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El Peregrino Impertinente
Desde hace algunos años, Argentina le cobra a los turistas de algunos países la llamada “Tasa de reciprocidad”. Se trata de un impuesto aplicable a los visitantes de aquellas naciones que les demandan lo mismo a nuestros compatriotas que aterrizan en sus dominios. De hecho, a cada individuo se le exige la cantidad idéntica a la que su país le carga a los turistas argentinos. A un estadounidense, por ejemplo, se le pide U$S 140. La diferencia es que para ellos, abonar la tarifa es apenas una molestia al bolsillo. Para nosotros, en cambio, el acto despierta la misma sensación que uno tiene cuando le clavan un destornillador en el tímpano.
La dichosa tasa es utilizada tanto con estados en vía de desarrollo como Cuba, India o Siria, como con grandes potencias, del calibre de Estados Unidos, Canadá o Australia. En cualquier caso, el mensaje del “ojo por ojo” está dirigido a este último grupo. Tampoco es que la iniciativa hizo desplomar Wall Street, pero bueno.
Tipos de reciprocidad
Esta política de paridad no es exclusividad criolla. Otras naciones de la región, como Brasil o Chile, no sólo aplican la tasa a los visitantes en cuestión, sino que también les exigen un visado. Así, alcanzan una “reciprocidad potenciada”, cobijada en la lógica de la igualdad absoluta de condiciones.
Con todo, hay quienes creen que para lograr una “reciprocidad muy picante”, los países latinoamericanos deberían ir más allá, y llevar la idea de concordancia a todos los terrenos de la política exterior. Así, plantean que además de cobrarles visa a los dueños del mundo habría que invadirlos, atacarles sus intereses nacionales, promoverles golpes de Estado, implantarles gobiernos títeres, provocarles enfrentamientos sociales, destruirles su industria nacional, generarles pobreza, arrebatarles sus recursos naturales y, a falta de Rambo, venderles la película de Manuelita.
Tranquilos muchachos, no sea que se les vaya de las manos.
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