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La ciudad deja que otras características tomen protagonismo en el invierno de la costa |
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Escribe: Laura Tuyaret
Especial para EL DIARIO
Cuando el centenar de carpas ya se ha levantado, cuando las sombrillas no cierran el paso y la costa ya no parece un hormiguero de personas, vuelve la playa. Vuelven las costas anchas de arena dorada, las caminatas de atardecer con las olas rompiendo a lo lejos, la visita de las gaviotas. Vuelve la música del mar.
Cuando los pasos ansiosos y apurados no invaden las calles, cuando el número de turistas ya no duplica al de los habitantes, cuando no existe el afán compulsivo por salir, encontrarse, consumir, comprar, vuelve aquella villa con aires europeos. Vuelve a destacarse ese pintoresquismo que alguna vez la hizo ser conocida como la “Biarritz argentina”. Las largas charlas de café con alfajores en una antigua confitería, los paseos sin prisa por el puerto. Vuelve el tiempo.
Si bien es durante la época estival que Mar del Plata se convierte en la ciudad balnearia con más afluencia de turismo en la Argentina, cuando llegan las estaciones más frías afloran y resaltan aquellos detalles que la hicieron alguna vez única y que hoy la transforman en un destino ineludible. Ningún argentino puede irse de este mundo sin antes haber conocido la “Perla del Atlántico”.
Estilo Mardel
Las primeras décadas del Siglo XX recién asomaban y Mar del Plata ya se había convertido en la villa costera más concurrida. Eran tiempos en que lo europeo inspiraba, y la clase alta porteña comenzó a construir, sobre las costas o entrando a la ciudad, imponentes residencias del tipo art decó. En base a ello, los arquitectos locales desarrollaron un género propio al que se llamó “estilo Mar del Plata”.
Un paseo por las ramblas contemplando la arquitectura marplatense, que hoy combina aquellos emblemas del pintoresquismo europeo con las modernas edificaciones, es uno de los mejores programas para las tardes otoñales.
Después, vale la pena visitar el Hotel Provincial, acaso la principal postal de la ciudad. Su diseño fue inspirado en los palacios rurales franceses del Siglo XVII y se encuentra enfrente de la plaza del Milenio, con su impactante fuente de aguas danzantes y sus palmeras históricas.
Ferias y bingos
“La Feliz” cuenta con una rica variedad de alternativas para la temporada baja. Así, se puede realizar turismo de aventura, histórico, de cultura y por supuesto, pesca.
Una gran variedad de ferias y mercados atraviesan durante el día los puntos más importantes de la ciudad y crecen a lo largo de la jornada con la confluencia de habitues y curiosos. La más popular es la “Diagonal de los Artesanos”, sobre la avenida de los Tilos. Por aquí los viajeros podrán aprovechar para pasear y maravillarse ante el intenso amarillo otoñal de los árboles de la famosa avenida, que hasta inspiró una canción.
También se destacan el “Mercado de Pulgas y Feria de Antigüedades” en la plaza Rocha y, durante las vacaciones de invierno, la “Feria de las Colectividades” en la plaza San Martín.
Para los más nocturnos, la ciudad posee numerosos bares y discotecas. Pero la actividad recreativa por excelencia es, sin dudas, el casino. En Mar del Plata llueven los bingos y en el Casino Central las máquinas tragamonedas son gratuitas.
De noche el viento se hace más frío y durante el día no siempre está soleado. Sin embargo, eso no es un escollo para disfrutar de Mar del Plata en otoño e invierno. Porque se acentúa la magia y delicadeza de esta ciudad que en el trajín de la época estival permanecía oculta. De ser fondo, el paisaje pasa a ser protagonista. Y el sonido del mar se transforma en la mejor música ambiental que puede existir.
Ruta alternativa: La guitarra más grande del mundo
Escribe:
El Peregrino Impertinente
Cientos de miles de turistas vienen a Córdoba cada año buscando montañas, lagos y shows de Piñón Fijo. Por desgracia, estos visitantes se pierden en el camino un sinnúmero de obras realizadas por la mano del hombre que bien vale la pena conocer. No hablo de emblemas históricos, como las Estancias Jesuíticas, la iglesia de Los Capuchinos o la Medioteca de Villa María. La referencia está puesta en la “Guitarra Forestal”. Una gigantesca obra de arte levantada en pleno campo, 17 kilómetros al norte de General Levalle, en el sur provincial.
Se trata de una joya poco convencional. En 1978, Pedro Ureta trazó en su estancia una enorme guitarra de 24 hectáreas, formada de árboles de diferentes especies. Para apreciar esta maravilla en todo su esplendor, es necesario subirse a un avión. O tener el cogote ciertamente largo. Homenaje a la fallecida primera esposa de Don Pedro, tiene casi mil metros de longitud. El “puente” del instrumento está formado por seis filas de cipreses, y el “cuerpo”, por unos 2.500 eucaliptos. Un trabajo titánico que, obviamente, no fue sencillo ejecutar.
Al respecto, el propietario comenta que uno de los principales problemas a la hora de la realización fueron los roedores. No lo dice por políticos o abogados en búsqueda de algún rédito económico, si no por las liebres y cuises. Bichos irritantes y desalmados (las liebres y los cuises), se comían los futuros árboles cuando apenas eran unas plantitas. Cabe destacar también que para lograr su objetivo, Don Pedro no recurrió a ningún arquitecto ni ingeniero, y apenas contó con la ayuda de unos pocos peones. Mucho más fácil le hubiera sido con algún alfil y una que otra torre, muy valorados en finales con pocas piezas.
Tras varios años en el anonimato, el complejo recién está saliendo a la luz en los últimos años, y merece la visita. Aun cuando los telúricos más intransigentes lo critiquen porque “le falta el charango y el bombo”.
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