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El Peregrino Impertinente

“En la casa de los Pacheco, guitarra y bombo, palmas y bandolín”, dice la letra de “Del norte cordobés” una de las canciones más celebradas del folclore nacional.
El fragmento en cuestión es un homenaje a los Pacheco. Una tradicional familia de músicos de Deán Funes que hicieron de su propia morada, un verdadero templo del folclore. Lugar tan sagrado que algunos lo equiparan con una iglesia. Parroquia que lleva escenario por altar, vino por agua bendita, y criollos que tocan la guitarra por curas que tocan la flauta.
La vivienda se presenta como un imperdible a los ojos del viajero curioso. Ese que entre tantas habladurías y leyendas decide encarar hacia la calle Santiago del Estero de la localidad norteña y apreciar el mítico espacio de primera mano.
Allí, se encuentra con un universo nuevo. La casa es una peña permanente donde artistas llegados de todo el país regalan su destreza, su talento y su ciertamente desarrollada capacidad para elevar el codo a 45°. Una práctica que, arriba o abajo de las tablas, se lleva a cabo con tal afición que no pocas veces requirió la intervención de los bomberos de Deán Funes. Meta destrabar articulaciones, los pobres voluntarios.
Entre chacareras, zambas y payadas, los convidados se pasan la noche en vela. Todo es alegría, amor por la canción y aires telúricos, con los miembros de la familia disfrutando el espectáculo como nadie. Entre ellos, quien destaca es la cabeza del clan. Miguel Pacheco se llama, aunque el mundo lo conoce como “El Gringo”. Cantor, malambeador y cocinero eximio, el tipo te revolea unas boleadoras con una mano y te asa un cabrito con la otra. A no ser que ande medio enrarecido y se ponga a asar boleadoras y revolear cabritos.
Así que ya lo sabe, querido lector. Si anda por el norte cordobés, entre al pago de los Pacheco sin golpear. Eso, sin golpear. Siempre y cuando no lo confundan con un ladrón y le partan una mesita de luz en el lomo, lo van a recibir con los brazos abiertos.