No vengo a hablar de la Memoria Histórica. Así, con mayúsculas, como corresponde cuando nos referimos a no ceder en la búsqueda de la reparación de la escritura errónea del pasado. Manifiesto endiablado que, aunque sin faltas de ortografía, no logró ocultar la ausencia del sujeto a pesar de la construcción de un severo ensayo que tenía por tesis la negación del sujeto desaparecido.
El sujeto no muere ni desaparece. El verbo puede fluctuar entre la muerte efectiva o relativa: murió o habría muerto. O en la muerte colectiva: murieron. Pero el sujeto es inalterable, inmune a cualquier intento de desaparición. Muerto o vivo, el sujeto siempre estará allí, dispuesto a participar de una próxima construcción. Que me perdonen mis profesores de Lengua, pero desde esta perspectiva, el sujeto, nunca, jamás, es tácito. No vengo a hablar de esa Memoria que esta semana volvimos a reavivar para que no se repitan los momentos más tristes de la historia.
Vengo a hablar de la memoria inmediata. Así, con minúsculas, como corresponde cuando nos referimos a esa capacidad que a veces tenemos para olvidar con notable inmediatez el diario acontecer de nuestras vidas y que con histérico afán nos ubica en ese lugar de la mirada catastrófica del pulso político argentino. Ese latido frágil que ante la mínima ausencia de yerba o azúcar en las góndolas nos pone en el lugar de los profetas apocalípticos.
En los últimos días, quizás un mes, o dos, no sé si merced a las características de la época estival donde las economías familiares se destinan a otros usos, no sé si porque los voceros de la perversidad mediática vuelven a persuadir al incauto de que todo está mal, se percibe una retracción en el mercado, una merma del dinero circulante que genera un estado de inseguridad e insatisfacción. Sumado a esto, a qué negarlo, algunos precios le ganan la delantera a los aumentos salariales sin que el Gobierno arriesgue una explicación razonable -que además, la tiene- o intervenga en el mercado de los formadores de precios. Ese cóctel parece volver a embriagar a los maduradores de catástrofes.
Entonces entramos en pánico. Pareciera ser que los argentinos necesitamos de ese estado de hiperkinesia económica, como si disfrutáramos de la idea de que todo se cae, como si deseáramos que al Gobierno le vaya mal, y reclamamos repuestas urgentes sin decidirnos a asumir la idea de proyecto a largo plazo, y demandamos un proyecto a largo plazo pero no nos disponemos a declinar en la demanda urgente. Una actitud gataflorista que nos evita consensuar períodos de crecimiento, con sus altos y sus bajos, como corresponde a todo proceso.
Pero esta histeria malaondista no es casual. El manejo de la tensión social en la agenda del Grupo Clarín encuentra en la radio más escuchada de la provincia de Córdoba, a dos emisarios de la negatividad certeramente efectivos y maquiavélicos. Agazapados tras un disfraz de envidiable penetración, esconden la máscara de la manipulación con una desfachatada, superficial y poco valorable autoridad analítica.
Y la sociedad compra ese discurso en el que mediante un ritmo alienante, basado en frases recortadas y entrecortadas por risas, onomatopeyas, recursos técnicos y por supuesto, clima fiestero y música romántica, genera mantos de sospecha, crea dudas, instala la intriga y apela a la identificación de un público que parece necesitar del abatimiento cotidiano al que nos llevan las miradas de la negatividad. Todo está mal para Clarín, y la desazón es repetida por bufones que se han llenado los bolsillos con el malestar de la gente.
Lo que ocultan, lo que no explican, al igual que el gran diario argentino, es que esta visión apolítica de la realidad argentina lo que pretende es vulnerar a un gobierno que hincó el diente en su pan más preciado: la monopolización de la palabra, la creación de opinión pública. Es lógico pretender debilitar una gestión que intenta repartir entre más comunicadores el mercado mediático que por un lado esta dominado por una corporación que maneja el 80% de la comunicación nacional y por el otro, un dúo titiritero que ostenta una cadena con más de cien repetidoras en todo el país. Ellos, los que dicen que el oficialismo pretende monopolizar el discurso, son, justamente, los que tienen sujeto a sus intereses al 90% del manejo mediático.
La Justicia acaba de no hacer lugar a un recurso de amparo que intentaba obstaculizar el avance de la Ley de Medios a la más poderosa emisora de la provincia de Córdoba. Es de esperar entonces que la venganza sea terrible. La sociedad está siendo inducida, otra vez, a madurar la catástrofe. Como en todas las épocas, retoma con memoria inmediata y con minúsculas el camino que la conducirá a su propio calvario, como si le hubieran cercenado la capacidad de contrastar su ayer y su hoy.
El Gobierno, tan claro, decidido y enérgico que parece a veces, no logra articular un esquema comunicacional que rompa la barrera de sus interlocutores de preferencia intelectual y culturosa ni encontrar una línea que le permita llegar a un segmento mayoritario, que es en definitiva, donde se gestan los sentidos. Y ya lo sabemos, la persuasión es percepción y también viceversa.
Norberto Gallasso acaba de advertir que el 54% obtenido por la presidenta en octubre no autoriza a hacer la planchita. Habrá que darle la razón nomás. El monstruo manipulador que parecía abatido recuperó el aliento y su soplo huracanado. Esperemos que la frágil memoria de los incautos y los malintencionados no nos hagan repetir otros momentos tristes de la historia.
Juan Montes
Otras notas de la seccion Opiniones
Escriben los lectores
Escriben los lectores
Una historia, entre tantas
Los lectores también escriben
Lamentable
|