Escribe: María Laura Tuyaret
(especial para EL DIARIO)
Abrazado por las aguas del río Aare, el casco viejo de Berna conserva entre sus casas de piedra, fachadas de arenisca y grises callejones un marcado y característico aire medieval. Desde el Rosengarten (jardín de rosas) encima de la fosa de osos o bien desde la plataforma de la Catedral se tiene el mejor panorama de la ciudad. Cientos de tejados colorados con sus chimeneas y sus ventanitas en los áticos despuntan en el paisaje. Sobre la altura del río, antiguas fortificaciones se erigen a modo de vigilantes eternas. Hacia el sur, bien a lo lejos y como un marco azulado, los Alpes bordean el horizonte.
La orígenes de esta ciudad se resumen en su escudo: un oso fornido en posición de ataque, con sus uñas y lengua afuera, tirando un zarpazo amenazador con una de sus garras. Según cuenta la leyenda, por el año 1191 y en ese mismo lugar que hoy es el casco viejo, el duque Bertoldo V de Zähringen, luego de vencer a una de estas fieras tras una lucha ardiente cuerpo a cuerpo, fundó Berna. Y como “oso” se dice “Bär” en alemán, decidió llamarla así, ya que al pronunciarlo suena muy parecido a Bern (Berna). Estos animales hoy son el icono de la villa.
A pesar de ser la capital de Suiza, Berna sigue siendo hasta la actualidad una ciudad relativamente pequeña. Su parte antigua puede ser recorrida en unas horas y simplemente a pie. Sin embargo, será imprescindible pasar varios días allí si se la quiere conocer y disfrutar en plenitud.
Modernidad en frasco antiguo
Bares y tiendas de todo tipo funcionando en las primitivas bóvedas de los sótanos. Tranvías de última generación atravesando discretamente las calles empedradas. Los mejores locales de moda europeos exponiéndose orgullosos allí en donde antaño vivían artesanos, curtidores de pieles o personas dedicadas a la cerámica. Sofisticados cafés justo en donde marchaba hace siglos un molino harinero. Cada rincón en Berna exhibe la combinación original, y a la vez más perfecta, de lo moderno y lo antiguo.
Uno de los emblemas de esta mixtura entre lo nuevo y lo viejo es el Lauben, una extensa galería de casi seis kilómetros cubierta de arcadas de estilo medieval. Es el paseo de compras más largo de toda Europa y se encuentra sobre la calle principal de Berna.
Sobre el final de ésta se encuentra la Zytglogge, la popular Torre del Reloj. En los comienzos hacía las veces de prisión de la ciudad. Hoy atrae a turistas de todo el mundo con el espectáculo que sus pequeñas figuras mecánicas hacen cuatro minutos antes de que el reloj marque las “en punto” de cada hora. La inmensa Catedral de estilo gótico tardío o las imponentes escalinatas de la Rathaus (Ayuntamiento) serán otras de las visitas imperdibles en Berna. El ayer y el hoy, todo en un lugar. Quizás lo nuevo se hace presente en Berna para no dejarnos sucumbir en la fantasía inconsciente de que realmente hemos hecho un viaje a la Edad Media.
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