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Hortensia se dedica a hacer los locros que aprendió de su madre, una Tulián, descendiente del cacique comechingón |
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Doña Hortensia nos recibe en su casa, en la que vive desde hace años, ubicada en el corazón del barrio San Martín. A medida que avanza la tarde, las visitas de nietos y bisnietos le van alegrando el día. Es que ella sabe concentrar a la familia, es como ese lazo invisible que une a todos en torno a una cocina que siempre tiene el calor del hogar.
Simona Hortensia Valdez llegó a Villa María a fines de los años ‘40, cuando fue sacada del hotel en el que trabajaba. “Había una huelga grande y yo fui igual porque tenía miedo de quedarme sin empleo. Y bueno, tuve problemas y pensé en buscar otro trabajo”, relató.
Una amiga de esta ciudad, le dijo que aquí había un lugar y así fue como la entonces joven Hortensia, con sus dos hijos, llegó a Villa María a desempeñarse en la cocina de un hospedaje que tenía Ricardo Zayas enfrente de la parada de los colectivos que venían de Mendoza.
“En Córdoba, yo era cubiertera -lustraba los cubiertos- y miraba al maestro de cocina, especialmente cuando hacía pastas. Me gustaba mucho cocinar. Cuando llegué a Zayas, el maestro cocinero era un ruso que cocinaba muy bien. Con el tiempo, tuvo una enfermedad y murió. El segundo cocinero, no sabía hacer masa, así que ahí fue cuando empecé a desempeñarme como jefa de cocina. Zayas me preguntó y yo le dije que sabía hacer tallarines y ñoquis. Así quedé”, recuerda Hortensia.
“Hacer comidas no es cuestión de secretos, es cuestión de ponerle mucho amor”, dice la dueña de una receta de locro que hasta le quisieron comprar, pero que ella insiste en pasar de generación en generación. Así como ella lo aprendió de su madre, se lo enseñó a su hija Olga, quien hoy sigue la tradición.
En los primeros tiempos, vivía en la casa de su amiga. Después accedió a un plan de viviendas que no pudo conservar y tras algunos cambios, compró la casa a medio terminar sobre la calle 17 de Agosto, en el barrio San Martín.
“Era todo campo. Estaban los Castro, los Scarponi, los Villarroel y los Abacca. Y pará de contar. No había ni agua ni luz”, dijo, recordando a los primeros vecinos que habitaron el sector.
Con sus dos hijos, levantó las paredes de la casa, mientras todos trabajaban. Para ir al comedor donde se pasaba horas cocinando, Hortensia no dudaba en elegir el mejor medio de trasporte de la época: el mateo. “Lo conducía don Juan y me llevaba y me iba a buscar por pocos pesos”, recordó.´
Ella fue cambiando de empleos dado que se iba cotizando como cocinera y cuando se iba a otro comedor, era porque le pagaban mejor.
Después de Zayas, fue a la confitería Cristal, de la familia Sánchez. “Me acuerdo que por esos años, recién salían los carlitos (tostados). Yo aprendí una receta de una salsa para agregarle, que había traído la señora de Sánchez de Buenos Aires. Era simple, cebollita bien picada, tomate y orégano. Quedaban riquísimos”, recordó.
A pocas cuadras de ahí funcionaba el comedor de los Constantino, que le ofreció mejor paga y allí fue Hortensia a trabajar por más de una década en ese lugar.
De allí, al comedor que estaba donde hoy funciona la Vieja Esquina. “Ahí me contrataron de encargada general y de todo el personal y también como jefa de cocina”, recordó.
A ese comedor le empezó a ir mal y buscó otros horizontes, trabajando en el comedor que está ubicado enfrente de la Fábrica Militar, donde finalmente se jubiló.
Tenía 22 años cuando empezó su vida laboral “de puro corajuda” en el Hotel Yolanda, de Córdoba capital. Ya estaba separada y con dos pequeños hijos, algo que no era muy fácil en aquellos tiempos, pero que con alegría y fundando cada gesto en el amor a la familia, pudo superar llegando a jubilarse en la actividad.
Después
Después de jubilada, Hortensia no se iba a quedar quieta. Ni siquiera hoy, que está en silla de ruedas, pero como ella dice, con la mente y las manos en perfecto estado.
Así fue que empezó un día, para dar una mano, haciendo un locro para el Club Campeadores con unas ollas que facilitaron los Bomberos Voluntarios. Después vinieron los locros para el baby del San Martín, el del Industrial y otros clubes y escuelas que le solicitaban sus servicios.
A instancias de su hija, empezaron a cobrar. Con eso, pudieron comprar las ollas, los quemadores y todo lo necesario para poder hacer el locro en su casa, por lo que cada fecha patria, se convierte en un clásico del barrio San Martín, la cola de gente de toda la ciudad que va con su recipiente para adquirir la porción de un locro al que muchos califican como el mejor del mundo, aunque Olga y Hortensia dicen con humildad que no hay mejores ni peores, sino que cada uno le pone su personalidad a la comida.
La familia
Hortensia tuvo dos hijos. El varón falleció hace muchos años (era músico de Jorge Arduh y padre de Luis) y Olga, es la dueña de la casa que habita. “Me gusta esta pensión”, bromea. Es que era difícil para una mujer sola vivir en una casa con cierta incomodidad. Así que un día, que estaba un poco resfriada, Olga se la trajo y allí se quedó.
Además, suma cinco nietos a su familia, 11 bisnietos y dos tataranietos.
En la casa, conviven además, tres perros y un loro que dice “malas palabras” .
Hortensia, a pesar de su limitación de movilidad, está bien de salud. Tuvo “dos sustos grandes” por una enfermedad gástrica y por eso lamenta que ya no puede tomar vino. “Pero en las comidas, no me cuido”.
Tenía dos vicios: uno, tomarse unos gancias con una picada mientras hacía el locro y el otro, que aún sigue vigente, el de jugarse unos numeritos a la quiniela. Para esta semana, tiene tres fijas: el 48, el 13 y el 22.
El 28 de octubre cumplirá 97 años y asegura que tiene “cuerda para rato”. “Mirá, una de las Tulián, falleció a los 117. Así que ya saben, me van a tener que aguantar”, dice, con una sonrisa clara que habla más de ella que sus palabras.
Descendiente comechingón
La mamá de Hortensia había nacido en San Marcos Sierra y era de apellido Tulián, descendiente directa de uno de los caciques comechingones que hicieron historia para poder conservar la tierra que les pertenecía, firmando un acuerdo con los conquistadores. Es decir, que sin derramamiento de sangre, el cacique comechingón pudo conservar la tierra para su pueblo.
Hortensia se encontró con sus raíces gracias a su nieto Luis López (sonidista de Villa María, reconocido en todo el país).
“Un día Luisito me dijo: preparate para el 19 de febrero que vamos a ir adonde nació tu mamá. Así fuimos a una fiesta, que se llama la Tulianada, donde nos juntamos todos. Fue hermoso. Estuvimos cinco días y nos encontramos con todas las costumbres, las raíces que muchos van perdiendo”,dijo.
EL DIARIO
Hortensia desde hace años compra nuestro diario. Por eso nos recibe en su casa con el afecto con el que recibe a la familia. “Primero me lo traía el Poroto y después, Ardovino. Esos son mis canillitas”.
“A mí, que no me falte EL DIARIO, yo soy de EL DIARIO.”, repitió.
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