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14 de Julio de 2012
Walter De Boever viajó en chata durante 210 días junto a su familia, desde el barrio Talamuchita hasta los Estados Unidos
De Villa Nueva a Google a bordo de “La Gauchita”
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Uno de los paisajes paradisíacos que recorrieron los viajantes: el lago Petén Itzá, en Guatemala - Walter posando con la chata “La Gauchita” en México, con las banderas de los países que había visitado pegados detrás - La familia a pleno

Walter “Toba” De Boever tenía un sueño por cumplir. Quería recorrer gran parte de la América Hispana y llegar hasta los Estados Unidos, al mando de una chata abultada en elementos de travesía y con toda su familia a bordo.
También tenía una motivación extra: arribar a las oficinas centrales de Google, en Montain View (California), para presentar a sus responsables un proyecto laboral que implicaba el patrocinio de la gran empresa de software a cambio de una serie de capacitaciones sobre el mejor manero de publicidad a blogueros por todo el continente.
Pasaron años de planificación y dedicación hasta que este rosarino de nacimiento, analista de sistemas y residente actual de barrio Talamuchita de Villa Nueva partiera junto a su esposa Marcela Rodríguez (pediatra) y sus hijos Sofía (de 16 años) y Tobías (de 11), a bordo de una flamante Ford Ranger doble cabina modelo 2011 y naftera.
El 6 de diciembre por la noche, luego de terminar de seleccionar los bártulos y cerrar toda la casa, comenzó el extenso periplo que demandó en total 210 días y 35 mil kilómetros recorridos. El trayecto comprendió una primera parada en Jesús María (“me cansé en la preparación; porque aunque no parezca lo más difícil es tomar la decisión de largada”, comentó), el norte argentino, Chile (por el Paso de Jama), Perú, Ecuador, Colombia, Panamá (debieron arribar en barco, con un costo de 2 mil dólares), Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México (incluyendo la visita obligada a las ruinas de Yucatán), antes de ingresar a Estados Unidos.

Tras peligrosas fronteras

“Quisimos ir a Bélice pero no pudimos porque nos querían cobrar 200 dólares por cabeza”, recordó.
A pesar de ello, el viaje continuó hacia el norte, viviendo en carne propia las particularidades y peligros de las fronteras más calientes de la zona. “Llegamos a México por un camino que ni siquiera figura en el Google Maps y que ni tenía oficina. Rogábamos que no nos encontráramos con ningún control policial antes del primer puesto oficial, ya que no teníamos ningún papel. Pero por suerte, al ver que veníamos de Argentina viajando, nos dejaron pasar”, comentó.
Dentro de las rutas mexicanas, la tensión aumentaba. “Tenías que pagar 10 dólares cada 100 kilómetros a los militares para que te acompañen en la autopista. Si no ibas a una ruta alternativa, como si acá fuera la 9. Nosotros fuimos en las dos y por suerte no nos pasó nada”, dijo. De todos modos rememoró haber desayunado en un hotel en pleno desierto de Sonora, donde habían sido hospedados gratuitamente y agasajados de buena manera, y descubrir que la noche anterior había ocurrido una balacera a pocos metros de allí con saldos fatales.
Ya en las puertas del imperio, el celo excesivo que imponían las fuerzas de seguridad sobre cualquier foráneo con ansias de franqueo parecía de película. Walter todavía recuerda la muralla alambrada cuyo fin no se distinguía en ambos costados. Dado que su situación era un tanto atípica, “Toba” fue escoltado hacia un trailer mientras su familia era alojada en una suerte de “calabozo abierto” (sic) y su vehículo era revisado por sabuesos.
Al final, el “rudo” policía lo único que quería era correrse de las cámaras y preguntar, preso de la curiosidad, cómo había concretado el viaje para ver si él podía replicarlo.
Al arribar a Mountain View, se podía percibir la influencia marcada de Google en toda la comuna. Un complejo de varios edificios colindantes y funcionales se complementaba con el tránsito de autos eléctricos, un prototipo de vehículo inteligente (conducido por una máquina) y una buena cantidad de bicicletas -con los colores del buscador- desperdigadas sobre las entradas parquizadas, que eran utilizadas a piachere por los empleados de la empresa. “Al final, la propuesta no fue aceptada pero la experiencia fue increíble. Al menos me escucharon y me explicaron por qué no era viable en este momento”, indicó.

El “camarógrafo de Cousteau”

Cabe señalar que el viaje concretado no deviene del azar o de un rapto de espontaneidad. El afán por la aventura corre en las venas de Walter desde su tierna infancia, cuando soñaba ser “el camarógrafo de Jacques Cousteau” y también por herencia directa, ya que su madre solía viajar como mochilera por exóticos paisajes europeos. El “bichito” de la travesía le volvió a picar de joven cuando trabajaba en una empresa de correos en Buenos Aires, mientras estudiaba Ingeniería Naval. Con su pareja recién recibida, decidió recorrer Sudamérica como lo hacía su madre: con mochila al hombro. Al arribar a Venezuela se enteran que su primera hija venía en camino. “Mi suegro, cuando le animamos a contar, me dio 15 días para regresar al país y unos días más para casarme”, recuerda ahora entre risas.
En tanto, parte de su estancia en nuestras latitudes no está vinculado a un hecho risueño. “En 2009, a pocos años de venirnos acá, estuve muy mal de salud. Me había atacado trombosis y un médico de una clínica local hasta me había dicho que me podían cortar las piernas. Por eso empecé el tratamiento y a la par recé al Gauchito Gil. No sé cuánto me ayudó pero yo le debo a El que ahora esté bien y haya aprendido a apreciar la vida de otra forma. No por nada a la chata del viaje la bautizamos ‘La Gauchita’”, indicó. La “bendita” Ranger está actualmente surcando los mares dentro de un container que partiera días atrás desde Miami, donde la familia De Boever tomará un avión de regreso. El destino final del rodado será Valparaíso (Chile) y no un puerto argentino por las trabas a las importaciones, cuyo conflicto actual perjudica el desembarco de las navieras.
Otra pálida por la condición coyuntural de “ser argentino”, según Walter, la vivió en Estados Unidos cuando se enteró de la prohibición para extraer dólares lejos de casa. “Si no hubiera tenido ese inconveniente, nos podríamos haber quedado un tiempo más”, acotó. A pesar de todo, “Toba” -apodo acuñado en Capital Federal, por sus conocimientos climáticos adquiridos en sus intervenciones en comunidades indígenas- ahora rememora los paisajes en su mente y los personajes que ha conocido como un legado insuperable. “Al viajante la gente lo ayuda, le da alojamiento y alimento gratis. Hemos dormido en un colchón en el piso y en una casa en un country, pero siempre con amabilidad y respeto de personas que no sabíamos nada de ellas”. J.R. S.

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