Escribe: María Laura Tuyaret
(especial para EL DIARIO)

Hay ciudades chiquitas con la fuerza de las grandes. Ciudades grandes que funcionan como si fueran chicas. Ciudades que, por su ubicación estratégica, fueron elegidas desde el comienzo para ser las más importantes. Y ciudades que alguna vez tuvieron intención de ser capitales, pero que no fueron favorecidas por el curso de la historia.
Así fue con Bahía Blanca. Su acelerado desarrollo económico, debido a sus excelentes características como zona agrícola-ganadera, la llegada del ferrocarril y la apertura al mar a través del puerto de Ingeniero White -sumado al crecimiento demográfico gracias al poblamiento masivo de inmigrantes europeos- hicieron de esta ciudad un centro económico importantísimo para Buenos Aires. Es así que a fines del Siglo XIX surgió el proyecto, luego trunco, de crear una nueva provincia y hacer de Bahía Blanca su capital. El correr de los años a veces retoma con ilusiones esa vieja idea, pero sólo son rumores que se pasean fugazmente por las calles bahienses.
Hoy Bahía Blanca ostenta todo eso que la hizo ser candidata a capital de una provincia. Es la ciudad portuaria marítima más importante de la Argentina y el mayor centro petroquímico del país. Y la arquitectura de su centro, sobre todo alrededor de la plaza Rivadavia, descubre toda la majestuosidad de una época: el Palacio Municipal, la Catedral, la Bolsa de Comercio y los edificios del diario La Nueva Provincia y del ex Banco Provincia son emblemas de tiempos de crecimiento y progreso.

Ciudad verde

Además de rincones llenos de historia, Bahía Blanca se destaca por la gran cantidad de espacios verdes que le dan a la ciudad un perfecto equilibrio. Entre parques, plazas y plazoletas los bahienses cuentan con más de 113 lugares para la recreación y el esparcimiento. El más destacado es el Parque de Mayo, uno de los más lindos del país, al que se anexan el Paseo de la Mujer y el Paseo de las Esculturas.
Bahía Blanca es una ciudad con identidad y eso trasciende a cada uno de los barrios que la componen, que resguardan sus características propias. Como el barrio “Nueva Liverpool”, en donde vivían los inmigrantes ingleses que trabajaban en el ferrocarril a principios del Siglo XX, o las zonas aledañas a la avenida Leandro N. Alem, que nace en el Teatro Municipal e invita a un paseo por los mejores restaurantes de la ciudad.

Cerca del mar y las montañas

Asentada sobre una planicie que en su sector de máximo declive se recorta sobre el mar en forma de bahía, la salinidad de su suelo le da un aspecto blanquecino si se la observa desde lejos. Esa es la blanca bahía que generó tanto encanto, incluso para atraer la visita de Charles Darwin durante su travesía por Sudamérica en 1833.
Pero las costas cercanas a “Bahía”, como la conocen sus habitantes, no son sólo puerto. A unos 100 kilómetros se encuentran los balnearios turísticos de Monte Hermoso y Pehuen-Có, lugares ideales para disfrutar de la playa y el sol. Y para los amantes de las montañas, la ciudad también se encuentra a pocos kilómetros de Sierra de la Ventana, una localidad perfecta para el descanso y la relajación, sobre todo en temporadas más frías.
Ciudad portuaria, polo petroquímico, aires europeos en su centro, excelente zona agrícola-ganadera, proximidad a la playa y las sierras. Eso es Bahía Blanca. Y esas son viejas y nuevas razones que todos los días renuevan la nostalgia de, alguna vez, haber podido ser capital.