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24 de Abril de 2012
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La historia detrás de Malvinas
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Entre 1773 a 1945

España fue la única soberana entre 1774 hasta el 25 de Mayo de 1810. Y se inicia el proceso de Independencia del Virreinato del Río de la Plata. En ese período a partir del primero designado, que fue el capitán Felipe Ruiz Puente, hubo 19 gobernadores españoles que actuaban bajo la dependencia de las autoridades de Buenos Aires. Después de la Revolución las Malvinas continuaron formando parte de Buenos Aires. Siguieron viajando algunos buques argentinos a las islas, hasta que el 6 de noviembre de 1820, en nombre del Gobierno de Buenos Aires, el teniente Capitán de Marina David Jewitt, en la fragata Heroína, tomó formalmente la posesión de las islas para la República Argentina. En 1823 entra como comandante Pablo Areguatí hasta el 10 de junio de 1829, en que el Gobierno argentino crea un decreto en el cual dice que en la isla Soledad vivirá su gobernador, este decreto también reseña los títulos y la posición de la Argentina respecto a las islas, porque era la sucesora de España y le correspondía lo que era de aquélla. Mientras tanto, Gran Bretaña guardaba silencio. En agosto de 1829 el Foreign Office envió una nota a Buenos Aires y decía, que dándose cuenta del crecimiento de las Islas Malvinas, para relacionarse con los estados sudamericanos y su extenso comercio en el Pacífico, el Gobierno del Reino Unido estimaba altamente deseable la posesión de algún punto seguro donde sus buques pudieran abastercerse, y otras cosas más de la avaricia desmedida del Reino Unido. Tres años después nombra un gobernador el Gobierno argentino. Hizo dos concesiones, el de pastoreo y derecho de pesca. Uno de los concesionarios fue Luis Vernet, que luego fue nombrado gobernador. Y se puso a colonizar a las mismas, reuniendo a un grupo de diferentes nacionalidades. En ese mismo tiempo que Vernet llevaba a cabo su empresa con la pesquería, con las focas, sembrando vegetales y papas y otras cosas... un hombre llamado Beckington escribe una carta al Foreign Office donde pedía que se estableciera una Colonia Británica. La idea estaba rondando desde hacía mucho tiempo, una de las ambiciones era la pesca de ballenas. Dieciocho meses después Langdon escribió otra carta al Foreign Office, la posición de las islas era para acrecentar el tráfico marítimo australiano, confirmando así los argumentos de Beckington. La Argentina por esos tiempos se debatía en una guerra civil, gobernaba Juan Manuel de Rosas. Y el Gobierno de Buenos Aires tenía otras cosas que pensar y arreglar. Llega a Buenos Aires el lugarteniente de Vernet, capitán Brisbarne, de origen británico, donde publicó para que lo leyeran los capitanes de barco, una orden de Vernet que prohibía cazar ganado en las islas y focas en las costas, sin autorización. Hasta allí mandaba la Argentina, pero siempre con el enemigo a cuestas y la piratería de las demás potencias acechando a la riqueza que la isla poseía. Fue un tal Parish quien se entrevista con Brisbarne y le advierte que el Gobierno británico tenía pretensiones sobre las islas y que tuviera cuidado Vernet de no pelear con ningun súbdito de Su Majestad.
La relación fue muy tirante. En 1831, Luis Vernet detuvo a tres barcos norteamericanos, uno evadió la custodia, pero el capitán del segundo hizo un trato con Vernet: cazaría focas en el Pacífico y dividiría las ganancias con él. Y era lo correcto, ya que todos ambicionaban tomar las islas. Pero ya se acercaban los norteamericanos también. El tercer barco pudo ser anviado a Buenos Aires para ser juzgado. El cónsul de los Estados Unidos en Buenos Aires era George W. Slacum. Era un inexperto y creía que el elemento esencial de la diplomacia era afirmar los derechos naturales y evidentes por sí mismos, del pueblo de los Estados Unidos a pescar y a cazar donde quisieran. El ministro de Relaciones Exteriores de Buenos Aires le niega su condición diplomática a Slacum. En este lío estaban cuando aparece en aguas de Buenos Aires el barco norteamericano Lexington. Su capitán, Duncan, se presentó ante Anchorena y le dijo que el gobernador Vernet era un ladrón, un pirata. Y le ordenó al mismo Anchorena que arrestara a Vernet. Duncan volvió a las Islas Malvinas, desembarcó en Puerto Luis y clavó los cañones argentinos. Voló el polvorín, robó en las viviendas, se apoderó de las pieles de foca, arrestó a sus habitantes y puso a los principales bajo cadenas, y se los llevó para juzgarlos como piratas. Esto se sufrió también por las islas. Este tiempo es aprovechado por el Gobierno inglés, al ver lo desvalida que estaba la isla de autoridades argentinas, mensaje que le había llevado Parish al regresar a Londres en 1832, y envían una flotilla. Quizás hayan tomado esa decisión por la posible creencia de que el Gobierno norteamericano podría intentar ocupar las islas. Así estaban las cosas por entonces y esto duró hasta 1844.
En ese lapso se rompieron las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, las islas volvieron a caer en un estado de naturaleza, accesibles al primero que llegara.

Dos interesados

Henry Fox había llegado a Buenos Aires en 1831 y era el ministro británico allí, aunque al comienzo de su estadía sucumbió a las influencias de Norteamérica. Palmerston contesta a una comunicación que Fox le había enviado y le daba instrucciones para que pidiera a las autoridades de Buenos Aires, que revocaran la autoridad concedida a Vernet. En ese lapso, Fox había tenido tiempo de reflexionar sobre tal situación y dejó a un lado los consejos de Palmerston, diciendo que sería oportuno dejar que los norteamericanos se entendieran con las autoridades de Buenos Aires. Fue así que Estados Unidos y Argentina rompen las relaciones diplomáticas.
El Gobierno argentino nombró enseguida un nuevo gobernador. El fin era establecer una colonia penal. La flotilla estaba escoltada por el barco de guerra Sarandí, pero al llegar los presos se amotinaron y mataron al gobernador. Cuando los oficiales de la tripulación del Sarandí pudieron establecer el orden, aparece el barco Clio en Puerto Luis (Port Egmont para los británicos) que era el barco de Su Majestad. Desembarca el capitán del Clio y comunica al capitán del Sarandí que arriara la Bandera argentina y que él había ido a afirmar la soberanía de Su Majestad, del rey Guillermo IV. El del Sarandí se niega. Entonces desembarcó un pelotón del Clio y arriaron la Bandera argentina e izaron la de ellos. El Sarandí regresa y los británicos establecen una pequeña base. La indignación en Buenos Aires era muy grande. El periódico El Lucero expresaba la situación.
Los episodios descriptos dieron lugar a dos gestiones diplomáticas distintas, una ante el Gobierno de los Estados Unidos y otra ante la corona británica y que en todos los tiempos, palabras más o menos, defender las Islas Malvinas que son argentinas. En 1848, en una sesión de la Cámara de los Comunes del 25 de julio, Sir William Molesworth dijo: "Ocurren aquí las miserables Islas Malvinas, donde no se da trigo, no crecen árboles, islas abatidas por los vientos, que desde 1841 nos han costado nada menos que 45 mil libras esterlinas, sin beneficio alguno. Decididamente soy de parecer que esta inútil posesión se devuelva desde luego a Buenos Aires, que justamente la reclama. La Gran Bretaña mantuvo permanentemente una actitud silenciosa y siempre negativa. Los británicos siguieron ocupando las islas y los argentinos presentando quejas. Durante muchos años las islas carecieron de habitantes permanentes, sólo estaba el pequeño destacamento de la Royal Navy. Se llega así a las postrimerías del período sombrío. Y como dice el autor de este resumen que yo hice, "nunca es más oscuro que inmediatamente antes de amanecer".
(Continuará)

Leonor Conti



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