Según consta en el libro de Bernardino Calvo, pasaron años antes de que las autoridades municipales lograran llevar los servicios al barrio Palermo debido a que los dueños de los terrenos se negaban a ceder el espacio para las calles.
Se trataba de la firma Saint Freres Limitada, con sede en la Capital Federal, que tenía intereses comerciales en Villa María.
Ya en los años 20 se identificaba al lugar como “barrio Palermo”, sin que tuviera el reconocimiento oficial.
La correspondencia que cita el libro de Calvo entre los sucesivos intendentes y la firma propietaria empieza en 1928 y recién dos años después se puede hacer el plano autorizado del loteo con sus respectivas calles.
En una de las misivas, el intendente Ernesto Díaz le dice a la empresa: “Los propietarios no pueden ser un obstáculo para el progreso y el adelanto de los pueblos y mucho menos cuando ellos se fundan en una ambición desmedida que se traduce en prejuicios directos a la comunidad”.
El barrio se fue así desarrollando, teniendo el río como horizonte, un río que en las primeras décadas de 1900 lucía con una tupida maleza que impedía ser usado como paseo.
“Río, costanera, Balneario y Anfiteatro, allí donde se conjuga la obra de la naturaleza con la del hombre, donde el esfuerzo imaginativo y creador de quien trabaja, lucha y construye se gratifica con el goce de un paisaje y una arquitectura que refleja la proporción de sus sueños, allí, el viejo “Palermo” es algo más que el patrimonio de un barrio. Pertenece a la ciudad no sólo por su historia, sino, fundamentalmente, por su porvenir”, dice Calvo en su libro sobre la historia de los barrios.
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