Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
El exhibicionismo en el Barrio Rojo, la despenalización de la marihuana, el ambiente gay... son todos lugares comunes que le han otorgado a Amsterdam el mote de “ciudad liberal”. Condición que defiende con orgullo y empeño y que le sirve para conquistar protagonismo a nivel mundial. Aquello, junto a las bellezas de su casco histórico, sus canales y su impronta general la enaltecen como un destino de culto. Bien ganado tiene el pedestal.
La cara amable
El paseo por la capital de Holanda siempre empieza dando la espalda a la Bahía del IJ. Ensenada que preña a la ciudad de agua, a la que el cemento distribuye por múltiples canales. Vamos andando entonces para descubrir al instante la cara amable de nuestra anfitriona: el estilo arquitectónico se basa en casas de tres o cuatro plantas, de techos a dos aguas, en campana y otras decenas de formas. Todas prolijitas, elegantes y tradicionales. Hijas del barroco del Siglo XVII, son una estampa de los Países Bajos.
A tono va el paisaje: el agua de las pequeñas riberas, los puentes y su encanto (como el Lekkersluis o el Sint Antoniesluis, algunos de los más famosos entre 1500 existentes) y las decenas de miles de bicicletas que también son un emblema nacional. Los cafés, las tabernas típicas, los parques… expresión que el casco viejo comparte con los barrios de Jordaan y Plantage, fundamentalmente.
Sumergidos en ese observar, caemos en cuenta de la belleza de Amsterdam. El poder seductor rebalsa en un casco histórico con forma de semicírculo, surcado por los famosos canales, esos que tan bien le sientan.
Lo mismo hacen los diferentes edificios históricos, como el Palacio Real, La Estación Central de Trenes, la Iglesia de San Nicolaaskerk, la Basílica gótica de Nieuwe Kerk, La Torre de la Moneda, el Templo de Krijtberg, la Torre de Schreierstoren, la Plaza de Nieuwmarkt y la casa donde viviera Ana Frank.
Así pasamos las horas hasta atravesar dos puntos vitales de la ciudad: La Plaza del Dam (corazón de la metrópoli) y el Parque de Voldelpark. Dueño de una amplia y abierta superficie es una bendición en los días de sol. Pero, además de ser el principal pulmón urbano, el lugar goza con la presencia de sus ilustres vecinos. A escasos metros, aparece el Rijksmuseum, ícono ciudadano, y el Museo Van Gogh, que atesora las obras del genial artista, uno de los más destacados pintores de la historia. Siguiendo con tales criterios, impostergable resulta la visita al Museo Rembrandt, otro mago del pincel que conquistó al mundo desde la cabecera de Holanda.
La otra cara
Ese ambiente clasicista y romántico descrito combina, de forma llamativa, con el otro rostro de Amsterdam. El conocido, el que más vende: ahí está la “Zona Roja” para representarlo. Ayer muelle, la calle de Warmoesstraat es acaso su columna vertebral. Las estrellas son los llamados “Coffee Shops”, locales donde se puede consumir marihuana de alta calidad en diversas variedades y que son los favoritos entre los visitantes jóvenes. Los aires excéntricos vienen potenciados con negocios de tatuajes, piercings, tiendas de artículos sexuales y muchos bares.
Sobre las callejuelas adyacentes, se distinguen las vidrieras de luces rojas. Prostitutas venidas de mil destinos las pueblan. Los turistas, hombres y mujeres, pasean y admiran las muchachas cual si de zoológico se tratara. Lo bizarro del espectáculo, deja a algunos pensando sobre el particular y su significado.
Mientras el circo acontece, los locales pasan sin querer queriendo. Algunos con sus ropas multicolores y sus raros peinados nuevos. Otros con el gel y el traje. Todos en bicicleta. Todos irradiando diversidad sobre una ciudad decididamente distinta.
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