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10 de Junio de 2012
Transitando los caminos de la historia - Nota 295
Osvaldo Bayer durante su última visita a Villa María
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Escribe: Jesús Chirino
Fotos: Julieta Falchetto

Junto a dos estudiantes salimos hacia Buenos Aires para encontrarnos con Osvaldo Bayer. Cosas que pasan, suelen llamarle suerte. Llegamos con la noche, en esa ciudad de millones de almas nos detuvo la luz roja de un semáforo y por el parabrisas apareció la barbada figura del historiador.
Saludos.
De nuevo nos encontramos.
Venía del acto por el 25° aniversario de Página/12 donde la presidenta de la Nación lo nombró dos veces en su discurso.
Una forma de reconocimiento.
Acordamos trabajar a partir de las siete de la mañana del otro día.
Llegamos diez minutos tarde y él ya estaba en la puerta de su casa, parado con su maleta llena de historias para contar, tal cual dice la letra que cantan los muchachos de Arbolito. Nos esperaba en la puerta de El Tugurio, como supo llamar a ese lugar su gran amigo Osvaldo Soriano.
Bayer recuerda que le gustó la designación, entonces fue hasta un criollo fileteador y pidió que le escribiera el cartel que ahora cuelga en la puerta de su casa. Decidimos trabajar allí.
Entramos.
Siempre con palabras atentas, fijándose en detalles reveladores.
“¡Qué lentes tan bonitos!”, dijo él.
Yo observé que sí. Y grandes.
“¡Julieta, la chica de lentes grandes!” Agregué, entornando los ojos hacia la joven aludida y Yamila que la acompañaba.
Bayer las miró con complicidad, diciendo: “¡Qué buen nombre para un cuento! Cortázar hubiera hecho un cuento con eso”.

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Así comenzaron dos días de charlas con un intelectual que, a los 85 años de edad, puede mostrar una trayectoria de coherencia, trabajo serio y defensa de causas justas. Luchas por la verdad de los de abajo que en más de una oportunidad le acarrearon persecución, cárcel o exilio.
Algo de eso pasó cuando siendo muy joven, luego de dieciocho meses cumpliendo con el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Infantería de Palermo, consiguió trabajo como aprendiz de marinero timonel en el Vapor Madrid. Nos relató que eran tiempos de Perón. Se había votado la huelga marítima del año ‘50. El Madrid zarpó un día antes del inicio de la medida de fuerza. La huelga había sido desconocida por el oficialismo de entonces y Bayer fue el único marinero que hizo huelga en el Madrid. Lo desembarcaron en Rosario y allí lo detuvo la Prefectura. El prefecto mayor le rompió la libreta de embarco diciéndole que nunca más navegaría en los buques de la Patria. Pero cincuenta años después la Federación Marítima le rindió honores por haber sido, en aquella oportunidad, el único huelguista en ese Vapor. Como él mismo suele decir, al final siempre triunfa la ética.
Nuestro encuentro en El Tugurio sucedió el 31 de mayo. Se cumplían cincuenta años de la aplicación de la sentencia al nazi Adolf Eichmann, responsable de la llamada “solución final” que no fue otra cosa que tortura y asesinatos masivos de seres humanos. Luego de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial se refugió en la Argentina. De aquí lo secuestraron agentes israelíes en 1960, entonces trabajaba en la Mercedes Benz. Juzgado en Israel, Eichmann fue condenado a ser ejecutado mediante la horca. Le recordé ese aniversario a Osvaldo. Sentado bajo la luz de la lámpara de pie dijo: “Eichmann, realmente un asesino total. Pudo entrar a la Argentina con la ayuda de los militares argentinos y la Policía argentina, pero finalmente fue descubierto. Por lo menos se le hizo un juicio, cosa que él no hacía juicio a ninguno, los mataba directamente. Bueno, como hicieron nuestros militares después con la desaparición de personas”.
La conversación derivó por otros temas. Así volvió a aparecer el recuerdo de Julio Cortázar y su gran trabajo en Europa para hacer conocer lo que pasaba en nuestro país en tiempo de la dictadura desaparecedora de personas; luego en la conversación desfilaron Paco Urondo, Osvaldo Soriano, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, El Che y tantas otras figuras. Anécdotas con cada uno de ellos y volver a lamentarse de que no están más. Viajando hacía Villa María nos habló de Haroldo “cada vez que lo encontraba y hablaba con él, se le notaba el río en sus ojos” era El Delta que tanto había enamorado a Conti.
Cuando llegamos el Inescer “Dr. Ángel Diego Márquez” le entregó Las Palmas Académicas, así sumó un reconocimiento más en su dilatada vida intelectual. Pero, humilde, en ese homenaje dijo: “Realmente estoy muy emocionado por este acto, sinceramente, por las palabras. Nunca hubiera soñado una cosa así cuando tuve que marcharme al exilio por mis libros debido a la condena de muerte de las triples A, en el año ‘75. Luego regresé y la dictadura militar también me persiguió y fueron ocho años de exilio por haber escrito esos libros. Y nunca pensé actos así aquella vez que tuve que abandonar el país y por eso dedico esto a mis queridos compañeros y amigos Rodolfo Walsh, el Paco Urondo… me emocionan los nombres, y Haroldo Conti, que no pudieron ver actos así tan merecidos por ellos, Fueron asesinados por la dictadura, qué hombres brillantes…” el público rompió en aplausos y a más de uno se nos cruzó Eduardo Requena, cuyo nombre lleva la biblioteca del Inescer, y todos los otros desaparecidos de esta ciudad. Entonces aumentaron los aplausos a Bayer porque son necesarios los historiadores y periodistas como él que investigan y escriben desde el compromiso con la realidad social.
En la sala Ricardo Martínez, Bayer continuó diciendo “¡qué hombres brillantes, qué libros que escribieron, cuánto dieron al país y a nuestra sociedad!”. Luego dejó una pregunta: “¿Qué nos pasó a los argentinos?”. Un interrogante que despliega a lo largo de toda la historia del país. Desde aquel 25 de Mayo de 1810 y los ideales expresados en “los documentos de un Manuel Belgrano, de un Mariano Moreno, de un Juan José Castelli”, hombres que lucharon por la libertad, la igualdad y para devolverle todo lo que perdieron los pueblos originarios. Para terminar con la esclavitud a la que habían sido sometidos. “Por ejemplo, Manuel Belgrano al llegar a tierras paraguayas les devuelve las tierras que les habían sido robadas por los conquistadores españoles...” Y habló de Mariano Moreno, regresó a la figura de Juan José Castelli que planteó aprender de los pueblos originarios, de su falta de sentido de la propiedad. En palabras de Bayer “todo para ellos es comunitario, no tienen sentido de la propiedad, nadie posee nada, todo es de todos y también el respeto por la ecología. Toman de la naturaleza solamente lo necesario, porque piensan en las próximas generaciones…” Luego asesta un golpe certero a lo que puede parecer una dicotomía insalvable preguntando por qué no unir las cuestiones positivas que nos llegaron desde Europa, el amor a la ciencia, con aquella sabiduría de los pueblos originarios. Castelli planteaba esas cosas, pero luego fueron traicionados los principios de mayo. Bayer dijo: “Ya Rivadavia empieza con esa traición y después llega a su culminación con el genocidio que hace Roca de los pueblos originarios”. Y la búsqueda que anida en todos aquellos que aceptan la pregunta de Bayer sigue recorriendo la historia y encuentra muchos momentos tristes y horrorosos en que se abandonaron esos principios en relación a los pueblos originarios: las matanzas de pueblos originarios en Napalpí (Chaco, 1924), el Malón de la Paz de 1946, el genocidio de Pilagá (Formosa, 1947) y muchos otros momentos triste de nuestra historia.
Pero la historia, como una mirada crítica del pasado incorpora posicionamientos éticos. Cuestión que lleva a la pregunta de por qué el Estado no ha pedido perdón por esas matanzas. Tampoco lo han hecho los partidos políticos que gobernaban cuando sucedieron algunos de esos terribles sucesos. Al otro día, cuando regresábamos hacía Buenos Aires, Bayer insistió con esa idea de las disculpas. Es una buena idea, pero los partidos políticos parecen no querer tomarla.



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