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Mary Lucy y José Domingo viven en el barrio desde el 26 de diciembre de 1965 - Los espacios verdes ordenados y limpios, una característica del barrio |
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Ella es maestra, él se jubiló como jefe de Finanzas de la Coca-Cola.
Como trabajadores consiguieron que el Estado provincial les adjudicara la vivienda del barrio Trinitarios en la que aún hoy viven.
“Nos mudamos el 26 de diciembre de 1965”, recuerdan.
La casa era pequeña y no contaba con los servicios básicos como el de agua y luz. “El hacía horas extras y yo lo esperaba con una lámpara cuando ya estaba bien entrada la noche. Era difícil vivir sin energía eléctrica, pero bueno, vivimos igual y fue algo que no nos dejó ningún trauma”, bromeó Lucy.
El otro tema difícil de sobrellevar era la falta de agua. “A mi marido le habían prestado una bomba para sacar agua. Costó hacerla funcionar y cuando arrancó no te puedo decir la felicidad que teníamos de poder lavar toda la ropa, de bañarnos sin inconvenientes”, recordó.
Los vecinos se organizaron y así pudieron ir trayendo los servicios .
“El agua fue la que más demoró. Llegó después que el gas, así que imagínese”, recordó Revello.
En lo que hace a los costos, los 184 adjudicatarios del plan de viviendas se vieron beneficiados por la inflación de esos años.
Prolijamente guardados, como un hombre que se manejó toda la vida con finanzas, José Domingo, o “Chiche” como lo llaman en el barrio, tiene todos los comprobantes de pago de la vivienda.
“Acá está la entrega, que era de 564.900 pesos, lo que representaba más o menos entre cuatro y cinco sueldos de la Coca”, recordó.
El resto se pagaba en 240 cuotas de 4.281 pesos (pesos no equiparables con los actuales) “que, al final, terminaba siendo el valor de una etiqueta de cigarrillos”, recordó. “Fue por eso que me había cansado de ir a pagar todos los meses, hacer trámites para abonar el valor de una etiqueta de cigarrillos, que decidí cancelar pagando 10 años juntos”, agregó Revello.
Lo mismo pasaba con el gas. Las cuotas al principio eran onerosas, pero al final se volvieron “un vuelto”.
Mientras transcurría la vida de estos trabajadores, crecían los hijos (el matrimonio tuvo dos, Diego y Marcelo) y se fortalecían las relaciones con los vecinos, con los que siguen compartiendo las horas aún hoy.
“Uno de mis hijos se casó y se hizo una casa en otro barrio. Hasta que se acostumbró -y para eso pasaron varios años- me decía siempre que se arrepentía de no haber comprado un terreno acá y eso que él está también en un barrio lindo, cerca del río. Pero lo que él me dice es que acá hay vecinos; allá hay gente que vive al lado”, dijo, remarcando la diferencia entre uno y otro concepto.
Los años de vida activa laboralmente -hoy ambos están jubilados- fueron de lucha sostenida.
Ella, con diferentes destinos. “Di clases en Silvio Péllico, en Etruria y la última escuela fue la Rivadavia, de barrio San Justo. Viajábamos en tren, a dedo y, cuando quería, el Córdoba-Coata”, recordó. El, con una vida laboral en una empresa que, cuando fue cambiando de manos, tuvo un destrato con los trabajadores que le costó digerir. Con todo, ambos llegaron a la pasividad con la tranquilidad de vivir en la casa en la que formaron su hogar.
“Hoy la gente ve que estamos en un barrio cerca del centro, pero nunca nos vamos a olvidar de lo que nos decía mi papá cuando vinimos acá, decía que ‘estábamos en un palomar’”, recordaron entre risas.
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