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18 de Marzo de 2012
Cinema Paradiso de duelo
Tributo a Humberto Fazzio, pionero de la TV y en la proyección de cine regional
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Fazzio, (segundo de derecha a izquierda), activo militante de la UCR playosense, posa junto al resto de la comitiva de su pueblo con el presidente de la Nación, Arturo Illia e Isidro Fenández Núñez

Hoy EL DIARIO CULTURA quiere rendir un homenaje a una de esas personas que en cada localidad son increíblemente necesarias para cumplir un rol en la sociedad que le toca vivir.
No debe haber nada más nostálgico en estos tiempos donde la cultura de lo inmediato nos gana la pulseada de todos los días, cuando recordamos aquellos tiempos de cine de infancia pueblerina.
Interminables siestas donde los actores de cada película como así tambien quienes reproducían aquellos inolvidables largometrajes de matiné con olor a pólvora, adquirían ribetes de ídolos totales.
Cuando en la década del ‘50, irrumpía la TV en nuestro país de manera masiva, se vaticinaba que gradualmente las salas de proyección de cine comenzaban a entrar en un lento ocaso antes que otra tecnología: los reproductores de vídeo le dieran la estocada final.
Era la época en que se instalaba por aquellos tiempos la antinomia "TV vs salas de CINE", como lo fue en su momento la radio con la misma TV.
Y en medio de aquella efervescencia de nuevas maneras de transmisión de imágenes aparecen pioneros que optaron precisamente en hacerle frente a ambos desafíos, tal es el caso de Humberto Fazzio, recientemente fallecido a la edad de 86 años, en Villa María, lugar donde residía junto a su familia ya desde hace varios años.
Fue Fazzio, en La Playosa, el pueblo que como tantos de aquellos días, viera la aparición de su cine en la década del ‘50. Junto a Aimino constituyen la empresa Aimino-Fazzio que pasa a regentear el Cine Central en una primera instancia, para pasar a llamarse luego Cine Luxor hasta finales de los ‘70 manejado como emprendimiento familiar.
Cuentan sus familiares precisamente que el primer aparato de TV ingresado a la provincia de Córdoba lo compró él mismo, en el año 1954, y aún hoy como buenos técnicos en la materia, se encargaron de que siga funcionando.
Comenzó incursionando en la actividad comercial a través de la reparación de motores eléctricos, bobinados, arreglo de electrodomésticos y posteriormente en la electrónica y los aparatos de TV.
Fue pionero y fundador entre otros, de la Cooperativa de Electricidad y servicios públicos del pueblo, institución donde cumplió una prolífica labor y donde llegó a ocupar la presidencia durante once años en el Concejo de Administración.
Activo miembro del radicalismo del lugar, su figura controvertida era respetada como buen vecino de pueblo chico, que hacía mucho por el desarrollo del mismo.
Fue concejal por la UCR y en un breve período ocupó interinamente la Intendencia en lugar del titular del Ejecutivo Municipal.
Eran los tiempos en que se iba a ver la tele a la casa de alguien y ese alguien cargaba con todos: innumerables bandas de vecinos de todos los tamaños se instalaban frente al aparato de TV para ver, por ejemplo, las primeras experiencias del hombre en el espacio, las recetas de doña Petrona C. de Gandulfo o la perfecta dentadura de Cacho Fontana en Odol Pregunta.
Cargaba su reproductor de cine por aquel entonces y también recorría la zona llevando la diversión por diversas localidades, donde cada fin de semana era esperado con la ansiedad propia de los lugares chicos en donde pasaba poco y nada...
El cine de su pueblo, como evento social incomparable, era colmado en su totalidad cada fin de semana, además de los matinés de los domingos o feriados donde la noche anterior también había función.
Si uno cierra los ojos escucha inalterable a Enio Morricone, poniéndole música de himno a aquel clásico de los tiempos del "western spagetti" en Lo bueno, lo malo lo feo; se huele la pólvora esparcida por todos lados por Clint Eastwood, Lee Van Cleef o Eli Wallach; se podría tocar la arena de esa duna en la siesta donde Armando Bo filmó a la Sarli en “Desnuda en la arena” y nosotros nos colamos porque éramos menores de edad y soñamos con la Coca durante dos semanas seguidas; ver colores de caleidoscopios en el Submarino Amarillo; oler al engrudo que se usaba para pegar el afiche anunciando la película del siguiente fin de semana o, simplemente, verlo al Humberto trepado en el viejo reproductor de esas películas donde cada fin de semana se encargó de llenar de ilusión a grandes y chicos sin parar.

Raúl Olcelli

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