Escribe: Roberto Zayas (*)

Recuerdo que a fines de los años sesenta, cuándo todavía era niño, había un teléfono público en lo que fue un lugar querido por todos: el Club Barrio Parque. También teníamos otro en la estación de servicio de Ramonda, que tenía el carácter de semipúblico. En esa época mi madre me mandaba a llamar al Club Sarmiento para que le avise a mi padre que estaba lista la comida y que se apurara en venir.
Entonces debía optar por uno de los dos únicos teléfonos próximos para hacer la llamada. Por aquel entonces los teléfonos tenían tres números, por ejemplo, el 107, cuando descolgabas el tubo la operadora te preguntaba: “¿Número?” y a partir de ese momento ella te conectaba con quien deseabas comunicarte. Una de las anécdotas que se contó en todo el barrio tiempo después, cuando ya el teléfono del Club había pasado a la historia, era la de un vecino, por aquel entonces preadolescente, que acompañado por un compañero intentaban realizar una llamada local.
El teléfono negro y largo se encontraba en la pared del centro vecinal y daba a la vereda sobre calle Mendoza. Según el relato, cuando el joven descuelga el tubo y la operadora hace la pregunta de rigor, él contesta: “Mario Jorge Cruz”.
La operadora, seguramente desorientada, repite: “¿Número?”, y él, con voz muy clara para que le entienda, repite: “Mario Jorge Cruz”.
Así la escena se repetía hasta que conseguía que le dijera el número al que quería llamar. Una vez cumplido ese paso, la operadora le pide: “Ahora introduzca una moneda”. Y Mario pregunta “¿Dónde?”. “Arriba”, le contesta. Y él, tímidamente dice: “No llego” y fin de la comunicación. Estos dos vecinos y amigos míos vivían uno a la izquierda de casa, Mario Cruz y el otro que lo acompañaba, a la derecha. Su nombre es Daniel Armando Climaco.



(*) Socio de la Cooperativa Comunicar y vecino del barrio