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Beto Lorenzati (*)

Un miércoles de octubre de 1983 una pareja de Francia, Viviane y Michel, apareció en televisión. Ella dijo a toda Francia: “Mi esposo sufre de eyaculación precoz, (…) nunca experimenté placer sexual”. Ese quizás haya sido un punto de inflexión, lo privado empezó a tomar dimensión pública y esto, cual dominó en caída, se extendió por todo el mundo.

Proliferaron talk shows, programas de chimentos, realitys y sus correspondientes satélites de los que emanan caudales de rumores motivo de charla entre amigos, en familia, en los lugares de trabajo. De esta forma los tiempos y pensamientos de muchos pasaron a girar en torno de asuntos banales de unos pocos, que absorben la mente, consumen el tiempo y disuelven el espíritu crítico, con lo cual se suele dejar de lado el verdadero asunto público: el bien común.

La estrategia se repite constantemente y para ello no dudan en hacer uso de ciertos personajes a ser remplazados conforme cae su rating; los entrantes intentan garantizarse audiencia elevando la vulgaridad y así han llegando a insultar, desnudar e incluso agredir en pantalla. Entretanto los conductores de estos programas que buscan la polémica, adoptan paradójicamente gesto reflexivo -solo gesto- pasando a convertirse en los analistas del momento. Al decir de Zygmunt Bauman “El mal, como sabemos, encuentra su mejor amigo en la banalidad, mientras que la banalidad toma el hábito de la sabiduría última”.
Otra modalidad de provocar vaciamiento ciudadano consiste en minimizar los espacios de reflexión, argumentando falta de interés de la audiencia. A la vez, ciertos contenidos deben respetar una línea editorial, de lo contrario los profesionales involucrados pueden ser desvinculados. Vale recordar aquí que el periodista Enrique Lacolla fue despedido del diario La Voz del Interior -perteneciente al grupo Clarín- por haber escrito una nota que no coincidía con la postura mediática en torno a la Resolución 125. Igual suerte, y en otras circunstancias, corrieron Reynaldo Sietecase, Luis Novaresio y Claudio Minghetti, despedidos por Francisco De Narváez, Mariano Grondona y el Diario La Nación respectivamente. Con ese temor en puerta, logran provocar en los comunicadores una especie de autocensura que limita la difusión de un pensamiento amplio y reflexivo.

El silencio tiene otras formas y ejemplo de ello es la negativa de Cablevisión del grupo Clarín, a incluir al canal de la Universidad Nacional de Córdoba Cba24, en tanto que las señales CN23 y Telesur son excluidas de su abono básico. Con lo cual el multimedio tiene múltiples canales, pero con la misma línea de pensamiento, parece no aceptar otra posición, pero en público reclama libertad de expresión, toda una contradicción comunicacional.

En definitiva, las corporaciones mediáticas suelen saturarnos de banalidades ruidosas, silenciar insignes verdades e imponer sus opiniones con una sola voz. Con esa sumatoria procuran anestesiar el espíritu crítico y así “deformar” la opinión pública para que esta defienda intereses corporativos y a la vez dude de las buenas intenciones. Como sostiene Alejandro Teitelbaum en su libro “La armadura del capitalismo”, “los medios masivos de comunicación, controlados en su inmensa mayoría por consorcios transnacionales, son formidables vectores para la neutralización del espíritu crítico, la domesticación y la degradación intelectual, ética y estética del ser humano”.

(*) Licenciado en Administración y profesor - http://betolorenzati.blogspot.com