Escribe: Pepo Garay -
Especial para EL DIARIO
Villa Alpina está habitada por 28 personas “a no ser que se haya muerto alguien y yo no me haya enterado”, bromea Carlos, el dueño del único almacén y de una de las dos hosterías del pueblo. Lo dice como de pasada, apoyado en un eterno y descolorido escritorio de madera. Sobre el mueble, realiza algunas cuentas del negocio. Un sol de noche lo ayuda en su tarea. El tenue fulgor le da un aspecto lúgubre al salón, atiborrado de cajas y mercaderías.
El pueblo no tiene luz natural, ni servicio de basura, ni jefe comunal. Los 28 viven como estancados en el tiempo, en un ambiente casi utópico. Caballos, mulas y maravillosos paisajes son sus únicos testigos. La soledad de la montaña pareciera hacerlos felices.
Sin embargo, los 28 reciben visitas permanentemente. Con el Champaquí entre ceja y ceja, miles de viajeros se acercan todos los años hasta las entrañas del valle de Calamuchita, a unos 40 kilómetros de Villa General Belgrano. Buscan inmiscuirse entre los secretos del pico más alto de Córdoba, proeza que en su versión completa sólo es posible de realizar haciendo escala en Villa Alpina.
Rumbo al Champaquí
El caserío es el punto donde el viajero inicia la aventura rumbo al Champaquí. Allí, un cartel nos indica el rumbo a seguir. El primer tramo será cuesta arriba, demandando un gran esfuerzo por parte del caminante. Luego de aproximadamente una hora de recorrido se accede a Ojo de Agua, donde el trecho se hace más indulgente. Igual todavía queda mucho por avanzar.
Desde ese sector serán unas tres o cuatro horas hasta el Refugio González, una de las tantas posadas de montaña que pueblan el camino. El último esfuerzo se materializa en unas tres horas más de marcha, hasta llegar a la cima del cerro.
Otro camino interesante para realizar desde Villa Alpina es el que conduce hasta La Cumbrecita, a unas tres horas de caminata.
Cualquiera de los dos itinerarios representa la posibilidad de acceder a fantásticas visuales, elaboradas a base de vírgenes e imponentes laderas, arroyos y el condimento característico de Calamuchita: los interminables pinares que colonizan las montañas. De distintas tonalidades de verdes, estos preciosos arbustos le dan al valle la pincelada definitiva.
¿Poco para hacer?
Más que caminar, descansar y admirar los alrededores, en Villa Alpina no hay mucho para hacer. No es poca cosa, sobre todo si lo que buscamos es escaparnos de la civilización por unos días. Es interesante recorrer la senda de tierra que demarca la extensión de la aldea, configurándola hacia uno y otro lado del camino. Este se despliega en forma de herradura, en medio de pequeños bosques de pinos y pendientes. El paseo es vigilado por las manadas de ovejas que pueblan las montañas, y encuentra su punto álgido en el vado, justo enfrente del negocio de Don Carlos.
Allí descubrimos un espacio vital para clavar la carpa y encender un fuego con total tranquilidad, junto al río y al puente colgante construido por los locales. La sensación de libertad es indescriptible.
Migraciones internas
Metiendo las narices nuevamente entre los 28, encontramos a Joaquín, un chaqueño que llegó desde su Resistencia natal hace pocos meses. El, como tantos otros hombres venidos del litoral argentino, encontró aquí la fuente laboral que en las provincias del norte escasea. La zona de Calamuchita recibe permanentemente flujos de migración interna, sobre todo a partir de la necesidad de mano de obra para la forestación.
Hoy, Joaquín disfruta de su trabajo y de su nueva vida. “Me encanta acá. En Chaco no tenemos estos paisajes ni este clima. Es increíble”, sostiene embelesado. Ya no podrá irse. Villa Alpina lo tiene a su merced.
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