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Una imagen aérea del barrio Palermo que data del año 1967. En la otra foto, el ingeniero Invernizzi, quien tiene en su haber obras importantes, pero la del Anfiteatro lo marcó para toda la vida |
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Aldo Invernizzi nació en Italia. En un viaje que hicieron sus padres para visitar parientes en Argentina se declaró la guerra en Europa y decidieron no volver. Corría el año 1938.
Así fue que su infancia transcurrió en Hernando y luego llegó con su familia a Villa María, donde cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional.
Fue testigo, como muchos de su generación, del crecimiento casi vertiginoso de la ciudad.
“Lamentablemente acá nadie tiene en cuenta la palabra ‘urbanismo’. No saben si va con ‘h’ o no”, dijo al hacer referencia a que ese desarrollo se dio sin demasiada planificación.
“Hay que pensar en el futuro. El crecimiento se debe planificar, pero lamentablemente no se prevé nada. Imagínese qué va a ser de esta ciudad con tantos automóviles en los próximos cinco años, no le hablo de mucho más allá. Las ciudades colapsadas son como los cuerpos con colesterol. Cuando se taponan, o se ensanchan las arterias o se muere”, advirtió, sin dejar nunca de lado su mirada de arquitecto.
En ese rol, el de profesional, es que le presentó al entonces intendente Fernández Núñez el proyecto de creación de un Anfiteatro. “Cuando vio la iniciativa me dijo que estaba loco. Y ahí fue que guardé el plano”, recordó.
Pero un día se forma en la ciudad una comisión de Turismo integrada por “grandes amigos”, señaló. “Lamentablemente, soy el único que queda de ese grupo. Debe ser que el diablo no me quiere”, bromeó.
Así, en ese grupo, pensaron en ideas para atraer el turismo a Villa María y surgió la propuesta de un festival.
El problema era dónde se hacía. “Una de las ideas era la Canchita de Ejercicios Físicos, pero no era adecuada por distintas razones. Entonces ahí dije: ‘yo tengo un plano’”, en referencia al proyecto del Anfiteatro.
El grupo se puso a trabajar “a cuenta y riesgo de nuestros bolsillos” y empezaron con los movimientos de tierra en el predio que hoy ocupa el Anfiteatro, que por entonces era un basural.
“El primer festival se hizo con sillas de madera y de lata. Bah, todas las sillas que andaban por ahí iban a parar al Anfiteatro. El trabajo más importante fue el movimiento de tierra, que se lo habíamos encargado a un señor Schuck, que trabajó incansablemente con su tractor”.
El plano fue presentado por la comisión al entonces intendente Goletti. El mandatario les dijo que estaba muy buena la idea, “pero que a la pachanga la paga el que la hace”, haciéndoles saber a ese grupo de entusiastas del folclore y de la promoción de Villa María, que la Municipalidad no iba a poner un peso para el Festival.
Así fue que se hizo el primer festejo. “Por supuesto que salimos perdiendo, así que todos hicimos unos cheques de nuestras cuentas. Eran otros tiempos, la gente hacía cosas por amor. Nosotros amábamos el folclore y a la ciudad”, recordó.
Como arquitecto, tiene en sus espaldas proyectos importantes. Tal es así que fue el que gestionó ante el Banco Hipotecario la construcción de los monoblocks de la Costanera -otro símbolo de la ciudad- “que tuvo una férrea oposición de unos concejales que los querían hacer en otro lado, por algún negocio que tenían y que prefiero no mencionar”, dijo.
Pero más allá de la importancia de sus proyectos, seguramente el del Anfiteatro lo marcó para el resto de la vida. “El primer año, hubo unas tres mil personas. Para el segundo, ya pudimos hacer las butacas. Había unas 5.500”, recordó.
Su llegada al barrio
Como vecino del centro, en una casa con escaleras, decidió buscar un terreno en un lugar en el que pudiera construir una casa adecuada al tránsito de una persona mayor de edad. “Justo mi hijo encontró un hombre que vendía el terreno que, vaya a saber por qué casualidad, está al frente del Anfiteatro”, dice.
Hoy es un vecino más del barrio Palermo que disfruta desde su vivienda de las noches festivaleras, aunque ya no sea el folclore lo primordial. “El sonido va para arriba, así que no es molesto para los vecinos del sector. Y por la gente, cómo me va a molestar ver gente contenta”, dijo.
De todos modos, explica que hoy cuando ve el coloso de cemento entiende que dejó de ser un Anfiteatro. “No es que esté mal ni bien. El Anfiteatro no tiene techo. Cuando lo terminen -aún falta mucho-, va a ser un salón importante”, dijo.
Lamenta también que “por juntar unos pesos más haciendo la platea VIP”, hayan sacado la “lengua”, que permitía al artista estar en contacto cercano con el público.
En su casa amplia, tiene un reducto que es un espacio de recuerdos. Allí tiene dos cuadros que atesora como el que más. Uno es una fotografía que acompañamos en esta nota y es una vista aérea del barrio Palermo cuando se hizo el Anfiteatro, 45 años atrás. Allí se ve una imagen de un gran sector despoblado con el coloso -entonces de piso de tierra- y el río como únicos elementos del paisaje. Esa foto permite advertir la rapidez con la que creció el barrio Palermo.
El otro cuadro que atesora es el diploma que le entregaron sus amigos de aquella comisión iniciadora del Festival, en la que desde Tito Suárez hasta el resto del equipo lo destacan como “el gringo gaucho”, el que eligió, a pesar de ser nacido en Italia, la música folclórica como pasión y como puntal del desarrollo turístico de la ciudad.
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