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El Peregrino Impertinente
El Lago San Roque está en terapia intensiva. Emblema de Villa Carlos Paz, el Valle de Punilla y de toda Córdoba sufre niveles de contaminación alarmantes.
Décadas de desidia e irresponsabilidad política y ciudadana explican el panorama, materializado en putrefacción, mal olor y otras hierbas. Escenario que provoca la muerte de los peces y, lo que es peor, la descomposición del agua que a la postre beben casi un millón de cordobeses.
Desamparado y tembloroso como monaguillo en casa del Padre Grassi, el lago se traga sus urgencias en silencio. A 30 kilómetros de la capital provincial, ve el ir y venir de los cientos de miles de turistas que lo visitan cada año. Hay fotos, hay paseos, hay comercio con los guasos de los puestitos que, a cambio de un salame de morondanga, te piden un riñón. Lo que no hay es conciencia, reflexión ni actitud de cambio: ahí están los residuos flotando, arrojados por propios y extraños, como resultado.
Leyendas
Los paisanos de los alrededores están tan compenetrados con la situación que ya han inventado varias leyendas en torno al Dique. Dicen que hay gente que se mete al agua y sale convertida en mutante, otra que sale convertida en criaturas mitológicas y hasta algunos que salen convertidos al Islam. Pero el caso más común, aseguran, es el de las personas que tras la zambullida se transforman en pescados. Ante las sospechas, el representante de Demichelis salió a aclarar que el futbolista “jamás visitó el San Roque”.
Así están las cosas con el Lago. Un gigante que es almacén de la riqueza de dos ríos (el San Antonio y el Cosquín) y dos arroyos (Las Mojarras y Los Chorrillos) y que, además, riega de belleza las costas de Carlos Paz y de otras localidades vecinas, como Bialet Massé y Villa Parque Siquiman, por ejemplo.
Tan generoso él y tan bol... nosotros.
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