El Turco
Aquí relato algunas historias de personajes de mi Villa.
Como la del Turco Salvador Marciano Naino, de orígenes naturales en Damasco, Siria.
Recreó su infancia y juventud en uno de los barrios más populosos de nuestra Villa, el llamado por muchos años como Villa Aurora (hoy Lamadrid). Periodistas Argentinos 475 era su domicilio, aunque luego pasó a la esquina de Junín y Maciel.
Un individuo de cierta perspicacia actoral, gran personaje de la época entre el sesenta y el ochenta, con su andar ligerito, chancleteando sus alpargatas “Ruedluna” y repitiendo desde abajo del tinglado de aquel patio grande, ese que su hija Raquel sabía barrer: “¡Carolina, me ensucié!”.
“Hay que ir a buscar el Picaso”, decía, un caballo mancarrón escuálido, alto y con extremidades traseras chuecas, en el que muchos de nosotros aprendimos a montar.
El Turco era un mozo de bandeja bajo el brazo, allá en el bar del Gallego Zabala, en Santiago del Estero y bulevar Alvear, aunque también hizo su breve paso en el bar Waldo Monta.
Recuerdo aquellas tardes de invierno, grises, con la llovizna en el lomo con los hermanos Venanzetti, Aguilera, Fratondi, Vasconcellos, el Sapo Arce y algunos otros, desarmando trilladoras, cosechadoras, cuerpos de rastra que el mismo Turco, con sus dientes, sabía estirar en su fragua.
Se lo veía de vez en cuando fumando un Clifton o Saratoga, siempre balbuceando alguna que otra palabra. “¡Si no terminan no habrá plata para el cine Monumental el domingo!” “Si se apuran vamos a escuchar la novela un rato, ‘La hormiga negra’, de Jaime Kloner y Ana María Alfaro”.
Era un hombre de festejar siempre el cumpleaños de sus hijos y nosotros...más que contentos. Sabíamos que teníamos que portarnos más que bien porque si no, no podíamos subir a la chata Gladiator de don Angel Fratini.
Luego, íbamos de un tirón por la calle Buenos Aires, hasta la plaza Centenario, tomábamos un helado Laponia, un par de vueltas al centro y a la casa, teníamos que volver.
El Poroto
Otra historia es la del Poroto. Hombre bonachón, desde sus pies a la cabeza. No había trueno, refucilo, verano o invierno que parara su trajinar. Empleado metalúrgico de alma corazón y piel, siempre tirando hacia adelante, con su vocear latente, de voces o gritos: “Diario, diario, diariooo”. Inventando algún deceso o robo de algún personaje conocido de nuestro medio. Que era mentira, pero había que incrementar las ventas sí o sí, decía.
Recorriendo calles, pasillos o rimando la ciudad con algunos de sus hijos, no había vericueto alguno que no conociera.
Pero el lugar de encuentro preferido era el de Waldo Monta. También en ocasiones, como haciendo el segundo tiempo -por decir- estaba de paso en el club Ameghino o en el Agrario.
Fue un hombre formal. De chico sabía contarnos su infancia desmedida a mí y a otros purretes del barrio, en rueda con su familia. Era lindo verlo comer su plato preferido, asado al horno, que preparaba su mujer Edelmira y por lógica, saborear un buen tinto Luchesi. Después venía la siesta placentera, claro, y había que dormir.
Porque en la noche tenía un largo trecho para seguir con el “Diario, diario, diarioooo”. No había sábado, domingo o feriado alguno para Paulo Andrés Contrera, que no aflojara el cinturón. Esos eran tiempos de corona, manubrio y piñón...
Cómo no recordar a estos personajes si con tan poco, en aquellos años, nos llenaban de alegría y felicidad.
Alfredo Frantica
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