Escribe: Jesús Chirino
La edificación ubicada en la esquina sur del cruce de Cárcano y Dante Alighieri es, sin lugar a dudas, una joya arquitectónica de la ciudad. En la actualidad es la sede de una repartición municipal tan importante como Patrimonio Histórico. Algunas de sus salas albergan tesoros de la historia local y regional pues allí mismo funciona el Archivo Histórico Municipal. Clasificados por los empleados municipales se encuentran documentos escritos, fílmicos e imágenes fotográficas de nuestro pasado comunitario.
Corrales y estancieros
Este elegante edificio que se erige en esa esquina formada por las avenidas Ramón J. Cárcano y Dante Alighieri anteriormente tuvo otros usos. En 1910 era el Hotel de los Hacendados. En el lugar se alojaban temporariamente estancieros que venían a hacer negocios con los animales que se ponían a la venta en la feria de Villa María, propiedad de la Sociedad Rural de Córdoba.
Lo que hoy es un coqueto barrio, entonces presentaba un aspecto muy diferente. Los corrales de la feria alcanzaban hasta el río, paralelos a las vías del “tran-way” que comunicó las dos villas. La ubicación del predio resultaba muy cómoda para quienes muchas veces llegaban en tren y a tan sólo cuatro cuadras de la estación ferroviaria podían alojarse y hacer negocios. Pero las casas fueron ocupando los baldíos y en los años treinta las instalaciones ganaderas comenzaron a ser desmanteladas. El crecimiento de la urbe fue ganando terreno.
En 1935 en la esquina enfrente del edificio se erigió el busto de Dante Alighieri realizado por el escultor Troiano Troiani. En el otro extremo de esa avenida, antes de subir al puente Vélez Sarsfield donde ahora está la plazoleta de las Américas, en los ‘30 se levantó, para luego ser tirado abajo, un monolito a Thomas Edison. Entonces el río ya conquistaba a las familias locales y en ese tramo de su costa, las noches calurosas se amenizaban con la música de las bocinas colocadas a tal fin. El paisaje se poblaba de sonidos y el movimiento propio de las danzas de los bailes en las casas de recreo. Las siestas de verano eran testigo de los baños en esas rumorosas aguas, de las señoras y los señores, por separado.
Escuelas, oficina, archivo…
Cuando de la cercanía del edificio fueron retirados los corrales y cesó el trajinar del trabajo de los hombres a caballo, el edificio continuó en pie. Tiempo después sus salas serían pobladas por el bullicio de los niños de la Escuela Nacional 62 “Justo José de Urquiza”. Institución educativa que entre su destacado personal supo contar como director al reconocido pedagogo Angel Diego Márquez, el mismo que varias décadas después fundaría el Inescer. Todo cambia, dice la poesía, y con el paso de los años la Escuela Urquiza pasó a desarrollar sus actividades en el barrio Mariano Moreno.
En 1987 la provincia decidió que en el lugar desarrollara sus actividades la Escuela de Bellas Artes, Emiliano Gómez Clara, que un par de decenios después se trasladó a su nuevo edificio en Rawson 1651. Antes de eso, personal y alumnos de esa escuela trabajaron en el monolito que, levantado en el cantero central del bulevar Cárcano, enfrente del edificio en cuestión, recuerda al historiador Bernardino Calvo.
Recuperando su esplendor
A pesar de los diferentes usos que se le ha dado, el edificio ha mantenido sus rasgos originales casi inalterables. Si bien ha sufrido algunas reformas, como agregado de cerramientos vidriados, clausura de aberturas, etcétera, en general mantiene la riqueza del diseño originario. En el año 1988 consultado el arquitecto Carlos Pajón, describió al edificio señalando que el mismo posee “una interesante y compleja volumetría exenta de los muros medianeros. La planta es generada por dos octógonos yuxtapuestos, rodeados en casi todo su perímetro por galerías, las que le agregan mayor articulación con el espacio exterior. El tratamiento de las fachadas con motivos eclécticos: cornisas resaltadas, esbeltas columnas de hierro fundido, barandales pre-moldeados, cuatro escalinatas, definen y acentúan los volúmenes y dinamizan el espacio. En el interior, el lugar más interesante es el salón principal, donde destacan cuatro columnas dóricas de escala monumental, que vinculan dos ámbitos de plantas trapezoidales de diferente tamaño. Las aberturas ejecutadas en madera de cedro, marcos de puertas tipo cajón, son las originales y están en regular estado de conservación”. Luego de ese tiempo el edificio sufrió algún deterioro, básicamente en revoques, pintura y alguna que otra abertura. Pero siguieron manteniendo un estado óptimo de conservación los pisos con mosaicos calcáreos de elaborados dibujos. Aún hoy, luego de más de un siglo, esos pisos siguen luciendo tanto en el interior como en la galería del edificio.
Desde hace un tiempo viene desarrollándose una interesante actividad destinada a la restauración y conservación de esta joya de la arquitectura villamariense. En la actualidad se continúa trabajando para renovar todo el esplendor de esta edificación que pertenece a todos los villamarienses.
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