Escribe: El Peregrino Impertinente
Hacen días de frío en Argentina. Se da uno cuenta cuando sale al patio y ve al perro frotándose las patas delanteras y sacando humito por la boca, y a la tortuga clavándose un whisky.
La época de las heladas está golpeando la puerta y nosotros, pensando que es un testigo de Jehová o un mormón, no le queremos abrir. Es lo que hay señores. Así como antes gozamos los meses de sol y calor, ahora nos toca bailar con este tipo llamado Juan Carlos Invierno. Personaje amargo y malhumorado, que si tuviera una cara, sería igualita a la de Julio César Falcioni.
Por suerte nos queda el escape mental. El de fantasear conque viajamos a una playa paradisíaca, donde los rayos solares nos perfuman la dicha, el agua cristalina nos refresca el espíritu y el heladero nos arranca la cabeza por un palito de agua.
Hoy no son pocos los villamarienses de clase media que van más allá del sueño. Pagando en cuotas y afilando números, los locales con sed de algo diferente se burlan del frío yéndose unas semanitas a destinos cálidos. El Caribe, el norte de Brasil y hasta el sur de Europa disfrutan actualmente de días espléndidos, y sufren la llegada de argentinos.
La práctica no es masiva, es cierto, pero sin dudas ha dejado de ser un lujo para las elites ¿O acaso no le llama la atención que el vecino ande tan bronceado en pleno junio, y que ahora se le de por comer choclos y escuchar Caetano Veloso? Envidia me dan.
Qué mejor que trocar escarcha y cielo gris por playa y calor. Tirarse en la arena, contemplar el mar y deleitarse con nuestra actividad favorita: hacer cualquier cosa menos laburar.
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