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Cinco amigos, las montañas de fondo y la fantástica aventura de solidarizarse con los otros |
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"...Por las mismas almitas....", dijo don Rubio, tirando los cuatro carozos de durazno sobre la mesa. Como cayeron en forma par, me correspondió rezar el padre nuestro.
Era la medianoche del 1 de noviembre y Juan Olcese junto a otros cuatro villamarienses, en un humilde rancho de adobe en San Antonio del Cajón, esperaban el regreso de las "almitas".
Tres días antes de la escena, el cuarteto de vecinos, animados una vez más por la voluntad de ayudar al otro, al más necesitado, desandaron el camino que une Villa María y el inhóspito poblado de Ovejería, enclavado en lo más profundo de la provincia de Catamarca.
En su vida cotidiana, Olcese, Italo Speroni, Juan Carlos Rubiano, Fabián Giacomelli y Jorge Mosello, dedican su tiempo a desarrollarse en distintas actividades profesionales y comerciales.
Sin embargo el ajetreo del mundo del trabajo no les hace perder de vista a este grupo de hombres, un objetivo que rigurosamente y año tras año, vienen cumpliendo con todo placer: viajar conocer y servir a los que más necesitan, brindando asistencia y llevando a cada lugar que visitan medicamentos, ropas, juguetes y como en este caso una computadora que sólo puede ser usada en las escasas horas de luz que tiene el caserío.
Luego de haber recalado, años atrás, en lugares donde el tiempo transcurre de otro modo y la cultura se conserva alejada de la vorágine del mundo moderno, los aventureros solidarios locales se jactan (con justa razón) de haber presenciado de cerca las costumbres de poblaciones que se asientan en el Paraná o en la Puna salteña.
A continuación, el relato de dos días de travesía, no sólo por una geografía indómita sino también por una forma de ver la realidad, de sentir al mundo, de ser argentino en el interior del interior del interior.
Allá donde las políticas sociales, llegan sólo a lomo de mula y los juguetes que descartan los hijos de la modernidad son tesoros invaluables para chicos con ojos llenos de cielo.
El lugar donde las almas vuelven
La pieza es pequeña, se utiliza de cocina, pero hoy la han acomodado como altar y para recibir a las almas. Ubicados alrededor de la mesa, cada uno, a su turno, tiraba los carozos invocando a sus "almitas", a los seres queridos fallecidos, para que regresen.
El Valle del Cajón se ubica a 3.000 metros de altura, a unos 150 km al oeste de Santa María (Catamarca). Su aislamiento (hace pocos años es que se abrió el camino para llegar ) ha facilitado que se desarrollen especiales prácticas religiosas como la del Día de los Fieles Difuntos , que aquí llaman el "Día de las Almitas".
En La Hoyada, Toro Yaco, San Antonio y Ovejería. La población es escasa. La gente muere (como en todos lados), pero aquí las "almitas" de los muertos vuelven, una vez al año, de tal manera que el 2 de noviembre hay una multitud.
Por lo tanto, los familiares deben ofrecerles la bienvenida el primero de noviembre, darles de comer y beber durante 24 horas y despacharlas al siguiente día a la misma hora.
La celebración religiosa comienza nueve días antes con el rezo diario de la Novena. Además, empieza una intensa actividad orientada a preparar las ofrendas para las almas: buscar leña, hornear panes y rosquillas, solicitar productos especiales a la ciudad, preparar coronas de flores de papel crepé y velones de cardón.
También se bajan los animales que se consumirán en esa ocasión y que no son los que comen habitualmente: se prefieren las llamas y los de mayores recursos optan por los novillos.
La familia que nos invitó a la celebración preparó en una de las habitaciones de la casa un altar y la mesa de ofrendas. Sobre el mantel se colocaron primero los dulces y frutas traídas especialmente de la ciudad y luego se fueron sumando cada una de las comidas y bebidas que se sirvieron a lo largo de las 24 horas.
El camino de las ánimas
En la cabecera de la mesa se encontraba un velón de cardón y había otros ubicados en el exterior de la casa a fin de señalar a las almitas el camino a seguir.
El altar consistía en una mesa con estampas e imágenes de Cristo, de los Santos Patronales y la Virgen del Valle y un vaso con agua bendita.
El "librito" con que se reza el Novenario era un cuaderno manuscrito conteniendo las oraciones y los cantos en sufragio de las "Benditas Animas del Purgatorio" (expresión que se reitera permanentemente).
Se reza mirando al altar y una persona dirige las oraciones y canciones mientras el resto responde a coro.
Se supone que los difuntos regresan ansiosos de volver a probar de todo lo que gustaron en vida, por lo tanto, ningún alimento debe faltar.
Es así que a las 12 del día dos de noviembre, la mesa de las ofrendas literalmente desborda de comidas y bebidas. Todo está representado y en abundantes cantidades incluyendo las hojas de coca y los cigarrillos. Las comidas muestran una variedad que incluye asado de llama, empanadas, locro, sopa, milanesas, pasas, nueces, pelones mazamorras, panes salados y dulces y otros más. El mediodía es el momento de la ofrenda final. Para ello, un representante de cada grupo familiar presente va retirando distintas ofrendas de la mesa y las coloca en un balde. Las bebidas se vierten en forma de señal de la Cruz. Cuando se considera que es suficiente se vuelca el contenido sobre una hoguera preparada fuera de la casa y se quema procurando que se produzca una densa columna de humo porque éste será el vehículo que transporte la comida a las almas.
Para finalizar, todos se dirigen al cementerio para "despachar a las almitas". Primero, cada familia echa agua sobre las tumbas de sus parientes, prenden velas y las adornan con las coronas de papel. Luego el "animador de fe" (un laico entrenado por sacerdotes) realiza una celebración religiosa colectiva.
Sin tristeza, ni temor
No se celebra el "Día de los Muertos" sino el "Día de las Almitas" un diminutivo con significación afectiva.
No es un día de tristeza o temor sino un día de fiesta en el que se produce el reencuentro con los muertos y con ellos se comparten los alimentos.
Vienen todas las almas; no hay distinción entre "nuevas", o sea recientes, y "viejas".
Las súplicas están destinadas a Cristo, a la Virgen María y a San José para que intercedan a fin de permitir a las "Benditas Animas" romper sus cadenas y acceder a la Gloria de Dios. Se reza "por las almitas con las que se tiene mayor obligación" que son las de la propia familia y por aquellas que "no tienen quién les rece".
En ningún momento se hace referencia a la llegada de las almas ni se les da la bienvenida; del texto religioso no se desprende esta creencia. Es más, ellos dicen que los sacerdotes sostienen que las almas realmente no vienen, pero cada uno cuenta una historia que le tocó protagonizar donde confirmó la presencia de las almitas ese día. La cantidad de alimentos ofrecida y consumida para el Día de las Almitas afecta directamente el bienestar físico y moral durante el año. Pero eso debe "pagarse" (verbo que efectivamente utilizan en esas situaciones) con ofrendas y éstas deben ser generosas.
¿Cuál sería la explicación para el desborde de ofrendas en el Día de las Almitas? Los protagonistas dicen que ellos repiten "el estilo de los de antes", pero una posible respuesta surgió de un encuentro casual con un puestero que venía apesadumbrado porque había perdido quince ovejas al ser arrastradas por una inesperada crecida del río. Estas ovejas eran en parte suyas y parte de un tío recientemente fallecido. Su comentario en esa ocasión fue "no debí alimentar bien a mi tío para el "Día de las Almitas" porque volvió para cobrarle a uno.
Salimos de la oscura pieza. Afuera brillaban las estrellas y mientras caminábamos hacia el salón parroquial donde nos alojamos, pensamos si nosotros cumplimos con nuestras "almitas". Quedamos en silencio.
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