría generado como consecuencia, a su vez, de un cóctel de estrés y consumo de estupefacientes.

El principio

De pronto, Elsa Bernardina Villagra, de 86 años de edad, se hallaba junto a su hija Ilda Villagra, de 60, en el interior de la vivienda ubicada en San Luis 1667, en barrio Lamadrid, cuando escucharon gritos provenientes del exterior.
Fue así que la menor de las mujeres, quien se desempeña actualmente como vicedirectora del Nivel Primario en el Instituto del Rosario, se acercó a la puerta de un pasillo para observar lo que sucedía cuando, casi al mismo tiempo, sintió que alguien destrozaba los vidrios de la puerta principal de la casa.

Lucha en la puerta

Al notar que el desconocido no se detenía en su empeño de vulnerar la puerta, cuya mitad superior tiene varios vidrios, corrió desesperada a evitar que el mismo consumara su intento.
Allí se encontró con el hombre totalmente desnudo y ensangrentado que ya había introducido la mitad inferior de su cuerpo en el interior del living.
Sólo atinó a oponer, con su mayor fuerza, una tenaz resistencia al atacante, quien, como al principio, vociferaba: “¡No me van a agarrar…! ¡No me van a agarrar…!”.
Pese al esfuerzo de la mujer, el sujeto, visiblemente fuera de sí, logró ingresar al interior de la vivienda.

Destrozos

Azoradas, ambas mujeres, sin poder contener el ataque del que eran víctimas, vivieron largos minutos aterrorizadas por los gritos del violento individuo, quien no cesó de gritar y romper todo lo que encontró a su paso.
Así lo hizo en el dormitorio de la octogenaria dueña de casa, donde no detuvo un instante su furia y causó innumerables daños al mobiliario y otras pertenencias de la mujer.
Acto seguido, enceguecido y sin dejar de acusar su manía persecutoria, ingresó a la cocina, instante en el que Elsa, quien apenas puede movilizarse muy lentamente con un bastón, le imploró envuelta en llanto y miedo que no le hiciera nada y que se calmara.
El hombre, sin embargo, no atendió a las suplicas de la anciana.

Dos cuchillos

Como si fuera poco lo vivido hasta ahí, el intruso, de físico robusto y de unos 90 kilos de peso, prosiguió con los gritos, subió sobre la mesada y volvió a dar rienda suelta a los destrozos.
Fue en ese momento que tomó dos cuchillos y, ante los ojos de madre e hija, se hirió los muslos de ambas piernas y los brazos, ocasión en la que vociferaba: “¡No me toquen, no me toquen, tengo SIDA…!”.
A todo esto, vecinos de las dos mujeres que escucharon las amenazas, los gritos y los ruidos provocados por los destrozos que ocurrían en el interior de la vivienda, llamaron de inmediato a la Policía.

Forcejeos

Precisamente, hasta el lugar arribaron varios patrulleros y los uniformados ingresaron a la vivienda.
Fue un momento sumamente dramático. El enfurecido atacante, presa del delirio de persecución, acrecentó sus violentos arrestos y procuró escapar a través de una ventana, sin percatarse que la misma se hallaba enrejada.
A tal punto llegó su “ceguera” que, con los dos cuchillos que había tomado de la mesada y portaba en sus manos trató de “cortar” las rejas metálicas.
En ese instante dos jóvenes policías se acercaron a Aidiuc y comenzó un prolongado forcejeo, primero, para quitarle los cuchillos y, después, para reducirlo.
Sólo consiguieron el primer objetivo; no así, el control total sobre el sujeto.

El final

Debido a los destrozos, los vidrios esparcidos por todas partes y, sobre todo, por la vivencia de las aterrorizadas mujeres, los agentes, siempre en lucha con el enardecido atacante, lo sacaron del interior de la casa y lo encaminaron por el pasillo lateral hacia el jardín del frente de la misma.
Pero aún quedaba el último acto de esta tremenda jornada.
Sin menguar su resistencia a ser detenido, logró zafarse de los policías, emprendió veloz carrera e intentó saltar sobre las rejas, de 1,90 metro de altura que rematan sus puntas en hojas lanceadas, hacia la vereda.
Esta vez el escape se transformó en verdadera trampa: la zona abdominal de Aidiuc quedó ensartada en las filosas puntas del enrejado, que debido al peso y a la corrida se doblaron.
Después sobrevino el accionar de un vecino que lo empujó con un pie hacia dentro y finalmente cayó sobre el césped del jardín ubicado frente a la vivienda de las dos atribuladas mujeres.
Casi al mismo tiempo, personal de la Unidad Departamental encontró en la esquina de San Luis y Martínez Mendoza la totalidad de la ropa de la que se había despojado el individuo.
Dentro de la casa, asistidos por personal médico del Cuerpo de Bomberos Voluntarios, quedaron Elsa e Ilda, madre e hija, quienes trataban de recobrar la calma en un día bochornosamente cálido, en una tarde difícilmente de olvidar.

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