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Fioritto tuvo su farmacia en el barrio desde 1966. Wilder significa |
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En el año 1966 se puso al frente de la primera farmacia que tuvo el barrio Güemes, en un local alquilado. Estaba en San Juan e Italia, luego construyó la propia en Naciones Unidas e Italia.
Wilder Fioritto es su nombre y el de su farmacia. "Es que antes, la ley exigía que llevara el nombre del farmacéutico y como había otra farmacia Fioritto en Córdoba, yo le puse mi nombre y apellido", relató a EL DIARIO en los Barrios.
Su vida es rica en anécdotas y experiencias. Empezando con el nombre, de origen inglés, raro para alguien con apellido italiano. "Cuando mi padre era todavía soltero, soñó a su mamá, que ya había fallecido, que le anticipaba que se iba a casar, que iba a tener un hijo varón y que le tenía que poner Wilder. El se despertó sobresaltado y cuando se volvió a dormir, la soñó de nuevo. En este segundo sueño le decía: ‘No te olvidés, Wilder’", dijo.
Cuando nació el ahora farmacéutico jubilado, una tía le recordó a los padres lo del sueño y así fue que le pusieron ese nombre.
Más curioso es el significado de Wilder, que quiere decir, "más salvaje que".
Fioritto amaba la docencia y la Medicina. En el secundario, hacía una especie de doble jornada prevista por ese entonces en el Rivadavia, para egresar con el título de maestro y bachiller.
Después, antes de concluir sus estudios, cambiaron los planes y tuvo que optar, eligiendo el magisterio.
Estudiar Medicina era su sueño, pero tenía un escollo: le impresionaba la sangre. "De chiquito, había estado con mi papá cuando mataban un chancho. De ahí me quedó la impresión", recordó. Entonces, optó por una carrera afín y eligió farmacia.
"En Córdoba empecé en el ‘55, año de la Revolución. Perdí un año, después otro con el servicio militar. La verdad, es que fue muy accidentada mi carrera", señaló.
Ya con el título en la mano, anhelaba tener su propia farmacia pero le faltaban los recursos. "Empecé con una lavadora de piedras en Pampayasta y una arenera en Villa María", recordó. Hasta que apareció el preciado local del barrio Güemes que le permitió empezar su actividad de lleno, con la ayuda de muchos familiares.
"La esquina de la farmacia tenía las calles de tierra, con zanjas y veredas altas. Imagínese que en esa época, todavía había argollas para que la gente estacionara los sulkies", señaló.
"Los camiones que había en la zona y que pasaban permanentemente, habían dejado la esquina como un pantano, lo que se solucionó cuando vino el pavimento", recordó.
También, haciendo memoria del barrio, habló con mucho cariño de la palmera que había en la casa de un curandero (donde hoy está la Escuela Mármol). "La escuela se construyó respetando esa añeja palmera. Lamentablemente, un funcionario, en los años ‘80, decidió echar herbicida a ese árbol y a todos los de la calle Naciones Unidas, lo que nos dejó sin plantas. Como yo siempre estuve en instituciones, organizando cosas para la comunidad, me fui a lo del ingeniero Picca y le pedimos ombúes, ceibos y palos borracho. Juntamos plata entre los vecinos para forestar la calle y además, asumimos el compromiso de cuidar las plantas. Me acuerdo de un señor que todos los días llevaba un balde con agua para regar la planta y una mañana se encontró conque se la habían robado. Salió en EL DIARIO la noticia con la foto del pozo que habían hecho los ladrones. Salvo ése, las plantas que tiene hoy la Naciones Unidas, son las que prosperaron en aquella oportunidad", recordó.
Wilder Fioritto (como el mismo dice, WF, jugando con el término Wi Fi) tiene dos hijos, cinco nietos y una bisnieta "que es de figurín por lo linda que es".
Como era habitual en la época, muchos iban a la farmacia para que le recomendaran qué remedio usar. "Una vez, vino un señor desesperado. Hacía días que no dormía por una comezón en las piernas. Yo le pregunté a qué se dedicaba y me dijo que era arenero, entonces, me imaginé que tenía algún problema de circulación, porque tenía que estar con los pies en el río. Le di un remedio para los sabañones y a la semana vino agradecido de la vida porque había recuperado la salud", recordó.
Hace 17 años que se jubiló y vendió la farmacia. El tiempo no le quita el buen humor y cuando habla de sí mismo, se refiere a "un muchacho buen mozo, simpático y con poco pelo, aunque la gente me decía ‘Don Antolín’ por el apellido de un curandero de Villa María", para hacer honor a ese olfato para dar el remedio adecuado.
Solidarios
Un matrimonio solidario
recordado por todos los vecinos del barrio es el conformado por Tito González y su señora.
Ambos tenían un negocio y conocían las necesidades de las familias del sector.
No dudaban en acercar alimentos, plata o trasladar a alguien que lo necesitara.
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