Fue directivo y encargado por décadas. Su casa, tenía en el interior una puerta que comunicaba directamente con el club, facilitando la tarea de Ignacio Juan Rossetto.
Nos recibe en su vivienda, la que ocupa desde muy joven, cuando se vino con su madre desde un campo en La Playosa.
“Yo nací en San Antonio de Litín y de ahí, nos fuimos a La Playosa. Si bien vivíamos en el campo, yo fui a la escuela al pueblo porque estaba cerquita, era como de acá hasta el puente”, indica.
Considera que tuvo mala suerte, pero que a la vez, fue privilegiado.“Mala suerte porque siempre me tocó trabajar duro en el campo, ayudando a mi padre. Por un permiso especial, yo empezaba las clases en junio. Pero cuando estaba en sexto grado (el último de la primaria, cuando había primero inferior y primero superior) se enfermó mi padre y no pude terminar la escuela, porque me daban más tareas en el campo”, dijo.
“Pero por suerte, también fui un privilegiado, porque no me costaba para nada la escuela”, agregó.
Cuando todavía era un adolescente, fallece el papá y después de algunos años de trabajo rural, deciden venirse a Villa María con la madre. “Le dije: por mal que estemos en el pueblo, no te voy a ver esforzarte tanto”, relató.
Así fue que se instalaron en Villa María y con sus 20 años, pide trabajo en el ferrocarril, en Güino Botta y Baudino. “A los 15 días, me habían llamado de los tres lados. Era porque en esos tiempos veían llegar a un gringuito de la zona y sabían que era trabajador”, recuerda.
Finalmente, decide desarrollar su vida laboral en Baudino. “No me quería mucho el dueño, al tiempo, pensé, no estoy seguro, pero creo que es por eso, porque como yo fui desde el primer día del club Ameghino y el propietario era de la directiva del Club Sarmiento, capaz que no le haya caído en gracia. Me di cuenta porque cuando el Ameghino dejó el fútbol, se le pasó un poco la bronca”, bromeó.
Rossetto compró el terreno donde se radicó en Villa María al lado de un baldío que después pasó a ser del Ameghino. Esa circunstancia azarosa marcó su vida para siempre.
“Estuve 35 años en la Directiva, además iba como delegado del fútbol. Me acuerdo que las reuniones eran en la Canchita de Ejercicios Físicos y el mismo día, pero en una oficina al frente, se reunía la Asociación de Básquet. Yo siempre saludaba a los muchachos del básquet y les decía que si no fuera el mismo día, yo iba por el Ameghino. Finalmente, cambiaron el día y nos sumamos, empezando así el básquet en el club”, recordó.
Reconoce que hubo un gran impulsor de la entidad. Fue don Lorenzo Gilli, quien aportaba recursos para todas las inversiones que hacía el club, además de ser un dirigente que estaba siempre al frente. El club era, por entonces, un grupo de personas que se reunía en un garaje. Con dinero que después le devolvieron a Gilli, compraron los dos terrenos de la calle San Juan que fue la piedra angular para el crecimiento de una institución que, por entonces, era todo fútbol.

La construcción

Ya con el terreno, la idea era construir. Para pagar la obra, necesitaban recursos y comenzaron a pergeñar ideas que terminaron siendo un sello distintivo del barrio.Entonces, surgió la idea de hacer las romerías españolas. “Contratamos a Los Alegres Orensanos, que era un grupo de gaiteros de Rosario. Ellos salían a dar la vuelta al perro alrededor del club y ya llegaban con toda la gente que venía por detrás para quedarse en la romería. En la calle, hacíamos las kermeses y con todo eso, pudimos juntar la plata”, recordó.
Habían comprado el terreno en agosto de 1952 y en marzo de 1953, estaba inaugurada la sede. “Hicimos una fiesta con la orquesta de Edmundo Suárez, de Córdoba, que sonaba tipo D‘Arienzo y tuvimos que repetirla por el éxito que tuvo de convocatoria”, señaló Rossetto.
Después, vino la necesidad de hacer el techo. Costaba, por ese entonces, 3.700.000 pesos.
“Había que pagar los 700 mil y el resto en cuotas. Sacamos créditos, yo y otro más, para la entrega y después había que pagar las cuotas del crédito y las del techo”, recordó.
No dudaron en comprometer su patrimonio para afrontar los gastos del club que albergó tantos bailes, actividades deportivas y la vida social del barrio que creció al ritmo de su institución.
Rossetto, cuando dejó la directiva, siguió trabajando como encargado. “Cuidaba las sillas. Cuando entré, noté que faltaban 90 sillas. Pero las fui recuperando”, dijo.
Hoy, ya no tiene la puerta interna que lo comunica con el club. Prefiere que cada cosa esté en su lugar. “Bahh.. en realidad, la hice cerrar un día que me enojé con el organizador de unos bailes”.
Sabe que su historia está ligada a la institución y a la del barrio que le dio la bienvenida a ese gringuito veinteañero que vino a la ciudad para que su madre tuviera una vida menos sacrificada. Y lo logró.