De chiquita trabajaba en el tambo que su familia paterna tenía en Ausonia, luego, cuando se casó, se radicó en Villa María. Aquí, en la ciudad, fue empleada de una fábrica de zapatos donde se dedicaba a la costura del calzado. También tuvo pensión en su casa (llegó a tener hasta 17 pensionistas) y hoy, con sus 90 años, sigue en actividad.
Rosita Santiano de Calderón, la mujer que se define como trabajadora, es una de las vecinas del barrio Parque más queridas y mimadas.
“Si mi nuera va a hacer un trámite, a mí no me dejan sola. Se cruzan para preguntarme si estoy bien, si me duele algo o si necesito alguna cosa”, dijo Rosita a EL DIARIO En Los Barrios.
Amablemente recibe a un periodista y a un fotógrafo de este medio en la cocina, lugar que es casi su altar, dado que se especializa en manjares caseros. Ayer mismo cocinaba una tarta de zapallitos “con masa comprada”, confiesa, porque ya le duele mucho la espalda para amasar.
“Antes hacía de todo, ravioles, fideos y todas las pastas”, dijo.
Además, se encarga personalmente de hacer las compras en los negocios del barrio, donde la conocen y le ofrecen la mejor atención.
“Le digo la verdad, me siento querida por todos los vecinos. Los quiero como si fueran mi familia, imagínese, si los conozco de toda la vida”, dijo.
Rosita cumplirá 91 años el 14 de julio. Tuvo un hijo, dos nietos, cuatro bisnietos y hasta una tataranieta.
Si bien recuerda sus años en el campo con nostalgia de aquella vida al aire libre, su tiempo en el barrio también estuvo plagado de momentos felices.
“Vinimos en el año 1952 a la calle Tucumán 39, después nos pasamos a otra casa en la calle Echeverría y, finalmente, en ésta de la calle Bolivia”, recordó.
En ese entonces había en el sector apenas tres viviendas. Rosita recuerda el apellido de aquellos pocos y primeros vecinos. El resto, era un baldío.
“No había nada prácticamente, por eso mi marido hizo enfrente de casa una canchita de fútbol, donde venían equipos de todos los barrios. Cuando terminaban los partidos venían todos a comer acá”, recuerda.
Así fue mejorando sus destrezas culinarias para agasajar a varios comensales, destreza que aún hoy conserva intacta.
Sus ojos, claros como el cielo, son expresivos tanto para la alegría como para la tristeza. Lamenta “escuchar poco”, lo que le impide hacer la vida social que desearía. Por lo demás, su salud es buena y se sostiene con el amor de su nuera y la familia que construyó en el barrio Parque, con cimientos sólidos basados en la honradez y en el trabajo esforzado.
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