Escribe: Damián Stupenengo
Terminaron terceros en sus zonas. Ninguno de los dos tuvo inconvenientes para eliminar en semis a los que se dirimieron el título del último torneo. Incluso, basándose en los números, se podría decir que ambos sufrieron más para superar los cuartos de final que la instancia posterior.
Los técnicos de ambos equipos están debutando en una final de liga. Utilizan el mismo esquema de cuatro defensores, con dos centrales fuertes y expeditivos, pero con capacidad de salir jugando por el piso y laterales con proyección. Un medio campo donde la sapiencia de los años se conjuga con la revulsión de los pibes. Enganches pensantes y capaz de destrabar un partido con una gambeta. Y delanteros rápidos y contundentes.
Bajo los postes, tanto Alem como Rivadavia tienen arqueros que están muy identificados con los colores del club, por haber pasado una buena cantidad de años bajo esas mantas.
De atrás hacia adelante, Alem cuenta con Cristian Agosto como estandarte de una defensa firme y compacta. Hombre que raspa, pone y pelotea cuando el partido así lo requiere, pero con la suficiente experiencia y calidad técnica para ser el primer pase en el nacimiento de una ofensiva prolija. Su espejo con la camiseta verde es Andrés Lazo, también de voz de mando en la última línea que se apoya para la salida en Antonio Ruso, más dotado técnicamente.
En el medio de la cancha, la ensalada entre la veteranía y la adolescencia futbolística que presentan los rivales de esta final también los empareja: el equilibrio lo brindan los volantes centrales como Lucas Damiani en Rivadavia, y Pablo Fernández, en Alem, que comparten la responsabilidad de recuperar y jugar, y la cumplen de igual manera. Jugadores con vasta experiencia y con el roce suficiente como para tomar las riendas de una final y las decisiones importantes. De esos que las piden todas y las largan rápido.
Por derecha, dos protagonistas de mil batallas como Juan Doñabeitía y Andrés Agosto, dan valor a esas marcas y cicatrices para denotar que el paso del tiempo no fue en vano.
Por la pasarela de enfrente, dos pibes que se proyectan como tremendos futbolistas hacen un surco en el ida y vuelta a gran velocidad. En ese margen izquierdo, Santiago Domínguez, en el cabralense, y Ricardo Juárez, para el León, aportan la cuota de caradurez y explosividad.
Quizás la ofensiva sea la porción más heterogénea entre ambos. Si bien comparten la presencia de enlaces (Diego Rivera alterna con Juárez en Alem y Diego Torres en Rivadavia), de esos que pueden desanudar un partido con el simple dibujo de una regate en el momento y el lugar adecuado, o con la puñalada que significa un pase quirúrgico, los dos hombres más cercanos al arco rival presentan diferencias concretas.
Federico Figueroa y Martín Porporato conforman la joven dupla ofensiva villanovense. Uno, el primero, es el desequilibrante con la pelota en los pies, que hace de las fintas y los firuletes por afuera su mayor virtud. El otro, Porporato, es un oportunista del área, de los que no necesitan tanto contacto con el cuero ni tantas situaciones para facturar. Se complementan.
Lucas Barengo y Gustavo Cerutti marcan un parangón en el ataque que presenta José Luis Danna. Habilidosos, rápidos y pensantes. Técnicos, de nulo estatismo y con la capacidad de sacar un remate al ángulo con el mínimo tiempo y espacio.
Por marcar un punto distante entre los aspirantes al título de campeón del Apertura, la clave pasa por el estilo. Alem es revulsivo. Más propicio a sacar ventajas de un partido trabado, incluso cuando su rival es superior. El ejemplo más claro fue el empate sobre la hora frente a Argentino, de visitante, que lo clasificó a esta instancia, cuando el “Lobo” era ampliamente el dominador y mandaba la definición a penales. Rivadavia usufructúa cuanto menos descanse la pelota y más tiempo pase sobre el césped, de ahí una de las razones por las que Plaza Ocampo es el escenario al que más afecto le tiene para esta definición.
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