“El niño desamparado”
"¿Dónde estarás alumno mío? ¿En qué oscuro rincón ocultas tu tristeza? Dónde están tus ojos grandes, asombrados, como queriendo aprisionar toda la luz del día ...con aquel saco de hombre en tu débil cuerpecito y manos, palomas agrietadas por el frío que no conocieron, que no sintieron el calor de la caricia materna, el beso de la abuela, la mano amiga del padre...
Alguien te sacó del aula como se saca una cosa, con la fuerza brutal que da el dinero, con la soberbia de aquel que llegó al poder sin méritos.
Pensé que regresarías, que siempre habría un camino para volver en cada primavera y sentí tu frío en cada invierno, mis cabellos se cubrieron de hilos de plata y tú... no volviste.
Guardé en una de mis manos tus lágrimas, esa bendición que llevo y guardo conmigo, que me acompaña y me da fuerzas para seguir luchando.
Eras puro a pesar que te rodeaba, prisionero moreno del hombre y la sed de cariño. Barquito silencioso de papel que navegaba sin rumbo soportando la adversidad... la infidelidad, buscando el sol del ocaso o quizás el del amanecer.
Te vi jugar casi alegre, te vi reír casi llorando, ese llorar sin lágrimas con algo de gemido. Pequeño gorrión desamparado, cercado por la burocracia con las alas lastimadas por la incomprensión. Víctima inocente de la mentira.
¡Ah! Cómo hubiese reaccionado Gabriela Mistral, la gran chilena, en qué sentido verso hubiese volcado su rebeldía de mujer aquella que dijera: ‘Piececitos de niños, dos joyas sufrientes, cómo pasa sin veros de la gente’.
O como el Divino Maestro que predicó su doctrina de amor por las calles de Jerusalén diciendo: ‘Dejad que los niños vengan a mí’.
Cuando la ciudad bosteza en su rutina y la noche tiende su manto gris y las campanas duermen en su pesado sueño de metal, mientras el egoísmo pulula en las sombras, pienso en ti y en todos los niños del mundo, en los que juegan felices en el parque, en los que están en los cotolengos, en los que sienten el fragor de los campos de batalla...en esta época de conquistas ¡vaya ironía!
Y con angustia en los que tras las rejas, pequeños Lázaros bíblicos esperan que alguien les diga: ‘Levántate y anda’”.
Este texto fue escrito por la señora Norma Tomadoni de Martínez, directora de escuelas primarias de la provincia de Córdoba en 1972.
La transcripción la he hecho yo, Marta Moral, ex directora de la escuela "Martín Miguel de Güemes", de Silvio Péllico.
Solicito publicar este escrito como homenaje a los niños. Creo que hasta ahora poco ha cambiado.
Marta Moral
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