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Hernán Piquín trazó los momentos más importantes de Mercury, a través de su música |
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Si de algo le ha servido a Hernán Piquín su aclamada y reciente experiencia en el “Bailando por un sueño” fue para capitalizar tamaña exposición mediática, completamente a su favor.
Tras sortear los prejuicios fronterizos entre el arte culto y la expresión popular, el bailarín ingresó a la “picadora de carne” televisiva, rozó los golpes bajos de lágrima fácil al compartir escenario con “la enana Noelia” y finalmente se coronó victorioso e indemne al aguijón de las fórmulas banalizadoras.
Piquín, cuyo solo apellido en la marquesina lograra colmar dos salas del Teatro Verdi, ha podido atraer a ese público múltiple y complejo de la cultura de masas, hacia un increíble espectáculo de danza contemporánea; algo impensado dos años atrás.
Aunque es odioso esgrimir hipótesis contrafácticas, se podría suponer que si el artista no hubiera trascendido a la plataforma “mainstream” no hubiera llegado a convocar con semejante respuesta; más allá de que en el ámbito de las artes coreográficas ya era una figura indiscutible.
Más allá de tales elucubraciones, “Freddie”, es una puesta de niveles superlativos. Es una combustión desenfrenada de despliegue escénico, dinamismo sin cortes, intervención visual de simbología alusiva, provocativas insinuaciones homoeróticas -sin caer en la procacidad- una ornamentación acorde y el sentido teatral y narrativo de los climas y cuadros argumentales, coronados por la envolvente y visceral música de Queen.
Todas las etapas vivenciales de Freddie Mercury -inicios, auge, apogeo y muerte- son acompañados por la increíble y estilizada figura de Piquín y un cuerpo de baile que se entrega a la altura del maestro. Cecilia Figaredo, la primera bailarina, interpreta a la muerte roja (recuérdese que el músico padeció el SIDA), que ronda las escenas hasta su llegada al cielo. Allí, junto con la cortina de “We are the champions”, Piquín luce los atributos de “reina”, para un cierre arrollador.
Tanto el bailarín como el cantante homenajeado lograron, salvando las distancias, metas similares. Superaron rancios estereotipos culturales, expusieron sus inclinaciones sexuales a la vista y demostraron que la calidad del arte no se deprecia por su masividad, sino que lo torna accesible para todos. Una actitud, al fin, de valentía.
Juan Ramón Seia
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