Escribe:JUAN MANUEL GORNO (De nuestra Redacción)
En el mundo futbolero reinado por Messi y Cristiano, esta vez conviene hacerle un lugar de privilegio a Didier Drogba (foto) y enmarcarlo merecidamente.
Un jugador nativo de Costa de Marfil, de 34 años, que se las ingenia solito en un equipo que juega más cerca del arquero que de su figura -justo en tiempos donde se elogian las maravillas asociadas de Barcelona y Real Madrid- debe llevar bien colgadas sus medallas de campeón.
Digan lo que digan, hay que tener enfrente a un jugador semejante, que te rompe en cada choque (leal) y te ridiculiza en cada movimiento, aún sin alardear por los caños, las sutilezas o el pique corto de quienes hoy se disputan el trono del “mejor futbolista”, pero con la sapiencia de aquellos que aprenden a jugar bajo presión y la personalidad de un caudillo que no se avergüenza si tiene que correr a un rival 50 metros si pierde la pelota, cual si fuese un cazador africano que intenta recuperar su presa entre la maleza y el hambre del lugar.
El gol que ayer marcó de cabeza, en la agonía de una final tan emblemática para la historia de su club y en la fiesta armada para los alemanes, magnifica esa voluntad de “Tito”, “El Negro de Ebano” o “El Elefante”, como algunos llaman a este marfileño extraño, católico, casado con una musulmana y padre de tres hijos.
Su fuerte es el físico, pero todo comienza desde ese corazón grande que lo llevó a patear el penal decisivo. Un corazón que lo obligó a consolar a sus rivales caídos. Un corazón que lo mandó a donar 3 millones de libras esterlinas para edificar un hospital en Abiyán, su lugar de nacimiento, allí donde los pibes sueñan con ser como él para escaparle a la pobreza, volando arriba de una pelota, con la capa de superhéroe tapando la casaca del Chelsea.
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