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Alejandro Vedelago, plomero, reflexiona sobre el trabajo mientras arregla una canilla |
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Imaginemos la siguiente escena de la vida cotidiana: un chico termina un partido de fútbol en el potrero. Llega a casa sudoroso, envuelto en tierra, sediento. Abre la canilla y se sirve un vaso con agua. Lo bebe con fruición, para calmar su sed.
Otra escena: una adolescente despierta agitada a medianoche. Tuvo una pesadilla. La madre, que la escuchó gritar, se levanta, la consuela, le trae un vaso con agua.
Escena tres: el hombre ha trabajado duro. Está sediento, Hace una pausa, bebe un vaso con agua, se repone, reanuda su labor.
Cuatro: la diputada defiende su posición con vehemencia en la Cámara. Argumenta largamente. Hace una pausa, bebe un vaso con agua para poder continuar.
Y podríamos seguir enumerando una larguísima lista de situaciones domésticas en las que cada uno de nosotros recurre, casi automáticamente, a servir o pedir un vaso con agua.
Simple, natural, básico, elemental: abrimos la canilla y llenamos el vaso. Dice el saber popular que un vaso con agua no se le niega a nadie ni a nuestro peor enemigo.
Así de esencial y de sencillo es. Tanto, que nos parece que no costara nada, que nada es más barato que un vaso con agua. Como si dependiera de un pase de magia.
En el bar:
- ¿Y usted, señor, qué va a tomar? - pregunta el mozo.
- No... nada... un vasito con agua, no más; natural, si puede ser.
- Como no - dirá el mozo, sin pensar en la propina.
Un vaso con agua.
¿Somos capaces de imaginar - y de tener presente - a la hora de ejecutar el modesto acto de servirnos un vaso con agua, cuánto trabajo, cuánto esfuerzo, pericia y formación, cuánta capacidad profesional y empírica cabe en ese vaso con agua? ¿Cuánto trabajo se pone en juego para que ese elemental vaso con agua sea posible, sea real, sea un hecho cotidiano?
Imaginemos: cada gota que va llenando ese vaso es un trabajador, cada gota contiene el esfuerzo de un trabajador anónimo que es eslabón de una larguísima cadena de trabajadores y trabajos, una cadena que se cierra en círculo, un círculo virtuoso, el círculo de la producción. Y como en toda cadena que se precie de tal, cada eslabón es igualmente necesario y valioso, porque si falla el eslabón, la cadena se corta, el círculo no cierra y la gran máquina social comienza a disfuncionar. O, sencillamente, deja de hacerlo.
Sumerjámonos entonces por un rato en ese sencillo vaso con agua, que contiene el esfuerzo de ignotos - pero no por eso insignificantes - hombres y mujeres que dan cada día lo mejor de sí para fortalecer la cadena, pues cada eslabón, o cada gota, es fundamental para llenar el vaso.
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