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“Nunca dejé mi barrio y no pienso irme”, afirma Ramón Cardozo |
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Ramón Cardozo tiene 75 años y gran parte de su vida pasó por estas calles. Aquí en este barrio conoció al amor de su vida, fue padre, trabajó, edificó su propia vivienda e impulsó a sus hijas para que también residieran en el sector.
Hoy observa que la zona tuvo avances y que se levantaron varias casas.
En su charla con EL DIARIO, definió a Villa Albertina como un barrio “tranquilo y lindo, que se está haciendo” y aprovechó la ocasión para demandar servicios.
“Hace unos años vino Nora Bedano (cuando gobernaba la ciudad) y nos dijo que nos harían la obra de cordón cuneta. Tenemos recolección de residuos y pasa el regador, y por suerte también llega el colectivo, pero no tenemos agua, queremos cloacas y gas. El barrio Industrial nos quedó cerca y ya que tiene todos los servicios, podrían hacer un esfuerzo para que lleguen hasta aquí”, expresó Ramón, quien indicó que durante muchos años se sintieron “un poco olvidados” por las autoridades.
@ Recuerdos en la piel
Ramón llegó al barrio hace 52 años, cuando casi era un desierto. “Recuerdo que estaban las casas de los Lescano y los Pérez”, sobre calle Laura Maciel.
El pisó el sector para trabajar en la parrilla El Bosque, un emblema de la zona. Había llegado en soledad, soltero, desde su Villa Nueva natal, en la que vivió en calle San Martín entre Belgrano y Lima, “un sector al que se le decía El Pencal”.
Todos los días “hacía cuatro viajes para venir a trabajar”.
Antes había trabajado en una parrilla en el centro de la ciudad. Sus dos hermanas eran empleadas de la ESSO de Villa Albertina. “Al frente de la estación había un ranchito en el que vivía un turco, que cada tanto prendía fuego y les daba de comer a los camioneros, pero estuvo un tiempo y cerró. Yo siempre decía que estaba lindo para ponerse una parrilla”, describió. Familiares terminaron poniendo una parrilla y Ramón dejó el centro para venirse al barrio a trabajar con su gente.
“Trabajamos a lo loco. Luego, se me presentó una oportunidad con un negocio que se vendía, frente a la parrilla. Fui a conversar con el propietario y llegamos a un acuerdo y lo terminé comprando”, reveló. Nacía así la parrilla Esperanza, la que abrió sus puertas durante una década.
En la ESSO trabajaba la que luego sería su esposa, Elvira Lescano, la que también terminó siendo parte de la Esperanza.
Gracias a ese emprendimiento “compramos los ladrillos y nos hicimos la casa”. Fue en los años ‘70. Tuvieron dos hijas, Romina y Patricia, y ya tienen una nieta. Todos viven en el sector.
“Si bien trabajé en otros lados, nunca dejé el barrio ni pensé en irme. En ningún momento. Al comienzo pensaba que no me iba a acostumbrar, pero sucedió lo contrario y me gusta. De acá no me voy más y mis pibas (de 24 y 25 años) están conmigo, una en mi casa y otra se alquiló una casita cerca. Estamos todos juntos”, remarcó.
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