Escribe
Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
En el Estado de Baviera, al sur de Alemania, las praderas se extienden a lo largo y ancho del territorio. Suaves ondulaciones maceran paisajes bucólicos, caracterizados por el verde intenso y las plantaciones de trigo y otros cereales. En los descampados, todavía se pueden ver íconos clásicos de la Germania tradicional, como mujeres blondas con largas trenzas y hombres adornados con tiradores y el clásico gorrito tipo tirolés. Algunos castillos que han quedado por capricho del tiempo, completan un marco decididamente encantador.
Todas estas pautas explicitan parte del carácter bávaro. Una región que, a pesar de su evolución económica y tecnológica, ha mantenido gran parte de los rasgos culturales.
Munich, con sus 1,3 millones de habitantes, es la capital del distrito y tercera ciudad del país. Una metrópoli pujante y moderna, que sin embargo aún conserva rasgos propios de la Baviera profunda. Una urbe que, en muchos estamentos, se mantiene atada a una filosofía de vida costumbrista, en comparación con otras grandes ciudades europeas. Extraña combinación que sorprende y atrae al unísono.
Cuestiones religiosas
Alemania se ufana de su pluralidad religiosa, contando con casi la misma proporción de protestantes y de católicos. La mayoría de los bávaros pertenece a este último grupo, considerados en la nación teutona como de raigambre más conservadora. Los germanos encuentran el ejemplo más claro de esa tendencia en la figura del Papa Benedicto XVI, nacido en el pequeño poblado de Marktl am Inn, al este de la provincia sureña.
Antes de su coronación en Roma, el actual líder católico llegó a ser arzobispo de Munich. Allí fortaleció los trazos que le dieron identidad a su línea dura dentro de la Iglesia.
Varias construcciones reflejan la esencia devota de Munich. El principal estandarte lo configura la Iglesia de Nuestra Señora, que con sus dos gigantescas cúpulas es una postal del centro. Seguidamente, Peterskirche, Asamkirche (del período rococó), San Kajetan (del barroco italiano), y la iglesia de San Miguel junto al Colegio de los Jesuitas, enmarcan un tándem de templos que hacen brillar la arquitectura local.
Pero no sólo de religión vive el diseño urbano de Munich. Deslumbrantes obras, como Marientplaz, el Ayuntamiento, Odeonplatz y el Teatro de la Opera o el Palacio de Nymphenburg y el Jardín Inglés (más alejados) vienen a certificar tal afirmación.
Munich y sus dos caras
La otra cara de Munich la muestra como una ciudad progresista. Colaboran en la formación de esa imagen el mundialmente célebre Oktoberfest (la fiesta de la cerveza, que en su última edición reunió a más de seis millones de personas en el complejo de Theresienweise) y los llamativos parques pegados al centro, en los que hombres y mujeres toman sol tal como dios los trajo al mundo. La presencia de las casas centrales de gigantes como BMW, Alianz, Siemens y Osram, entre otras, sirve para hacer explicito el poderío de la economía local.
No obstante, pareciera que en el día a día de Munich las usanzas de antaño aún tienen un peso importante. Sirvan como ejemplos el estricto orden imperante, el apabullante poder que ostentan las fuerzas de seguridad y el hecho de que la diversión nocturna, salvo en contados casos, termine mucho más temprano que en el resto de Europa.
Signos todos de una Munich que se debate entre el espíritu liberal propio de las grandes capitales, y la herencia de una de las zonas más conservadoras del viejo continente.
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