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3 de Junio de 2012
Entrevista
Sergio Carreras y Los niños de hielo
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“Los cadáveres de los cuatro niños
extraviados del hogar-escuela Fray Liqueno fueron hallados ayer a orillas de un arroyo, en la Pampa de Achala, a 150 kilómetros de
Córdoba, estimándose que la muerte de los pequeños se produjo por congelamiento, según las primeras informaciones conocidas anoche sobre el trágico suceso.”

Con este párrafo, abría una nota de EL DIARIO el 30 de setiembre de 1986. Seguramente usted recordará cómo en esos días, los medios periodísticos daban cuenta de la intensa búsqueda de cuatro niños que promediaban los 10 años y que se encontraban perdidos en las Altas Cumbres. Se trataba de Mario Oliva, Claudio Gil, Luis Peralta y Cristhian Rodríguez que en una reacción de enojo, por haber sido golpeados el día anterior, decidieron escaparse de ese lugar. Los acompañaba otro niño más grande, Carlos Domínguez, que salvó su vida porque decidió volverse.
Los años pasaron y el tiempo sepultó segundo a segundo la tragedia hasta julio de 2007. En Mina Clavero, mientras se desarrollaban las tradicionales cacharpayas de invierno y se disfrutaba de las comidas típicas, el espectáculo musical dio paso a una joven folclorista llamada María Luz. El repertorio transcurría hasta que en determinado momento la canción “Los angelitos de Achala” hizo llorar a uno de los presentes. Se trataba de Carlos Domínguez, que se dirigió a la cantante con ojos brillosos, para saber quién era el autor de la misma. Se trataba de un abogado del pueblo, que estaba de casualidad allí, al que pudo estrecharle su mano y decirle, simplemente, “yo iba a ser el quinto angelito.”
Ese es el hecho que motivó al reconocido periodista Sergio Carreras a contactarse con Domínguez y a escribir una nota en la que se contó por primera vez, los abusos que se cometían con los alumnos del Liqueno. Luego el revuelo social, la apertura de una causa, la polémica… Hoy la editorial cordobesa Raíz de Dos, acaba de lanzar “Los niños de hielo”. Allí Carreras cuenta en detalle los hechos que motivaron a los niños a intentar huir de esa realidad que vivían en un colegio de internos a 2.100 metros de altura.

Por Darío Falconi
eldiariocultura@gmail.com


-El libro lo comenzás reproduciendo los comentarios, bastante disímiles, de los lectores de una nota que publicaste en agosto de 2007 en La Voz. El tema es polémico desde antes de la publicación del libro, lo fue en la presentación del mismo y lo seguirá siendo por mucho tiempo, ya que hay distintas posturas e intereses por parte de ex alumnos, de familiares, de pobladores… de la gente en general. ¿Cuál es el aporte central que hacés a esta tragedia?
-Me interesó reproducir los comentarios para mostrar un poco de lo que somos como sociedad cuando nos enfrentamos a tragedias y problemas como este. La hipocresía, la falta de solidaridad, la maldad en estado puro, la pulsión por cuestionar a las víctimas más que hacer foco en los victimarios, lo fácil que es cerrar los ojos y pensar que esto nunca pasó, que es un invento, que a mí nunca me va a pasar. El día de la presentación del libro, leí comentarios que ese mismo día habían sido hechos en los sitios web de Córdoba y eran un calco, hasta usaban las mismas palabras, que los que reproduzco al principio del libro. Hay un concepto foucoultiano que me gusta mucho, el de parreshia, que se refiere a la consecuencias que tiene el acto de decir la verdad, el decir la verdad aunque cueste, aunque duela. Este es uno de esos casos. Es una tragedia terrible, son cuatro criaturas de 9 a 11 años que murieron congeladas en las Altas Cumbres escapando de una escuela que ellos vivieron como un centro de maltratos. ¿Y nadie se quiere hacer cargo de eso? ¿Acá no pasó nada? No voy a darles el gusto de que vivan esa tranquilidad. Por eso escribí el libro, para contarlo, para mantener vivo un reclamo de justicia, ese es el aporte que hago.

-Una de las partes más fuertes del libro es la descripción que hace el oficial a cargo de los cuerpitos hallados bajo la nieve. En el “Acta de inspección ocular y secuestro” se detallan el estado de los cuerpos, las vestimentas (precarias y de mucho uso) y los objetos encontrados en los bolsillos (piedritas, hilos de lana, goma de borrar…). La lectura de este documento da cuenta de la inocencia de estos pobres niños y por otro genera inevitablemente algunos interrogantes, ¿cuáles fueron los tuyos?
-Lo que más me llamó la atención del caso es cómo fue posible que pasaran más de 20 años desde las muertes y a nadie le interesa conocer qué fue lo que pasó, cuál fue la causa de la fuga de cuatro nenitos, sin alimentos, casi sin abrigos, a más de 2.100 metros sobre el nivel del mar, en plena montaña. Cuando revisan los cadáveres ven que los chicos ni siquieran llevaban medias, y encuentran en sus bolsillos piedritas de colores, una goma de borrar, hilo para hacer volar barriletes. Eran cuatro criaturas que no sabían a lo que se enfrentaban cuando escaparon del colegio, pero prefirieron eso a continuar a merced de sus maestras golpeadoras, de un sacerdote golpeador. Esa imagen de cuatro nenes muertos y congelados en la montaña, sin medias, vestidos con ropas prestadas y rotas, habla de la situación de pobreza de todo un valle, de donde ellos venían, habla de la educación rural en lugares inhóspitos, habla de la manera en que algunas órdenes religiosas tomaron de rehén a niños que debían educar, habla de la violencia, habla de la hipocresía y falta de interés de los jueces de Menores que enviaban a esos chicos a esa escuela reformatorio en la montaña, habla de la hipocresía del Estado.

-Cuando la orden franciscana decidió que el colegio ya no cumplía con su misión, ordenó quemar todos los documentos que podrían aportar valiosísimos datos para la investigación; sin embargo, los testimonios de mucha gente aún pueden aportar muchos datos y confirmar la veracidad del testimonio de Carlos Domínguez. ¿Esto es así? ¿Surgieron nuevos testimonios?
-Sí, a partir de la publicación del libro no pasa un día sin que me contacte alguna persona que tiene una historia que contar con relación a esta tragedia. Familiares de los chicos fallecidos, amigos, ex maestros. Quienes quieren negar la historia de maltratos que cuento en el libro, apuntan a desprestigiar a Carlos Domínguez, que fue el ex alumno que 21 años después contó la historia de por qué se produjo la fuga de los cuatro niños. El se fugó con ellos, regresó y salvó su vida. La historia de Domínguez ha sido ratificada por otros testimonios de ex alumnos. En el libro incluyo dos testimonios más, pero podría haber incluido diez, no quise ser redundante. Estos testimonios están también en la investigación que abrió el fiscal de Villa Dolores, Emilio Andruet, luego de la publicación de mi primera nota en La Voz del Interior. Domínguez, en esta historia, es claramente una víctima. Tuvo una vida difícil. Hoy está en la cárcel. Quienes quieren desprestigiar su testimonio diciendo que es un presidiario, me parecen personas horribles.

-¿Qué particularidades presenta el hecho de abordar esta historia en un libro, a diferencia de lo que puede publicarse en un medio periódico como lo es un diario?
-El libro es el lugar que esta historia se merecía. Ya que no tuvo lugar en los expedientes judiciales, ya que no tuvo lugar en las investigaciones administrativas, es bueno que quede este registro literario y periodístico. Publicar estas historias en un diario es una aventura excitante, que disfruto mucho hacerla, cuando trabajás con limitaciones de tiempo, plazos de publicación, cuando coordinás con fotógrafos, ilustradores, editores, cuando tenés que respetar manuales de estilo, encastrar opiniones, cuidarte de límites editoriales y formales, todo lo que implica trabajar en un medio de comunicación. Pero llevar la historia al libro es algo todavía mejor, te enamorás de la historia, querés a sus personajes, te sumergís en un paisaje, en una escuela extraviada en las alturas de una montaña, escribís de otra manera, querés hacerte entender, querés empatizar al lector sin una marca periodística de por medio, sos vos y quien -con suerte- te va a leer.

-Queda descubierto en este libro que el Fray María Liqueno era un colegio que oficiaba más como reformatorio que como establecimiento educativo, un depósito humano al que asistían niños de escasa condición social o con ciertos rasgos de mala conducta. ¿Qué opinás de esta institución? ¿Cómo fue luego que la provincia lo tomara? ¿Qué representa para los habitantes de la región?
-Estoy seguro de que el colegio Liqueno y la orden franciscana que lo creó en 1929 y lo administró hasta 2007, tienen historias valiosas y valientes para contar. Estoy seguro que hubo docentes y empleados que han hecho sacrificios, que han dado partes importantes de sus vidas para ayudar a cientos de chicos que pasaron por ahí. Pero lo que cuento en este libro es una tragedia, una tremenda tragedia que ocurrió en ese lugar, cuando el Liqueno ya no era un simple colegio hogar sino que funcionaba como un reformatorio, un lugar para chicos de conducta difícil, para chicos de familias pobres que nadie quería o podía criar. Me siento en buena parte responsable de que hoy el Liqueno esté en manos de la provincia de Córdoba, ya que durante 2007, antes de contar esta historia de los cuatro niños muertos, estuve realizando notas que ayudaron a que el Gobierno provincial se hiciera cargo del colegio, y a que las familias de la Pampa de Achala siguieran teniendo un colegio para enviar a sus hijos, como querían. La orden religiosa había anunciado el cierre del colegio diciendo que ya no había alumnos en la zona. Por suerte, los hechos demostraron que eso no era verdad.

-Luego de tu nota en 2007, en la que se dieron a conocer los maltratos, los abusos, se abrió una causa al respecto, pero que no se continuó; ¿qué considerás que hace falta para que este hecho y sobre todo la realidad que vivían los internados no quede impune?
-Más que la verdad judicial y administrativa, me interesa la verdad social, por llamarla de algún modo. Me interesa que todos nos podamos hacer cargo de nuestra responsabilidad frente a hechos como este. ¿De qué vale una condena judicial contra dos o tres responsables directos si estas situaciones se continúan repitiendo? Hace pocos meses publiqué otra investigación, sobre los abusos sexuales en la Casa del Niño del Padre Aguilera. A los pocos meses de la publicación la casa cerró y está intervenida. ¡Y era una de las instituciones más prestigiosas de Córdoba! Hubo más de 20 nenes abusados sexualmente, se acaba de elevar a juicio la primera causa por este tema. ¿Qué hicieron los jueces de Menores que debían visitar y cuidar a esos chicos? ¿Qué hizo el Poder Ejecutivo? Usaron la Casa del Padre Aguilera como depósito de niños, tal cual como se usaba el colegio Liqueno en los años ‘80. Los políticos usaron la casa para ir a sacarse fotos con nenitos pobres que quedaban bien en las fotografías de los candidatos. A eso me refiero con hacernos cargo de estas verdades y actuar en consecuencia, para no permitir que continúen.

-Es increíble cómo una canción cantada en el momento indicado, con la presencia de los actores indicados, desencadenó un testimonio, una nota, una causa, un libro, ¿qué impresión tenés al respecto?
-Tengo opiniones extremistas con respecto a estos temas. Creo que una buena canción puede cambiar la historia, creo que una palabra dicha a tiempo, en el momento justo, puede cambiar la historia. Creo que el autor de una buena canción, capaz de representar los sueños, las ambiciones o los dolores de una generación, tiene ganado cualquier tipo de Cielo. Estoy leyendo un libro de Sergio Pujol, Canciones argentinas, que de alguna manera habla de eso. En este caso, Pepe López, un poeta de Cura Brochero, quiso robarle al olvido esta tragedia que ocurrió en 1986 en la nieve, en las montañas. Lo hizo tan bien, que en el futuro, nuestros hijos, los cordobeses y argentinos del futuro, recordarán esa tragedia a partir de su canción “Los angelitos de Achala”. Esa canción hizo brotar el testimonio de un ex alumno, hizo abrir una investigación judicial, reabrió una discusión que todavía no sé hasta dónde nos va a llevar y me hizo a mí escribir un libro. ¿No es poco para una canción, no?

-Finalmente, ¿cuáles son los riesgos de hacer periodismo de investigación en Córdoba?
-Los mismos que hacerlo en Catamarca, en Buenos Aires o en Santa Cruz de la Sierra o Montevideo. El periodismo, especialmente el periodismo de investigación, crece en el conflicto, en la crítica, en la oposición al poder, en su enfrentamiento con los gobiernos, con todos los gobiernos, tengan el color y la ideología que tengan. Los límites suelen estar claros: hay presiones políticas, económicas, editoriales y profesionales. Uno sale con su libreta y su lapicera a la calle, y sabe que si lo hace bien, puede ayudar a cambiar, a mejorar algunas cosas. Hay que estar consciente de los riesgos de este trabajo, no hay que ser estúpido ni exponer la cabeza sin necesidad, pero ser consciente de los peligros no significa autolimitarse o cerrar los ojos a los temas difíciles. Sin periodismo no existen sociedades libres, con periodismos domesticados y militontos sólo crecen los autoritarismos, las hegemonías y las formas degradadas de organización política. El periodismo de investigación es un remedio, generalmente débil, solitario e insuficiente, para combatir esas aberraciones.

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