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Ballarino (izquierda) junto a su gran amigo Roberto Díaz, galeno que también se jubiló recientemente |
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Recientemente, el médico Miguel Angel Ballarino se jubiló después de ejercer la profesión durante 55 años.
Se trata de uno de los galenos más conocidos de la región, y su nombre se asocia de inmediato a la Clínica Marañón, de la cual fue uno de sus fundadores a mediados de la década del ‘60.
A lo largo de su extensa trayectoria, ha contabilizado más de ocho mil intervenciones quirúrgicas, la gran mayoría de ellas de tipo gastroenterológico.
Nacido en un campo ubicado al noreste de Villa María, e hijo de un chacarero que pasó de dueño a peón, su vínculo con la Medicina se inició al conocer al eminente profesor Narciso Hernández, del cual fue alumno en la escuela secundaria. El vínculo con Hernández se profundizó cuando Ballarino entró a trabajar en el cine Monumental, sala a la cual frecuentaba el prestigioso médico. Con el correr de los años, y con el apoyo de don Bautista Fiorano, dueño del cine, Ballarino se convirtió en médico en 1957, y llegó a trabajar junto a su admirado inspirador.
Siendo estudiante en Córdoba, siguió vinculado al cine, ya que trabajó para Estudios San Miguel, donde estaba encargado de ir a los pueblos a proyectar filmes. “Me sabía de memoria los parlamentos de ‘Los isleros’, una película con Tita Merello”, evoca.
Tras su capacitación en nosocomios de Cincinati y Kentucky, Estados Unidos, volvió a Villa María, donde trabajó algún tiempo en el Sanatorio Cruz Azul, para luego crear la Marañón junto a los doctores Di Santo, Picca y Bertello.
“En esa época había 50 médicos en Villa María, que hacían de todo. Nosotros entendimos que había llegado la hora de especializarnos, y creo que ese fue el gran éxito de la Clínica Marañón”, evocó ante EL DIARIO.
“Tuvimos la suerte de ser pioneros en numerosos avances de la Medicina, como el remplazo de cadera, la cirugía laparoscópica, hemodinamia, endoscopía y tuvimos la primera sala de terapia intensiva”, enfatizó.
Ballarino comparó aquellos días con los actuales, y dijo que “hoy en la ciudad hay 600 médicos, pero muchos de ellos están devaluados económicamente como profesionales, ya que son contratados, por ejemplo, por el PAMI para atender 400 pacientes por 5 mil pesos mensuales. Con ese sueldo no se pueden capacitar más, y si uno no se actualiza, a los pocos años deja de ser un verdadero médico”, comentó, para afirmar que “ni siquiera con diez mil pesos un médico puede vivir”.
Lamentó que esto ocurra en nuestro país, “donde hay una enorme cantidad de plata para el sistema de salud, pero que se queda en el camino, y no llega a los médicos”. Evocando su experiencia como dueño de un sanatorio, Ballarino explica que “la clínica paga sueldos, impuestos, cargas sociales, proveedores, pero no tiene previsibilidad de cobro, ya que las obras sociales se retrasan meses, y nos descuentan lo que quieren”.
“Así -prosiguió- el sistema argentino de salud no se arregla más. Debe haber un sistema que garantice que el grueso de los recursos llegue a manos de quienes prestan efectivamente el servicio médico”. Señaló como principales intermediarios a las compañías de seguros, las prepagas y las obras sociales.
Asimismo, exhortó a “usar equilibradamente los recursos que da la tecnología”.
Dijo también que “a nivel internacional el modelo, hasta hace poco, era el de España, pero ahora me enteré que están dando turnos de hasta cuatro meses para operar una vesícula”.
Una pasión
El veterano profesional evocó su labor como el fruto de una pasión. “Hasta que mis enfermedades me frenaron, yo era una hiperkinético que estaba las 24 horas a disposición de los pacientes. En ocasiones no me iba a mi casa, dormía en la clínica”, recuerda, aunque reconoce que “el campeón mundial de esa actitud fue don José Corigliano, que trabajaba aún los fines de semana, de madrugada, siempre”.
Ya hace cuatro años que no ejerce la Cirugía, y desde hace algunas semanas, ha colgado definitivamente la chaquetilla blanca.
Muy atrás quedó su obsesivo afecto por el trabajo, que lo llevó a dejar esperando hasta medianoche a sus invitados a la fiesta de compromiso matrimonial, que coincidía con la Nochebuena. Lo habían llamado por una urgencia: a un amigo le habían estallado unos petardos en la mano.
En su mirada retrospectiva, siente que ha sido parte importante de la historia de la Medicina local. Sólo dos hechos son suficientes para atestiguarlo: uno, haber sido el depositario de la confianza de la mayoría de sus colegas cuando debieron pasar por el quirófano ellos o sus familiares.
Otro, el haber conformado con Dolly, su esposa, una descendencia de cuatro hijos, todos dedicados a la Medicina: el traumatólogo Leopoldo, el hemodinamista Miguel, la especialista en Diagnóstico por Imágenes Lucrecia, y el terapista Guillermo.
Por eso puede decir, al borde de cumplir 80 años, que “en tantas décadas es de imaginar que cometí errores, pero ninguno fue fruto de una irresponsabilidad o de la intención de perjudicar, y ese es mi gran orgullo”.
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