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El bebé no llora para fastidiar a su madre sino para comunicarse con ella |
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Para cada uno de nosotros, los hechos de nuestra infancia y especialmente de todo lo que recordamos de ella, mueven los hilos de nuestra vida.
Todos hemos vivido infancias protegidas o desprotegidas, con una madre amorosa o una madre sometida a sus propios miedos y rigidez afectiva. Cuando somos adultos ante situaciones problemáticas del orden que sea, las resolvemos o pretendemos que alguien nos lo resuelva repitiendo lo que aprendimos a esperar respecto a los adultos.
El llanto del bebé es su palabra.
El bebé no llora para fastidiar a su madre sino para comunicarse con ella. Es absolutamente normal que, en los primeros meses de nacido, el niño llore dos de las 24 horas del día y aún más. También es normal que haya niños más llorones que otros. En poco tiempo la madre podrá distinguir los tipos de llanto de su hijo y lo que quiere solicitar. Cumplir sus pedidos con toda la descarga de calma y afecto que el niño necesita es el más saludable y lógico procedimiento.
Desde el punto de vista del niño , él simplemente llora porque reclama compañía o atención a sus necesidades, pero los adultos interpretamos que llora más de lo que nuestra paciencia tolera. Decimos "es llorón", "caprichoso", “es maña”, “le gustan los brazos”, “es histérica”, “es insoportable”, “lo mirás un poco y se larga a llorar”, etcétera.
Así opinan los adultos respecto a lo que le pasa al niño que se considera demasiado insistente o que no se contenta con lo que obtiene. Mientras fluyen una variedad de interpretaciones ante el reclamo del niño, a éste le sucede una sola cosa, pero eso es nombrado desde la interpretación de lo que le sucede a otra persona.
Simplemente porque cuando somos niños aún no tenemos las palabras para nombrar lo que nos pasa. Así escuchamos y asumimos nombres prestados: “insoportable”, “terrible”, “tímido”, “gritón”, “callado”, “buenito”, etcétera.
Es probable que el niño sea insistente y tenga tanta vitalidad que nadie pueda dejar de oír lo que constituye una reacción desesperada en busca de amor. Esa impaciente necesidad de ser amado.
Cuando tomamos un niño en nuestros brazos, lo miramos como queriendo indagar en el misterio de qué será su futuro, es como tener en nuestras manos un puñado de semillas y no saber qué planta han de dar.
Prepararse para acompañar a un niño en sus propios procesos de evolución y crecimiento personal es estar dispuesto a enfrentarse al dolor y necesidad del otro. Entrenar la mirada para observar las realidades abiertamente a favor de la prosperidad del niño.
Sólo entonces sabremos que los consejos son inútiles, que no sabemos más que nadie, sino que simplemente tenemos la capacidad de mirar la realidad. No debemos dejar enceguecernos por las identificaciones (“es insoportable como el tío”, “calladito como la abuela”, “tiene el carácter del padre”, etcétera) o vivencias personales (“en mi familia no se acostumbra a tener los chicos en brazos”, “a mí me criaron sentadita en el Bebesit”).
Tratar de descifrar el significado de su llanto, comprenderlo y ponerlo en palabras será el camino para que el niño aprenda sobre sí mismo a través de su madre. Ayudar al otro a conocerse es llevarlo de la mano hacia su propia identidad.
No hay algo más amoroso que lo que un ser humano pueda hacer por otro ser humano.
Instituto Especial “Del Rosario”
Servicio de Educación Temprana
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