Pablo Giordano es de Las Varillas. Allí nació en 1977, allí vive y desde allí se proyecta al mundo. Y no exageramos, Giordano integra ese pequeño grupo de jóvenes escritores de la provincia que ha hecho de su trabajo literario un oficio. La disciplina, la prolijidad y la autoexigencia, llevada casi al extremo, lo han proyectado hacia todas las direcciones; como un sismo que tiene epicentro en el interior de Córdoba, pero con una onda expansiva de límites desconocidos.
Ha publicado en diarios, revistas y sitios de América y Europa: La Voz del Interior, EL DIARIO del centro del país, Diario Perfil, Punto en línea (de la Universidad Nacional de México), El Especial de Nueva York y Alex Lootz de Madrid. A fines de la década pasada formó parte de las discutidas antologías provinciales sobre la narrativa joven en Córdoba (Es lo que hay y 10 bajistas) y publicó los libros “La Felicidad es un Gordini” (poesía, 2009), “Los muertos” (cuentos, 2012) y “Chozas” (novela, 2012). En la actualidad mantiene una columna en la revista PoloSecki, de Córdoba, y escribe casi a diario en su blog “Cosas de mimbre”, un espacio virtual en el que difunde sus escritos y un abanico de propuestas para aquellos que gustan de la cultura en toda su extensión.
Recientemente su trabajo se coronó con la publicación de dos libros de muy buena factura en los géneros cuento y poesía. Esos títulos son la “excusa” que hoy le proponemos en este hermoso domingo.
Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com
Armando la choza
Giordano está feliz: recientemente una editorial cordobesa materializó en tapas duras una novela que comenzó a escribir cuando era adolescente, 16 años para ser más exactos. Sobre ese momento, el autor reflexiona ahora, con 18 primaveras más sobre la piel: “Aprendí básicamente el ABC de la literatura y algunos truqillos más. Fue una experiencia reveladora, exhaustiva y agotadora, en su sentido literal”.
En el medio, desde su inicio hasta la edición, pasaron correcciones, publicaciones en microcapítulos en web (al mejor estilo novela por entregas) hasta las últimas correcciones momentos antes de imprimirse.
“Chozas”, se ambienta hacia “fines de los 80, comienzo de los 90, en un barrio de trabajadores de un pueblo del interior de Córdoba. Allí se desarrolla la historia de un niño de clase media baja con sueños de escritor que, en épocas hiperinflacionarias marcadas por la última dictadura y las secuelas de Malvinas, descubrirá la muerte, el sexo y el amor en pleno vaciamiento menemista, entre otros temas fundantes, los cuales se abordan diagonalmente y configuran un paradigma generacional que no escapa a la neurosis y arriba a la adultez con una visión del mundo interrogativa de ciertos valores.”
El amplio proceso de maceración del texto ha hecho que distinguidos lectores se aproximen a la propuesta del varillense y hayan emitido su juicio revelador. En ese sentido, Fabián Casas dijo que Chozas “es un libro intenso, lírico, donde desfilan personajes inquietantes que me hizo acordar a la primera vez que me encontré con el lenguaje particular del gran Ricardo Zelarayán. Entre la montonera de libros literarios, ‘Chozas’ hace la diferencia por la creación de un lenguaje en mal estado, pero sin fecha de vencimiento. Un lenguaje que se muerde la cola y que destila veneno. Un libro que produce intensas ganas de escribir”.
El escritor cordobés Federico Falco, contemporáneo al autor de “La felicidad es un Gordini”, dice: “En ‘Chozas’ Pablo Giordano da cuenta, con una voz atenta a los detalles del habla y una mirada dura e implacable, de las formas de la infancia y la adolescencia en un pueblo del interior de Córdoba a fines de los años ochenta y principio de los noventa. Detrás de la aparente calma de las siestas y los feriados, mientras los adultos tratan de llegar a fin de mes como pueden, los más chicos descubren la violencia, el sexo, las diferencias de clases y los códigos de la amistad. Las películas de Luis Miguel, las novelas de Carolina Papaleo y Raúl Taibo, Nirvana, los bloopers de canal 8 y las bolsas de chizitos puntean un crecer doloroso y la entrada en una primera juventud que, en el horizonte de la llanura, se vive ya como una vejez infinita, sin esperanzas”.
Por otra parte, desde el otro lado del charco (España), Marcelo Luján escribió: “Chozas describe -con mucho acierto y desde una violenta dulzura- esa instancia maravillosa de la vida que es la adolescencia. Un texto precioso -de altísimo vuelo literario- que no parece ni de lejos ópera prima. Una prosa sin miedos, suelta, que descubre todos los rincones de cualquier pueblo de provincia. Párrafo aparte para los discursos directos: los más auténticos que he leído en años”.
Exhumando muertos
De manera paralela, hacia fines de año pasado, Giordano veía concretado otro proyecto y es que su libro de cuentos “Los muertos” terminaba de editarse luego de ser seleccionado unánimemente y obtener el primer puesto en un concurso literario a nivel nacional.
Este libro alberga una serie de nueve cuentos que se exhumaron como huesos, en los que algunos ya habían aparecido en distintos medios del país y el exterior y que terminaron de armar el esqueleto con la adición de nuevos textos. Un libro orgánico, macizo, donde nada sobra. El autor nos sitúa en contextos particulares y disímiles, con esa prosa limpia, coloquial y con esas descripciones que nos plantan en algún pueblo de nuestro interior cordobés donde aparecen esos personajes singulares y pintorescos que muchos conocemos.
Juan Terranova escribe al respecto que “Los muertos” es una “cartografía de lo doméstico y la calle, personajes que son al mismo tiempo conocidos y extraños como en el heimlich freudiano. Pablo Giordano trabaja con una lupa, con una pinza y con un grabador-reproductor de voces. Sus relatos son ágiles, livianos, directos, pero también microscópicos, duros, astillados como un insecto de vidrio que nos mira”.
Por su parte, Rubén Sacchi manifiesta “estos cuentos son crueles, pero no al estilo de Abelardo Castillo; poseen una crueldad cotidiana, casi natural, pero muy humana porque son horrores que resultarían evitables más allá de lo cultural y lo social. Sartre decía que para que el suceso más trivial se convirtiera en aventura era condición necesaria y suficiente contarlo. Yo sumo a esto que si la manera de referirlo lo vuelve atrapante, podemos estar en presencia de una promesa para el género”.
Un género difícil donde cada componente debe encajar perfectamente para que la maquinaria funcione de manera aceitada y armónica. La naturalidad con la que han sido construidos los diálogos hacen que cada trama sea un universo por sí mismo y se cree ese ambiente verosímil que a quienes escriben les cuesta lograr.
Cerramos con dos impresiones realizadas fuera del país. Desde México, Marco Tulio Aguilera Garramuño sentencia “hay algo indefinible en la prosa de Pablo Giordano que hace pensar en lo argentino esencial: aquello que está lejos de lo aparente porteño, la farsa, el embuste, la presunción. Su escritura es juvenil, pero posee una madurez definitiva”. Por su parte, José Angel Barruecos, desde España, dice que “Pablo Giordano destila en sus relatos una prosa feroz y cuajada de jerga mediante la que nos brinda historias ásperas y truculentas que nos enfrentan con esos abismos donde se mueven la violencia y la miseria”.
Las lecturas
Les ofrecemos a continuación una pizca de cada texto, un mínimo acercamiento para enfrentarse a la prosa de la que hemos venido hablando. Cerramos esta edición de EL DIARIO Cultura, pero la puerta está abierta, queda en ustedes continuar la búsqueda de estos textos a los que hoy hemos hecho referencia.
No digan que no les avisamos.
Novela: “Chozas” (fragmento Capítulo 1)
Autor: Pablo Giordano
Libro: Chozas
Editorial: Ciprés Ediciones
Año: 2012
Estoy corriendo con todo. Termino de cruzar los zanjones por la bajada Refalón y agachándome entre las cañas, tratando de no hacer ruido, me doy cuenta de que estoy solo. El olor a podrido no me deja respirar, el corazón me va a mil. Veo una sombra que viene haciendo ruido por el agua. Es el culiáu del Étor.
-¿Para dónde rajaron los otros? -me pregunta, sudado.
Lo que hicimos no tiene gollete. Yo sabía que iba a pasar algo con los ex combatientes de las Malvinas. Ahora el Étor se ríe como si fuera algo común. Me acuerdo de una noche que fuimos al barrio Centenario a comer a la casa de la tía. Era la primera vez que yo iba a ese barrio, el Laucha se avivó al salto.
-¡Paren, paren! -dijo y me señaló-. Este pendejo es el putito del 2 de Abril.
El Étor les dijo que no me hicieran nada, que era un amigo de él. Pero ellos querían pelear. Yo estaba cagado en las patas y salí corriendo, más vale que me persiguieron. Parecían un malón. Bajé por una vereda y me metí en un patio oscuro. Me quedé agachado contra la tapia escuchando los gritos. El Étor les mandaba que me dejaran. Me di vuelta y vi la sombra de un pájaro un poco más chico que un ñandú que me empezó a tirar picotazos. Salté la tapia, gritaban “¡Ay tá, ay tá!”.
Caí en un montón de arena, en otro patio, los perros ladraron. Salté la tapia de nuevo y caí en la vereda verde, esa que da contra el matadero. Volví corriendo a los zanjones y me escondí también en este cañaveral hasta que sentí que se venían. Se cortó la luz. Había una luna enorme. Yo creía que me iban a matar. No podía quedarme entre las cañas, así que salí corriendo y llegué hasta las cuevas. Los del barrio Centenario no son civilizados como nosotros, en vez de chozas hacen cuevas en la arcilla.
Me metí ahí y me quedé chito, tratando de no delatarme con la respiración. No aguantaba mucho y cada vez que abría la boca (porque yo respiro por la boca) me comía una bocanada de olor a bosta.
Adentro no se veía nada. Escuché la voz del Étor que me decía que saliera. Me quedé callado un rato hasta que escuché las pisadas. Después me tiraron del brazo. Era el Pera.
-No seas cagón -me dijo-. Vamo’ pal barrio.
Sabía que era un truco pero no tenía otra, así que salí con ellos haciéndome el pistola. Pensé que me jodían: eran mucho más grandes que yo. Apenas entramos al barrio se separaron y me dejaron solo con el Étor en la casa de su tía.
Cuento: “Feliz Cumpleaños, Mono” (fragmento)
Autor: Pablo Giordano
Libro: Los muertos
Editorial: El Mensú Ediciones
Año: 2012
Mono patea la ropa hasta el rincón del baño y se mete bajo la ducha helada: tiembla, refriega su cuerpo con alegría. Su hermana, que no vuelve del trabajo hasta más tarde, le juró que el padre vendría a verlo. Se pregunta si quedará algo del pegamento que le regalaron en el corralón: fabrica imanes para decorar heladeras desde la muerte de la madre; pide radiografías en el hospital, las recorta con forma de mariposas -rara vez de otros animales-, las pinta, les pega el trozo de imán rescatado de viejos motorcitos de la fundición… ¡y listo! Las pocas ganancias lo salvan de la vergüenza frente a la hermana, que limpiando casas trae la mayor parte del dinero. A veces lo llaman de la Municipalidad y lo llevan a barrer salones de noche.
A las siete y media ve por la ventana piernas y ruedas de bici en el cordón cuneta. Es el padre. Imaginó que vendría en auto. Limpiando parabrisas lo vio en un Gordini bastante nuevo y le gritó. Fue tres años atrás. Inclusive corrió hasta el auto, sin poder ganarle a la luz verde: el hombre aceleró y se perdió entre una renoleta y el colectivo.
Ahora Mono lo mira, la cara le resulta extraña: no distingue sus rasgos.
—Vamo’, pendejo, dale.
Mono trepa a la bici. Está recién bañado y se ha puesto la chomba roja, la de salir, secada el día anterior en el alambre del patio, cuidando de que las palomas no la arruinen, y planchada bajo el colchón de su cama mientras duerme. De pie en el portaequipaje, Mono lleva la cabeza en alto y la cara al frente. La brisa lo ensueña.
Las casas de chapa se suceden a los costados. Algunos vecinos los ven pasar. El hombre lleva un traje blanco apretado, que a las luces de la tarde vira a celeste claro como saco de heladero. Abajo dos broches sostienen las botamangas, impiden el engrase con la corona de la bici o el enredo y la caída. No son tantas cuadras, pero alcanzan para insultar de cansancio varias veces. Desmontan en el bar cerca del río, apoyan la bici en el poste de luz y entran.
El bar mantiene un pedazo de pared revocada, un pool, un foco colgando de un cable manchado con saña por las moscas, una vitrina y poco más. Sin embargo, no es un lugar cerrado y lleno de humo: el ambiente es fresco, las ventanas y la puerta de calle están abiertas, los focos apagados. Afuera hay dos mesas, una ocupada por el dueño y la mujer, la otra vacía. Se sientan adentro, junto a la ventana. El padre enciende un cigarro y le ofrece. Mono dice que no fuma.
Otras notas de la seccion El Diario Cultura
La literatura cordobesa está de luto
Viaje al país de la percepción
Casa de tolerancia, "pupilas" y etiquetamiento
Un siglo de cultura en la misma esquina
Surgimiento del municipio local
|