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El Peregrino Impertinente
Hace algunos años atrás, Córdoba tenía una publicidad que iba más o menos así: un pato (bien criollo, con más de Cabrera que de Donald) recorría la ciudad mostrando sus bondades y se despedía con una frase para atraer al turista: “Venga a Córdoba, está tan linda”. No mentía el emplumado: la capital provincial estaba linda.
Hoy, aquel pato debe estar pensando en el suicidio. O en mudarse a Bagdad. Y es que Córdoba ya no es lo que era: vive mugrienta y descuidada. De un tiempo a esta parte, “La Docta” fue perdiendo su brillo natural. O al menos eso es lo que ve el visitante: la suciedad se apoderó de las calles (incluso de las más coquetas), varios edificios históricos sufren un alto nivel de abandono, la estética general perdió puntos a lo loco. El cuadro se percibe con claridad en la peatonal y en las principales arterias del centro, como bulevar San Juan, avenidas Colón o General Paz. Una triste realidad potenciada por el smog y las caras largas de los hinchas de Talleres.
Basta con acercarse a Caseros para obtener certezas al respecto. Ayer impoluta, la histórica calle se ve casi siempre acompañada de basura y desperdicios. Un verdadero atentado al patrimonio de la ciudad, teniendo en cuenta la importancia de su ilustre huésped: La Manzana Jesuítica. De seguir vivos, los jesuitas andarían lanzando Dios mío y Padre Nuestro que estás en los cielos a diestra y siniestra. Los cordobeses contemporáneos, en cambio, se conforman con juntar su bronca de décadas y mandar a todos los funcionarios de todos los colores políticos que los gobernaron, a la re… a un lugar lejano y poco encantador.
Otros símbolos capitalinos que ilustran el escenario son La Cañada, la costanera del Río Suquía y el Parque Sarmiento. Este último, en particular, es un canto a la dejadez. Como será, que hasta los leones del Zoológico estarían juntando firmas entre la manada para que alguien haga algo. A ellos, al igual que a la ciudadanía toda, les queda seguir gruñendo.
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