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El Peregrino Impertinente
Llanfairpwllgwyngyllgogerychwynrndrobwllllantysiliogogogoch. No, señora, no es un error de tipeo. Tampoco un grito de guerra zulú. Mucho menos el insulto de alguien que justo cuando quiso mandar al gobernante de turno a la Punta Cana, se atragantó con un hueso de pollo. La palabra en cuestión es, aunque usted no lo crea, el nombre de un pueblo. Sí, de un pueblo. Aquel que gracias a este vocablo espantoso, se ha convertido en la localidad con la denominación más larga del mundo.
El municipio referenciado está ubicado en la isla de Anglesey, Gales. Un país que, harto de vivir a la sombra de Inglaterra y de sólo ser reconocido por la torta galesa y por tener tipos que juegan más o menos bien al rugby, se siente redimido con este cuestionable galardón.
Hay que ver la cara de los viajeros cuando intentan pronunciar el nombre del lugar (que traducido del galés significa “La iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco cerca de un torbellino rápido y la iglesia de San Tisilo cerca de la gruta roja”): “Disculpe amigo, ¿Me podría decir qué ruta tengo que tomar para ir a Llanfairpr… a Llanfairpwllgs… a eso?”, pregunta el foráneo, la lengua toda confundida. El playero de la estación de servicio, creyendo que el conductor sufre algún tipo de deficiencia mental, le indica cualquier camino, y le regala un CD de Arjona.
Pero más allá de los problemas que supone pertenecer a un sitio con título tan extenso, los habitantes de Llanfairp(…)goch están orgullosos. Andan con la frente en alto, luciendo remeras de “I love Llanfairp, etcétera”. Aunque el mayor placer lo experimentan cuando van a la cancha. Se pasan todo el partido insultando a la hinchada rival, en insensible accionar. Saben que los de la tribuna de enfrente, pasados de crack y LSD, jamás podrían enarbolar ni las cuatro primeras letras del equipo enemigo. Es la impunidad en su máxima expresión.
Mientras tanto, no demasiado lejos de allí, una comunidad entera se siente más banal que nunca. Son los habitantes de “A”, una aldea noruega, al enterarse de la existencia de aquel obsceno pueblo galés.
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