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Por todos los sectores hubo efectivos policiales. Alem debió desembolsar 14.500 pesos en adicionales |
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Escribe: Juan Pablo Morre
“Fue una final histórica”, expuso un alto directivo de Alem. Y no le erró. No sólo por lo que se vivió dentro del campo de juego, sino por todo lo que rodeó un partido que resultó bisagra, en materia de seguridad, para el fútbol doméstico y que en el futuro inmediato tendrá nuevos capítulos.
El espectáculo, en la faz organizativa, fue correcto. El trabajo a destajo de los directivos de Alem permitió desarrollar la final sin inconvenientes, más allá que la incomodidad del público, sabido de antemano, se notó.
Fue mucho el costo económico que tuvo el “Tricolor” para ser local en su cancha, pero la satisfacción fue enorme porque su público lo acompañó con creces, al igual del gran número que se llegó desde Arroyo Cabral.
El público del fútbol villamariense se hizo presente en el estadio (desde la Policía se dijo que concurrieron alrededor de 1.200 personas) para ocupar cada rincón de la “Leonera” que, pese a todo, fue el escenario de la primera final y partícipe de una definición de lujo entre dos grandes equipos.
El impresionante número de adicionales, distribuidos dentro del predio y en sus adyacencias, como así también sobre la angosta ruta provincial 2, permitió que el operativo, a cargo del comisario Hernán Yúdica, brindara el control de la seguridad del espectáculo, principalmente en los momentos más caóticos (ingreso y salida).
Más allá del número y la certeza del operativo, fue vital para que el evento “sea una fiesta”, el excelente comportamiento del público que tuvo la final, un público que ratificó los destacados desempeños que viene ofreciendo domingo a domingo en el ámbito doméstico.
Sin demasiados cánticos, pero con explosión y júbilo ante cada gol. Así siguió el partido el público que se acercó a Villa Nueva y en un escenario en el cual todo valió para poder ver el partido. Es que se vio a la gente pegada al alambrado, con los cuellos estirados a más no poder o acomodándose en pos de tener ese huequito libre con tal de no perderse ningún momento del partido.
Algunos, más rebuscados, se treparon en algún que otro árbol que tiene la Leonera y, aquellos que no ingresaron, lo siguieron subidos a sus autos o desde un costado de la ruta, donde también se palpitó la final.
A su vez, en los ingresos, se vio algo poco utilizado en nuestro fútbol, ya que un emprendedor de Córdoba, conociendo la final, se llegó hasta la Leonera y ofreció a la venta banderas, gorros, bufandas y demás elementos que hacía referencia a cada club. Y así le brindó un tinte distinto a todo el colorido del evento.
Por lo tanto, la Leonera, pese a las falencias de comodidad al espectador, se colmó y fue escenario de un partido vibrante, emotivo y con matices que la ubican como una de las mejores finales de los últimos tiempos, futbolísticamente hablando.
El enorme corazón de Cristian Agosto (jugó casi todo el partido con un tobillo a la “miseria”), la inmensa figura de Marcelo Berardo, al contener otro penal (¿cuántos van, ya?), el impresionante gol de Santiago Domínguez, los gritos de los pibes (Juárez y Biasuzzi -se hizo cargo de un penal bravísimo-) fueron puntos altos de una definición memorable y a la cual todavía le queda otro capítulo.
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