Escribe: Pepo Garay
Especial para ELDIARIO
Cuando pensamos en el norte argentino, pensamos en Purmamarca. La imagen llega automática a la cabeza. Una estampa que cautiva a criollos y extranjeros, y que aglomera las características esenciales de una de las regiones más bellas de nuestro país. A 1.150 kilómetros de Villa María, y a 65 de San Salvador de Jujuy, este humilde y bonachón pueblito cumple con creces su papel representativo.
Lo demuestra en cada metro cuadrado. Calles de tierra, casas de adobe, aridez general y un trasfondo montañoso sencillamente extraordinario hablan por él. En la paz y en la pobreza, también encuentra identidad. La de sus habitantes, hombres y mujeres de sangre indígena que le marcan el pulso.
Ambiente de colores
Situado en plena Quebrada de Humahuaca, Purmamarca respira suavecito. Lo acompañan medio millar de vecinos, que caminan en armonía con el paisaje, los cachetes paspados, el andar amable. La mayoría son originarios de la zona, y como tales, encuentran en el maravilloso entorno natural su emblema de vida. Piel morena de tantos siglos en la altura, al sol. Es en la montaña donde quieren estar. Son sencillos, silenciosos, introvertidos… igual que el suelo que los vio nacer.
Así y todo, el viajero procura mezclarse entre ellos. Lo hace en la plaza principal, el corazón de la comarca. Allí los locales tienen montados sus puestitos de artesanías al aire libre. Linderos, los restaurantes y casas de comidas colaboran a dar ambiente autóctono. Aroma a empanada, a humita, a picante de pollo, combina con el cuadro. Vino tinto para acompañar, y apreciar el rededor, con la iglesia de Santa Rosa (mediados del Siglo XVII) y la hilera de casitas de decorado. El estilo es colonial.
Lo fuerte, sin embargo, está al fondo del pueblo. En los cerros en general, pero en uno en particular: el de los siete colores. Una postal que es infaltable en el portfolio nacional, sencillamente porque es lo que es. Tremendo muro donde el violeta, el naranja, el verde, el amarillo y otros tantos, se mezclan melódicos, corporizando un cuadro insuperable. Tiemblan los sentidos, y no hay exageración en la frase.Aquellas sensaciones ganan en profundidad cuando nos paseamos por los contornos del cerro. El Paseo de los Colorados, que puede ser hecho a pie (una hora de caminata) o en automóvil, permite apreciar las bondades de la ladera en un contexto aún más desolado. Sólo montaña, profusión de tonalidades, cactus haciendo juego con el rigor del suelo y surrealistas formas en piedra. Fantasía pura.
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